Lo corriente en un concierto de Lori Meyers: que el público coree cada tema como si no hubiera un mañana. Lo que no es habitual: que Antonio López, alias ‘Noni’, tenga al público al alcance de su mano, que pueda mezclarse con él, que al agacharse no solo le lancen besos, sino que se los den en la cara sudada, que una mujer le coja el micro y repita una y otra vez la parte más picante de Emborracharme para pedirle, explícitamente, un revolcón allí mismo. Eso solo es posible en directos cercanos como el del Son Estrella Galicia Posidonia. La banda llegó a Formentera con el propósito de relajarse (junto a sus familias) tras una gira veraniega extenuante. Pero ‘Noni’, una vez en el escenario, no se anduvo con contemplaciones. Caña y, sobre todo, desfase: «Este año estamos en el punto de hacer un híbrido: novedades y clásicos. No es el momento para dar la turra con tu nuevo trabajo».

Pero ya llevan un año con él.

Hay canciones del nuevo disco, Espacios infinitos, que se complementan muy bien con las canciones antiguas. Venimos del periodo pandémico: tenemos que hacer conciertos de greatest hits. No tenemos que hacer como que no ha pasado nada, presentar el nuevo disco y como si nada. Sí ha pasado y hemos vuelto a tener una normalidad que a ver cuánto nos dura.

Ya han pasado al nivel clásicos. Y sus canciones, al de himnos. Cuando en un festival, como el Contempopránea de 2018, cada artista te homenajea con una versión de tus temas, es porque ya estás en el Olimpo. O cuando acabas una gira con un concierto como el del WiZinkCenter de aquel año.

2018 fue súper emocionante. Para mí tuvo una doble lectura. Por una parte, me daba vergüenza, por otra me emocionaba. ¿Sabes cuándo se te quita la vergüenza? Cuando notas que todos los grupos ponen mucho corazón de su parte en esas versiones. Ser reconocido por el público es muy guay, pero cuando te reconocen los músicos, tus compañeros del gremio, eso ya es otra cosa.

Tras estos años de pandemia, ¿cómo ha sido su vuelta a los escenarios?

Ha sido complicado. Por la incertidumbre, por no saber cómo comportarse después de que la gente lo pasara tan mal. Y lo que ocurrió en ese periodo fue que la cultura empezó a ser innecesaria. Al principio lo entendí, pero a los tres meses, no. ¿Nos estáis encerrando y ni siquiera podemos tener algo con lo que poder evadirnos? La gente empezó a hacer esos directos absurdos de Instagram en los que la música sonaba como el culo. De toda esa mierda sólo se aprovechaba Instagram. Pero no teníamos otra plataforma para decirles a los fans que seguíamos vivos como banda. Lo hicimos en pandemia porque no quedaba más remedio, porque era necesario para nuestros seguidores.

La actuación de Lori Meyers (mientras los asistentes comían pulpo a feira) cierra la programación del Son Estrella Galicia Posidonia en Formentera

Un alivio, pues, volver a dar conciertos en vivo y presenciales.

Al principio no quería dar conciertos con gente sentada. Lori Meyers no es un grupo para que el público esté sentado. Hicimos alguno así y al final se levantaban, apretando la silla al culo, con tal de bailar y dar saltos. Algunos incluso tiraron la silla, como diciendo ‘estoy hasta los huevos. Está sonando Mi realidad, me estoy viniendo arriba y esto no es normal’. Yo no habría tocado en esas condiciones, pero había que hacerlo: por nosotros para curarnos en conciencia, para quitarnos todo lo que llevábamos encima, esas preocupaciones, esa incertidumbre diaria derivadas de la pandemia… Pero también por nuestros técnicos. Llevaban cuatro años sin trabajar, picoteaban de lo que podían. Pero ellos viven al día. Nosotros, los miembros de Lori Meyers, podíamos tener unos ahorros por tanta gira que hacemos. Para ellos fue muy complicado. Intentamos cuidarlos todo lo que pudimos. Por eso, aunque yo no quería tocar el verano de la pandemia, hicimos algunos directos para que tuvieran algo de trabajo, pero fue complicado.

¿El disco es la excusa para seguir subiendo al escenario?

Es nuestro pretexto para seguir girando, pero al mismo tiempo, el disco supone magia para nosotros. Si te enamoras de él, has triunfado. El problema es cuando un disco te cuesta más de la cuenta, cuando conlleva problemas

¿Por dinero o porque no sale?

Si eliges a un productor es para trabajar con él. Si no, pues no lo tienes. Cuando dimos con James [Bagshaw, el productor de Espacios infinitos], del grupo Temples, que es más joven que nosotros, aportó unas lecturas más juveniles de nuestras canciones que nos vino muy bien a los dos. A nosotros nos hacía falta trabajar con alguien así, más joven, que nos sacara eso que los grupos pierden con el paso del tiempo, la frescura.

¿‘Espacios infinitos’ es fruto de la pandemia?

Es un híbrido. Yo no compongo letra y música a la vez. Primero creé la música. A principios de 2020 la tenemos y, de repente, nos pilla a pandemia. Y es cuando empiezo a cambiar parte de las letras que ya tenía escritas para adaptarlas al momento que vivíamos. Me encanta vincular un disco a una época, que me evoque determinados momentos. Escucho Súper 8, de Los Planetas, y sé en qué época estoy: me sitúa en la Escuela de Arte y Oficios de Granada, cuando era un adolescente. Me encantan los discos temporales.

Mítica portada, la de ‘Súper 8’.

Ya te digo. Me transporta a la Escuela de Artes y Oficios, donde dejaban fumar porros en todas las plantas. Me sitúo: escucho a Los Planetas y no paro de fumar porros. Eso era Granada.

¿Lo importante es trascender o pasarlo bien?

Lo importante es tener personalidad. No hay nada mejor que alguien ‘ramdom’ se te acerque y diga que se siente representado por mis letras. Suelo decir que son muy personales y muy frikis. Acumulo historias de colegas que mezclo con las mías e intento que parezcan reales, con una pizca de filosofía. Porque me encanta la Filosofía. Soy un estoico. Mis influencias son los grandes poetas franceses y españoles, algunas películas y bandas sonoras.

¿Alguna canción de la que ya están hasta las napias de tocar pero que los fans se cabrean si no suena en el concierto?

Ninguna. Un secreto: no ensayamos, ni Mi realidad ni Emborracharme, solo aquellas en las que los músicos tienen dificultades. Para qué reventarnos a ensayar un tema que has tocado mil veces. Por eso no nos cansamos de ninguna. La gente, en cuanto tocamos los primeros acordes de algunos de nuestros clásicos, se ponen como motos. Y eso nos da mucha energía.

¿Día de acústico o de caña?

De caña. La hemos cagado, hemos traído a toda la banda, siete. No sé si cabremos, pero nos meteremos donde sea. Vienes a Formentera y parece que solo queda la posibilidad de hacer acústico con instrumentos de palo, por el lugar, porque es una isla. Pues no, un eléctrico. Hoy no he parado de cargar bultos. Tengo los brazos machacados.

24 años en activo, que no son pocos. «El tiempo pasará/ Y nunca olvidaré/ las cosas que decíamos/ que íbamos a hacer».

Empecé a dedicarme a la música con 18 años. Tengo 41 y sólo he hecho esto. A veces me planteo en mi casa qué es lo que me gusta: la jardinería, la Filosofía, la Historia, estudiar belicismo… Y me pregunto a cuántas cosas me podría haber dedicado si no hubiera invertido tanto tiempo en la música. Al mismo tiempo pienso que lo que hago es lo mejor a lo que me podía dedicar, que mi talento está para eso.

En todo ese tiempo es evidente que han progresado como banda y como músicos.

Yo componía canciones con tres o cuatro acordes, hasta que metimos en la banda a Alejandro [Méndez, voz y guitarra], un tío de conservatorio que sabía solfeo. Aprendimos mucho de él. Nos decía, ‘no sigamos todo el rato con este puente, cortemos en cuatro partes…’. Fuimos aprendiendo de él. Teníamos 19 años entonces. El otro, Alfredo [Núñez, batería], era el prudente. Encontramos el punto perfecto: un tío muy bueno como músico, Alejandro; otro muy imaginativo, yo; y otro muy correcto, Alfredo, que mantenía los gastos para que no nos arruináramos.