Cuando el novelista Martin Amis y su familia vivieron en Mallorca: un viaje en el tren de Sóller a Palma

El escritor británico falleció este sábado a los 73 años

Martin Amis, de adolescente, con su padre Kingsley y Robert Graves, en Mallorca.

Martin Amis, de adolescente, con su padre Kingsley y Robert Graves, en Mallorca.

M. Elena Vallés

M. Elena Vallés

Martin Amis, el más americano de los escritores británicos -no es casual que tuviera de mentor a Saul Bellow-, vivió una breve temporada en Mallorca. No era más que un adolescente o preadolescente, pero sin duda aquella estancia tuvo impacto en su existencia porque describió algunos episodios de la misma en su autobiografía Experience.

Robert Graves ejerció de imán por supuesto. Como reacción al idilio del padre de Martin, Kingsley Amis -con quien mantuvo una relación complicada-, con la novelista Elizabeth Jane Howard, su esposa se llevó a los hijos a Mallorca. El escritor recuerda en las memorias: “Mi hermano y yo, sin hablar nunca, acostumbrábamos a ir cada mañana hasta el final de los naranjos y esperábamos allí al cartero con el ciclomotor. Pese a ello, nunca llegó una carta”. Al final, los hijos fueron hasta Londres a buscar al padre.

El escritor británico Martin Amis en una imagen de archivo.

El escritor británico Martin Amis en una imagen de archivo. / EFE

La familia de Amis también residió en Deià con los Graves.

En la página Wow Mallorca, se recoge un pasaje completo de Experience, donde el recién fallecido Martin Amis describía un viaje en el tren de Sóller a Palma.

En el tren de Sóller a Palma había un sistema de clases muy estricto. El vagón de primera clase era un auténtico salón móvil, una especie de tocador profusamente alfombrado, con sofás y cuadros y oscilantes arañas en el techo. Segunda clase era como una barbería burguesa de cuero y espejo y antimacasar. Pero cuando viajaba solo siempre me decantaba por la madera desnuda de tercera, por una razón que hace sentirme un tanto taimado. En aquellos vagones silenciosos, ordenados, atestados de gente siempre existían más posibilidades de presenciar algo que jamás podría verse en el norte protestante: madres amamantando a sus hijos. Y aunque la nuca de los lactantes me parecía sin duda harto bonita, he de confesar que lo que realmente me gustaba era el antes y el después. Nadie más miraba: nadie le prestaba la menor importancia. En un país donde los turistas en bikini eran detenidos a punta de pistola, seguía existiendo esta desnudez virtuosa, invisible para todos salvo para aquel furtivo jovencito extranjero cuyos pensamientos habían ya dejado de ser puros.