OPINIÓN

El mar de las palabras

Matías Vallés

Matías Vallés

La esencia del exiliado Prix Formentor es galardonar a autores como Pascal Quignard. Añade a su palmarés otro nombre incontestable de la literatura impermeable a la traducción, caldosa o highbrow, que se fastidie la anglófoba Giorgia Meloni.

Nadie entra ingenuamente en un libro fragmentario de Quignard, no es guay. Tampoco se sale indemne de su mar de las palabras, en textos que exigen la dedicación exclusiva. No es difícil, es original en la edad de la vulgarización. El Formentor cumple asimismo con su labor de anticipar al Nobel, donde ya cuesta definir si se trata de un márchamo de calidad o de la búsqueda de autores con la etiqueta sueca. En el premiado de 2023, el ennobelecimiento viene dificultado por la asignación de ese rango a tres franceses durante los últimos quince años.

En el caso concreto de Annie Ernaux, en ningún caso se hubiera promovido a su difusión actual con Nobel incluido sin mediar la obtención del Formentor. Los motores de Google atestiguarán que la identidad de la áspera retratista de episodios personales estaba ausente de las quinielas, antes de ser señalada por el título de matriz mallorquina que descubrió a Borges y Beckett.

También Quignard debe ingerirse a pequeños sorbos. Aislándose durante unos minutos de la parafernalia digital, perdonen por esta imagen terrorífica de la que debí avisar antes de escribirla. El galardonado no alardea de la calidad de su producción, sino de su soledad. Al autor de Sobre la idea de una comunidad de solitarios le bastaría con expresarse al violonchelo o al piano. De su visceralidad arranca una gramática propia, donde el oleaje y la espuma son sorpresas inesperadas. Es un buen premio, aunque el receptor no lo comparta con nadie.

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