EXILIOS FORZADOS

Sergio Ramírez: "Ya ves lo que ha hecho Judas con Nicaragua"

El escritor nicaragüense y su compatriota y colega Gioconda Belli reflexionan sobre la dictadura que los ha tachado como ciudadanos de su país

Sergio Ramírez (izda.) y Daniel Ortega, en la época en que eran los máximos mandatarios de Nicaragua.

Sergio Ramírez (izda.) y Daniel Ortega, en la época en que eran los máximos mandatarios de Nicaragua. / Archivo

Juan Cruz

Juan Cruz

En el último relato de su libro Flores oscuras (Alfaguara), Sergio Ramírez (Masatepe, 1942) simula un encuentro en un museo romano con un personaje malencarado con el que discute acerca de cuadros que recogen la historia de la traición padecida por Jesús.

Cuando acaba el extraño encuentro, su mujer, Tulita, le pregunta a su marido por la identidad de aquel con el que éste conversaba. Estaba hablando con Judas, le dice. Este miércoles, en Madrid, le recordamos ese episodio de su literatura. Parecía natural asociar esa identidad literaria con la de quien fue su presidente tras la Revolución.

Daniel Ortega, revolucionario devenido dictador de Nicaragua, lo ha desposeído a él, a la también escritora Gioconda Belli (Managua, 1948) y a otros cientos de ciudadanos nicaragüenses de su nacionalidad. También ha amenazado sus bienes y los ha arrojado a una expatriación que ha sido desafiada por otros países, España, México, Argentina, Chile o Colombia, dispuestos todos ellos a entregarles pasaportes a estos represaliados por quien fue su compañero de lucha contra la dictadura de Somoza en los años 70 del pasado siglo.

Ramírez fue vicepresidente en los primeros años de aquel gobierno revolucionario. Gioconda Belli fue militante de la Revolución. Los dos viven desde hace un año exiliados en España. Ahora, además, no tienen patria. Ambos han declarado que la falta de pasaporte (Belli rompió el suyo en un programa de televisión) no los despoja de la esencia que para siempre los anima: ser nicaragüenses.

Sergio Ramírez no se acordaba de aquel cuento. Le lleva a reír la coincidencia entre la ficción y el presente. “No lo recordaba, pero sí, ya ves lo que hace Judas con Nicaragua… Pero yo creo que todavía vamos a ver cosas peores, eh”. Pausado, este hombre que vivió aquella guerra que liberó a Nicaragua de un dictador ahora ya confronta con otro. Sabe que está en el momento más difícil, y más triste, de su vida, pero no regala conmiseración, sino espíritu de lucha. Como su amiga y compañera (también de la antigua lucha) Gioconda Belli.

La escritora Gioconda Belli, en una imagen de 2019.

La escritora Gioconda Belli, en una imagen de 2019. / EFE

lla nunca conoció a Ortega antes del triunfo de la Revolución. “Desde el principio me pareció poco sólido moralmente y por eso me pareció un error ponerlo a él como representante de la Revolución”. Según ella, aquel revolucionario devenido dictador “era una persona que no medía lo que decía, no se daba cuenta de las consecuencias de sus palabras, tenía contradicciones, era injusto con sus propios compañeros. A mi, por ejemplo, cuando tuve un encontronazo con su mujer, Rosario Murillo, me quiso obligar a retroceder de la postura que tenía con respecto a lo que él hacía como presidente”.

"Ellos dos [Ortega y su mujer Rosario Murillo] tienen grandes problemas psicológicos, una ambición de poder desmedida, complejo mesiánico, y eso es muy dañino para el pueblo"

Además, después de las evidencias del abuso que practicó Ortega con su hija Zoila América, “demostró el nivel que tenía”. Ellos, Rosario Murillo y Daniel Ortega, dieron prueba entonces del nivel moral que los corrompía. “Ellos dos tienen grandes problemas psicológicos, una ambición de poder desmedida, complejo mesiánico, y eso es muy dañino para el pueblo”.

Ramírez conoció al ahora nuevo Somoza de Nicaragua cuando él mismo trataba, a su lado, de acabar con la dictadura. Luego compartieron, como Gioconda, partido. Sergio fue vicepresidente hasta la derrota de 1990, cuando subió al poder Violeta Chamorro. “Después de esa derrota, todavía bajo las reglas democráticas, nosotros empezamos a exigir cuentas claras de lo que se llamó la piñata, la apropiación de bienes del Estado por parte de algunos compañeros. Demandábamos también que se pusiera en claro el camino que debíamos seguir para volver al poder, para reconquistar la mayoría que habíamos perdido. Pero Ortega pensaba que había habido una manipulación para quitarnos el poder, y no, aquellas habían sido unas elecciones limpias”.

Ahí, dice Sergio Ramírez, “gente como Gioconda y yo, y muchos otros, nos dimos cuenta de su autoritarismo y nos separamos de él. Supongo que de ahí viene todo, tal vez desde ahí nos puso en la lista negra, no lo sé”. Gioconda Belli lo ha contado en su libro más reciente (Luciérnagas, Seix Barral)… Después de aquella derrota de 1990 se puso en evidencia “la ambición de Ortega”, que hasta entonces estaba controlado por sus compañeros. “Y cuando se queda solo sale a flote su personalidad y su ambición de poder y todo impregna al Frente Sandinista”. En esa actitud, le preguntamos, ¿hay venganza, ignorancia o maldad? “Maldad y venganza…, en ese orden”.

Sergio Ramírez, en su casa de Madrid.

Sergio Ramírez, en su casa de Madrid. / Alba Vigaray

Ella se llama Gioconda, equivalente a alegría. ¿Qué ha hecho Ortega con su alegría? “Me ha mortificado. Pero no sólo a mi, a todo el país. Ha golpeado, ha pateado… a todo el país. Y eso me ha ofendido profundamente como nicaragüense”. ¿Y Sergio Ramírez cómo explica esa locura diabólica en la que está envuelto su país? “El poder. El poder es un organismo vivo, monstruoso que siempre termina rompiendo sus reglas. Alguien se apodera del poder, valga la redundancia, y si llega a ser por mucho tiempo hace todo por conservar ese poder. Y eso ya no tiene fin. Porque te desprendes de los escrúpulos y empiezas a conspirar permanentemente para que no te quiten el poder. Puede que el tirano muera en su cama, pero eso también implica poder. Ninguna dictadura tiene buen fin”.

¿No hay límites para ese infierno?, preguntamos. Ramírez cree que no. “No sabemos a dónde va a llevar la ambición de poder a Ortega. Éste dice que él es imprescindible, que sin él el proyecto no funciona. Eso está alimentado por sus aduladores, que le dicen que sí, que va bien, que no se equivoca. Eso es parte de los mecanismos de la dictadura”. Ahora, dice Gioconda Belli, ella tiene “una confianza optimista”, porque cree que “Ortega está actuando de una manera tan errática, tan vil, que va a haber un rechazo en el pueblo de Nicaragua. Ahora puede que tengan miedo, pero tarde o temprano verán que la supervivencia supera el miedo. No queremos una nueva lucha armada, pero podemos hacer las cosas sin recurrir a las armas”.

Todo el esfuerzo que hicimos en los años 80 hoy ha desembocado en una situación maligna que ha aprisionado al país. Y eso es algo que no se puede ignorar. Ver que Nicaragua está atrapada en una dictadura vulgar y silvestre'

¿Estados de ánimo? Ramírez ve ahora prohibidos todos sus libros en Nicaragua. “Es otra manera de ausencia del país”. Siente “frustración, decepción”. Está, dice, “en un episodio en el cual yo me despido cada vez más de la vida. Hoy me siento más frustrado que antes. Todo el esfuerzo que hicimos en los años 80 hoy ha desembocado en una situación maligna que ha aprisionado al país. Y eso es algo que no se puede ignorar. Por esa sensación de desencanto, de mayor frustración. Ver que Nicaragua está atrapada en una dictadura vulgar y silvestre…”. Su libro de despedida de su época revolucionaria en el poder se tituló Adios muchachos (Aguilar). Apareció en 1999.

La despedida de aquel periodo revolucionario se tituló, en el caso de Gioconda Belli, El país bajo mi piel (Txalaparta), y apareció en 2000. En esas memorias cuenta que su instinto era huir de su país para no ver lo que iba a suceder. ¿Ahora que siente? “Mmmm, déjame pensar… Ahora todo es más triste. Una tristeza profunda. Porque ya todos los sueños han sido machacados. Amo mucho a mi país y a su gente y me parece que ahora no ha sido sólo a nosotros a los que nos han dejado sin nacionalidad, sino que toda la población del país está en una mala situación. Me da más pesar la identificación de ellos, el miedo que han de tener de abogar por nosotros, el terror que debe haber… Eso me da mucha tristeza. El país entero es una cárcel, la gente no puede salir y si sale no puede volver a entrar. Es un reino maléfico en el que el emperador está desnudo, la gente lo ve, pero no puede hacer nada. Ahora ese emperador desnudo va diciendo que la religión también la marca él. Hasta eso llega su nivel de absolutismo”.

Aquel cuento de Sergio Ramírez hace aparecer a Judas. La ficción ahora se le confunde a él mismo con la realidad extraña, ruin, que a él y a Gioconda Belli y a muchos otros los tienen amando el país de sus vidas, pero sin poder tocar su piel, aunque acaricien, de cerca y de lejos, su alma.