El gallinero
Días de memoria y Lorca
Rafa Gallego
Llegó Juan Diego Botto con su Lorca a cuestas para llenar la Magna del Auditórium de Palma, hasta tres veces, en una comunión extrema entre público, actor y personaje. Y es que el poeta-dramaturgo está presente desde el inicio – ese juego tramposo y provocador que pone al espectador en el brete de discernir entre el pasado y la actualidad a cuenta de la censura (si, volvemos a estar en esas) -. La primera persona, el relato preciso, la exploración casi arqueológica sobre la vida de un Federico que Una noche sin luna presenta como un ser de luz, irónico, sagaz y luchador en permanente compromiso con las causas que le llevaron al hoyo. Va y viene Botto (excelsamente dirigido por Peris-Mencheta) , por el escenario, la platea y por el camino del relato que propone; se dispersa adrede (a cuenta del mito de Teseo y su barco, por ejemplo) y seduce al oyente, al que observa la primera capa del montaje – las chanzas, las músicas, las rimas, las anécdotas – y al que quiere ir más allá para advertir los trágicos paralelismos con el presente de un país que se oscurece a base de portadas de diarios e informativos descaradamente manipulados. «Escuchad lo que pasó y mirad de frente lo que sucede hoy» parece gritarnos la obra que vivió sus estertores en Mallorca tras girar por toda España, como hizo La Barraca, compañía y templo popular que levantó el de Fuente Vaqueros tras viajar a América. Toda la sala en pie y sollozos de fondo para despedir la maravilla, para rendir tributo al arte bien hecho y a la memoria, solo unos días antes de otro acto reparador: el homenaje a Aurora Picornell y les Roges del Molinar. Dos liturgias relacionadas por la tragedia, pero también por la esperanza de quienes viven convencidos de que solo el pueblo derrotará a los malos.
La escena local, mientras tanto, acumula buenas noticias. En forma de nominaciones a los Max, por ejemplo, con Zona inundable de Marta Barceló y Nua, de Ann Perelló en las listas nobles, pero también proyectándose al futuro en la novena edición del Torneig de Dramatúrgia dónde Marina Salas y Pau Coya – rabiosamente jóvenes – se disputaron la final con dos textos actuales y valientes. Ganó el segundo con Pols de diamant y en unos meses se medirá a autores catalanes en el pulso de Temporada Alta.
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