Artes visuales

Maria Jesús González y Patricia Gómez: «En los sitios abandonados hay muchas historias, la imaginación se vuelve loca»

Las fotos de ‘Habeas Corpus’ muestran cómo la antigua cárcel de Palma quedó detenida en el tiempo

Maria Jesús González y Patricia Gómez premiadas en Artes Visuales se mueven entre el arte y la documentación.

Maria Jesús González y Patricia Gómez premiadas en Artes Visuales se mueven entre el arte y la documentación. / Guillem Bosch

Mar Ferragut Rámiz

Mar Ferragut Rámiz

Como si sus habitantes hubiesen tenido que salir corriendo sin mirar atrás. Así quedó la antigua cárcel de Palma antes de su desalojo y así se la encontraron Patricia Gómez y Maria Jesús González cuando accedieron para fotografiarla: las sábanas aún puestas en la cama (en la que aún se intuía el cuerpo que allí había dormido), restos del desayuno en la mesa, cartas y otros objetos personales en la celda.

Las valencianas, que se mueven a medio camino entre el arte y la documentación, reflejaron en 2011 ese estado de «tiempo detenido» de la antigua prisión en un proyecto bautizado como Habeas Corpus, que ayer fue premiado con el Ciutat de Palma Antoni Gelabert d’Arts Visuals.

La pareja ha entrado en varias instituciones abandonadas, incluyendo otras cárceles o un centro psiquiátrico. González señala que los edificios abandonados son muy atractivos porque cuentan historias: «Entras y tu imaginación se vuelve loca cuando empiezas a interpretar los muros y los objetos que quedaron allá». Para ellas su objetivo no es hacer una foto estéticamente interesante y ya, «eso es fácil», sino «documentar y crear». A partir de ahí quieren «señalar un conflicto o alguna cuestión por resolver para que el espectador interprete». De esta manera, sostiene González, «se da voz a las personas que viven al margen, cuya historia es tan importante como la oficial».

En el caso de las prisiones han constatado que solo con mirar las paredes «se puede reconstruir la historia de cada interno». Y de las prisiones que han visitado, la que quizás les haya aportado más sea la de Palma, que además de sorprenderles por ser diferente a las otras que conocían («las celdas eran de colores, cuando por lo general son espacios siempre grises»), allá tuvieron la oportunidad de convivir y trabajar con siete internos que permanecieron en la prisión un tiempo más cuando el resto de compañeros ya habían sido trasladados. Gracias a una colaboración con la Fundació Joan Miró, llevaron a cabo un taller de arte contemporáneo con estos internos, que les explicaron que todo había quedado «detenido en el tiempo» el día del desalojo precisamente porque cuando hay un traslado se avisa a los reclusos en el último momento.

Este grupo de internos con los que trabajaron Gómez y González (que vivían en otra parte del centro penitenciario) reaccionaron en un principio con recelo al taller de arte contemporáneo, pero después acabaron haciendo piezas «interesantísimas» al entender que en definitiva debían encontrar una manera de contar su historia, sus recuerdos. Como la del preso aquel que, tras ocho años de condena, cuando salía a la calle de permiso se mareaba «porque no estaba acostumbrado a la lejanía» y acabó haciendo fotos desenfocadas desde la azotea de la prisión para expresar esa sensación, rememora González, que celebra haber tenido aquella «oportunidad» de experimentar una convivencia tan intensa este grupo de moradores de la prisión, algo que en sus proyectos no suelen poder hacer.

Así, Maria Jesús González celebra que este trabajo desarrollado en Palma ya les había «aportado muchísimo», experiencia a la que ahora se suma además el reconocimiento del Ciutat de Palma.

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