Espejo de papel

Mario Vargas Llosa en busca (otra vez) de 'Madame Bovary'

Hace muchos años, en 1976, Vargas Llosa protagonizó un suceso que lo desunió para siempre de uno de los grandes amigos de su vida: Gabriel García Márquez. El incidente que produjo esa ruptura ha sido materia de numerosas especulaciones que ahora han circulado otra vez

El escritor Mario Vargas Llosa.

El escritor Mario Vargas Llosa. / David Castro

Juan Cruz

Juan Cruz

La decisión de Mario Vargas Llosa de dejar el domicilio que compartía con Isabel Preysler desde hace siete años en las afueras de Madrid para regresar a su casa en la calle Flora de la capital de España ha hallado en un cuento, Los vientos, publicado hace dos años en la revista Letras Libres, caldo de cultivo para relacionar una vez más la literatura que él hace con la vida del escritor peruano. La ruptura del Nobel con la madre de sus tres hijos nunca tuvo comentarios públicos por parte de ella, Patricia Llosa, prima suya, con la que se había casado en 1965.

El cuento Los vientos fue publicado ante cierta indiferencia pública o literaria, pues, como el mismo personaje que dibuja el autor de Los Cachorros en el citado relato, cada vez se lee menos y, además, cada vez se escribe peor. En todo caso, el cuento y la vida parecía que iban en paralelo, por lo que coligen ahora diarios, revistas, programas de televisión, dedicados a las idas y venidas de los respectivos corazones.

Según esas interpretaciones, lo que explica el protagonista del cuento, un hombre extraviado cuya edad provecta lo obliga a soportar sus propias ventosidades, es metáfora del drama que el mismo Vargas Llosa estaba viviendo en los tiempos en que escribía el relato.

Los vientos constituiría, pues, la crónica de la imparable ruptura de aquella relación. Por lo cual se deduce que durante estos dos años que han pasado el autor de La ciudad y los perros estaría viviendo una situación cuyo previsible final sería marcado por la noticia que daría esta última semana la propia Isabel Preysler en Hola. El argumento ofrecido por ella en la citada crónica de la revista con la que colabora fue la exhibición de celos por parte de su compañero. Él no ha dicho nada al respecto.

Las especulaciones que siguieron a la nota oficial de la ahora excompañera de Vargas Llosa fueron alimentadas con los materiales encontrados en el ahora tan citado relato. Numerosos periodistas o asimilados añadieron, además, testimonios anónimos (atribuidos, en uno y otro caso) a entornos allegados, de modo que ahora Madrid, y no tan solo esta ciudad, está infectado de conocedores de cada uno de los aspectos de esa relación que se ha roto, igual que se inició, con el amparo informativo esencial de la citada revista.

Es improbable que esta serie de interpretaciones, que han tenido en la existencia de Los vientos la raíz de una credibilidad que no ha sido avalada por el protagonista masculino de la ruptura, sean dilucidadas con rigor al menos hasta que se pronuncie Vargas Llosa y complete lo que de novela está teniendo el suceso. O puede que a partir de ahora sea el silencio el que acoja una larga espera de la presente diatriba.

Hace muchos años, en 1976, Vargas Llosa protagonizó un suceso que lo desunió para siempre de uno de los grandes amigos de su vida: Gabriel García Márquez. El incidente que produjo esa ruptura ha sido materia de numerosas especulaciones que ahora han circulado otra vez. Alimentado por ambos silencios, el de Gabo y el de Mario, aquel trompazo que propinó este último al autor de Cien años de soledad a la entrada de un cine en México ha sido relatado como si hubiera sido visto por mil ojos.

La versión de Preysler es la de los “celos” de su compañero; la de Vargas Llosa la están sacando de su propio cuento, pero él no ha dicho nada”

Ni Vargas Llosa ni Gabriel García Márquez quisieron explicar qué había sucedido, y sus mujeres respectivas, Patricia Vargas y Mercedes Barcha, tampoco dijeron nada. A lo largo de los años, sin embargo, hubo pocos en el mundo de la literatura, el periodismo y sus aledaños que no tuvieran materia para dar una versión que sólo halló silencio, como puede ocurrir ahora en este nuevo caso en el que el Nobel peruano vuelve a ser el otro protagonista. La versión de Preysler es la de los “celos” de su compañero; la de Vargas Llosa la están sacando de su propio cuento, pero él no ha dicho nada. Como en la ruptura Gabo/Mario, esta otra ruptura está abierta a las más diversas versiones.

Mientras esos misterios con los que la prensa (y no sólo la del corazón) expresa su interés por la materia real de la ruptura, regresa a la palestra española la costumbre de relacionar la vida personal, la actitud política y lo que escribe el autor peruano. Mientras ha durado esta relación entre los que ahora han roto, ciudadanos de la pluma y de la crítica política o cultural han hecho cábalas sobre la influencia que los compromisos sociales, e incluso políticos, del autor de El pez en el agua, han sostenido sobre su propia literatura periodística o de ficción. A partir de ahí han arreciado los ataques contra sus posiciones políticas, de carácter conservador, como argumento para denostar también su obra literaria.

En los días en que se ha producido este desenlace sentimental de su vida personal ha habido especulaciones, numerosos escritos de prensa y, también, mucha referencia al significado de Los vientos. Quizá la que con más sustancia refleja lo que podría ser una interpretación humana de esta situación que habita entre Kafka y, por cierto, algunos textos del propio Vargas Llosa, es la que acaba de publicar en Facebook el escritor Sergio del Molino.

Su comentario nace de ese cuento, Los vientos, precisamente, y sobre lo que deducen de la propia vida privada de su autor los numerosos comentaristas del momento. En el cuento, señala Sergio del Molino, “hay mucha más tragedia que comedia, y más verdad humana que en todos los chistes, burlas y odios sobre los hombres viejos y poderosos á la mode. Es fácil reírse de un escritor encoñado, eso lo hace cualquier bot de Podemos con cuatro memes a mano en su móvil. Lo difícil y hermoso es compadecerse del hombre perdido, de quien lo tiene todo y lo es todo y lo pierde todo por una ofuscación juvenil, por su propia banalidad del mal, y se da cuenta muy tarde de que es un desgraciado, que se ha engañado a sí mismo sin poder excusarse como se excusaría un joven: no puede alegar inexperiencia”.

Sigue Del Molino, sobre el cuento en el que el protagonista lamenta haber dejado a 'Carmencita' su mujer por otra de la que ya ni se acuerda, que este viejo que no puede aguantar sus ventosidades y lamenta que su pichula (su pene, se dice así en Perú) ya no sirva sino para hacer pipí “ha caído en la trampa como un adolescente furioso en plena confusión hormonal”. Un personaje así “despierta simpatía y compasión en cualquier persona que entienda algo de la vida y sepa bien lo fácil que es tropezar y caer en las tumbas que nosotros mismos cavamos con entusiasmo”.

No es fácil hoy en el periodismo, de cualquier género, hallar una interpretación de esta clase, pues, como le dijo el propio Sergio del Molino a este periodista, es muy frecuente advertir ahora la “muy antipática soberbia moral” que lleva a mucha gente a burlarse “de las humanísimas debilidades de un hombre”.

Acaso Mario Vargas Llosa cuente alguna vez lo que ha vivido y lo haga, de nuevo, recurriendo a la ficción que ahora sirve al periodismo para sustituir su silencio. Mientras tanto, se sabe de él que ha viajado fuera de Madrid, lejos del escenario de aquel cuento y de sus circunstancias. Su hijo Álvaro subió a Twitter unas imágenes de su padre leyendo en alto la primera edición de Madame Bovary, la obra de Flaubert que tanto ha influido en su literatura. En febrero ingresa en la Academia Francesa y seguramente esa lectura es vital de cara al compromiso público que lo va a unir con la cultura literaria del país que primero amparó su vocación de escritor. Ya fueron aquel libro y ese novelista su piedra de toque para toda su literatura. Ahora va, otra vez pues, en busca de Madame Bovary.