Festival de cine

Víctor Erice pone Cannes a sus pies con 'Cerrar los ojos'

‘Cerrar los ojos’ es el cuarto largometraje de su carrera y el primero que dirige en más de tres décadas

El reparto de ’Cerrar los ojos’, de Víctor Erice: Helena Miquel, José Coronado, Ana Torrent, Manolo Solo y María León.

El reparto de ’Cerrar los ojos’, de Víctor Erice: Helena Miquel, José Coronado, Ana Torrent, Manolo Solo y María León. / GONZALO FUENTES

Nando Salvà

Víctor Erice ha viajado finalmente al sur, aquel territorio mítico al que no pudo llegar en su día porque su segundo largometraje, ‘El sur’ (1983), quedó inconcluso por problemas presupuestarios; ha incorporado a su universo cinematográfico ‘La muerte y la brújula’, el cuento de Jorge Luis Borges que iba a adaptar para la televisión antes de que la tarea fuera a parar a Carlos Saura; y ha hecho realidad -al menos en parte- su versión de ‘El embrujo de Shangai’, aquel proyecto que le fue arrebatado de las manos a finales de los 90 por el productor Andrés Vicente Gómez.

‘Cerrar los ojos’, que es el cuarto largometraje de su carrera y el primero que dirige en más de tres décadas, y su regreso al Festival de Cannes desde que que ‘El sol del membrillo’ (1992) le proporcionó el premio del jurado, es para el director vizcaíno no solo su obra más personal sino algo parecido a un exorcismo, una forma de saldar cuentas con su propia carrera y, quizá, quedar en paz consigo mismo.

Dada esa conexión extraordinariamente íntima que la película mantiene con su autor, y la claridad con la que la pone de manifiesto, hacen que resulte particularmente triste la decisión de Erice de no viajar al certamen para presentarla. La tomó en base a razones muy concretas y tal vez un día las exponga, pero mientras tanto resulta inevitable suponer que están relacionadas con la forma que la organización del certamen ha tenido de estrenar mundialmente la película -incomprensiblemente, no figura entre las aspirantes a la Palma de Oro-; su ausencia le ha impedido comprobar de primera mano las extáticas reacciones que ha causado.

Es esa dimensión autobiográfica y metatextual lo que en mayor medida otorga su poder hipnótico y arrebatador a una película que, pese a mantener conexiones íntimas con las anteriores de su director, difiere de ellas en un aspecto crucial. Parte de lo que permitió a Erice ser reconocido como uno de los más elocuentes poetas visuales tras el estreno de las que siguen siendo sus dos obras maestras, ‘El espíritu de la colmena’ (1973) y ‘El sur’, es la precisión con la que usó el celuloide para explorar su fascinación por las cualidades pictóricas de la luz, su talento único para la composición de los planos, su capacidad para crear imágenes que emanaran tactilidad y temperatura. ‘Cerrar los ojos’ carece de esas cualidades.

La película cuenta la historia de un cineasta (Manolo Solo) que tiempo atrás dejó inacabada una película a causa de la inexplicable desaparición de su actor protagonista (José Coronado), y que como consecuencia de ello decidió retirarse del cine -como casi hizo Erice- para trasladarse a Andalucía -como, decimos, no pudo hacer Erice-; dos décadas después, el misterio vuelve a cobrar fuerza cuando un programa de televisión se interesa por el caso, y cuya emisión deriva en una investigación que nada tiene que ver con una intriga detectivesca sobre lo que pasó, cómo y por qué.

Y, mientras reaviva recuerdos sobre su amigo, se va enfrentando paulatinamente a los suyos propios. Su regreso al pasado, pues, es un proceso de reconciliación, como el que llevó a cabo la niña de ‘El espíritu de la colmena’ mientras buscaba al monstruo de Frankenstein o el que emprendió la protagonista ‘El sur’ en su empeño por hallar al padre. Como de sus películas previas, el laberinto de la memoria es uno de los temas esenciales de ‘Cerrar los ojos’.

El otro, de forma mucho más directa y abrumadora que nunca antes en la obra de Erice, es el poder del cine. Sus 170 minutos incluyen lamentos sobre el proceso de obsolescencia que el medio está viviendo, alusiones visuales al celuloide, las salas y los gigantescos proyectores, referencias musicales a títulos clásicos -la versión que Solo canta de ‘My Rifle, My Pony and Me’, la melodía más icónica de ‘Río Bravo’ (1959)-, y sucesivos argumentos en defensa de la capacidad que las ficciones proyectadas sobre una pantalla grande tienen para organizar la realidad y mitigar el caos consustancial a ella; para hacérnoslo entender todo y congelar el tiempo. Y todo eso queda demostrado con especial contundencia en una escena final que para Erice, además, es una bella forma de cerrar el círculo.

Si, en ‘El espíritu de la colmena’, la niña Ana mantiene sus ojos totalmente abiertos al descubrir al monstruo sentada en la butaca del cine, ahora esa imagen recibe una réplica sublime cuando, devastado frente a la pantalla, Coronado cierra los suyos.