Cuentan los restauradores del Museo del Prado que el día que le explicaron durante una visita al entonces ministro de Cultura, Mariano Rajoy Brey, que debajo de los vuelos de la falda de 'La Condesa de Chinchón' (1800) había dibujados dos rostros masculinos enarcó la ceja y pidió que se lo explicaran de nuevo. 

No terminaba de creérselo, cuentan los que asistieron a aquella visita. Ciertamente si uno no es conocedor de los hábitos de los pintores, que reciclaban lienzos cada dos por tres, sorprende esta práctica tan extendida, incluso entre los más grandes. Un claro ejemplo, relatado en esta serie de EL PERIÓDICO DE ESPAÑA, medio del grupo Prensa Ibérica al que también pertenece este diario, sobre Los secretos del Prado, es el de Tiziano, que recicló un lienzo donde tenía pintado a Carlos V para retratar a su hijo Felipe II. 

'La condesa de Chinchón -o La Chinchona', como es popularmente conocido- es un retrato "más ancho de lo normal", y esto se debe precisamente a que en la pintura primigenia "había un mueble", según explica Gudrun Maurer, conservadora de Pintura Española del siglo XVIII y de Goya. De ahí que el pintor aragonés seleccionara un lienzo más grande de lo habitual, de 216 centímetros de altura por 144 de ancho. 

"La modelo es muy grande, es superior al tamaño natural, y además nos da la sensación de que la postura es un tanto extraña. Los muslos son larguísimos, salen mucho hacia el espectador y los brazos de la silla parecen colocados a distintas altura. El de la izquierda está más alto que el de la derecha", asegura Miguel Hermoso, doctor en Historia del Arte especializado en pintura barroca española e italiana y profesor de Arte en la Universidad Complutense de Madrid, que añade que Goya siempre tenía "esos problemas con la anatomía y la perspectiva", si bien matiza que "a pesar de ello es un buen cuadro". 

El retrato utiliza un fondo neutro, y "tiene una armonía de colores muy simple", con grises y un pardo negruzco un poco verdoso en el fondo, lo que según Hermoso es marca de la casa: "Esta restricción voluntaria en los colores también es un signo que usan algunos artistas para demostrar que un cuadro no se hace con mucho colores, sino con talento". 

El estudio técnico del cuadro en el año 2000, después de su adquisición por el Museo por 4.000 millones de pesetas (24 millones de euros), reveló que fue pintado encima de un lienzo ya usado por Goya. En la radiografía se identificó plenamente un retrato en pie de Manuel Godoy, el marido de la condesa, y otro menos visible y subyacente de un caballero joven, que lleva en el pecho la cruz de la orden de San Juan de Malta. 

Giro de 180 grados

Ambos fueron cubiertos por esa capa de color beige rosado, utilizada como preparación del retrato final de la condesa, para la que Goya dio la vuelta al lienzo para esconder bajo la falda los otros retratos.  

"En el caso del caballero desconocido seguramente fue un personaje importante", precisa Maurer, que señala que se desconoce por qué no llegaron a buen puerto los dos retratos anteriores. "El de Godoy no estaba terminado como sí lo estaba el del otro caballero", añade.  

Las teorías sobre lo ocurrido son múltiples. Desde que a quienes encargaron el cuadro no les gustara el resultado final y se negaran a pagarlo a que, en el caso de Godoy, no le gustara el resultado, pero una vez abonado pidiera que retratara a su mujer, entre las numerosas posibilidades. Lo cierto es que en la época los lienzos eran caros y los pintores no dudaban en reutilizarlos.

"Goya en esta época es el principal pintor de todo Madrid. Cobra unos precios altísimos. No tiene problemas de material ni de lienzos ni de nada. Quizá hizo el retrato y a Godoy no le gusto y pensó que no podía vendérselo a nadie que no fuera él y lo pintó de nuevo", elucubra el profesor universitario.

Lo que sí está documentado es que Goya conocía a la condesa de Chinchón desde que era niña. Hija del infante Don Luis Antonio de Borbón, hermano de Carlos III, la había conocido en Arenas de San Pedro, donde su familia había sido apartada de la Corte, y es cuando la casan con el primer ministro de Carlos IV, precisamente por orden de este, cuando la hace el retrato de cuerpo entero. 

Excelente retratista

Eran los cuadros más caros que pintaba Goya -los retratos-, del que toda la aristocracia madrileña reclamaba por entonces sus servicios por su fama de excelente retratista, ya que conseguía muy buenos parecidos de los personajes.  

"La pinta sentada, que es una posición de privilegio, no todo el mundo puede sentarse en la España del siglo XVIII", señala Hermoso sobre un cuadro que parece "pintado con rapidez", explica Maurer, ya que "las brochas y las trazas son rápidas pero de lejos no lo parecen y sugieren movimiento". 

La sala del Museo del Prado donde está 'La condesa de Chinchón', de Francisco de Goya. EPE

Al acercarse uno al cuadro percibe que las pinceladas están "dadas al azar", destaca el doctor en Historia del Arte, "casi como que el pincel fuera en zigzag un poco como a Goya le hubiera parecido, pero si te alejas está todo en su sitio y da la sensación de esa muselina muy suave que está cubriendo a la mujer". 

"La condesa tiene una postura elegante, clásica. El cuerpo mira a un lado y la cabeza para otro, como María Luisa en La familia de Carlos IV; crea equilibrio en la figura, que está pensativa", prosigue la restauradora en el análisis de un lienzo que tiene muchos detalles, muchos significados. 

"Las manos están perfectamente sobre su vientre. En aquel momento está encinta; pocos meses después nace su hija Carlota, que fue apadrinada por los reyes. De ahí que su tocado lleve espigas [emblema de fecundidad, como símbolo de la diosa Ceres]. Tiene una expresión de felicidad, porque lo era. Es algo que se desprende de sus cartas a la reina [...] Está sentada casi como una virgen esperando", añade Gudrun. 

"Por estar embarazada la parte del vientre es la que está más iluminada, se puede decir que es un rayo de luz blanca que está brillando en el centro", prosigue Hermoso, que también destaca como Goya quiere resaltar "la modestia" del personaje porque "no mira directamente al espectador". "Es casi una representación alegórica de la discreción, de una buena mujer y una matrona casi romana".

El vestido aun así es "última moda, ya que es corte imperio", la moda que arranca con la Revolución francesa y que se olvida de los corsés y las faldas de mucho vuelo que se usaban en España hasta 1780. "El retrato gustó bastante en la época, es muy bonito. Se nota que la modelo le caía bien. La familia de su padre, de hecho, le había ayudado muchísimo en los inicios de su carrera en Madrid", concluye Hermoso sobre el cuadro cuya intrahistoria dejó de piedra a Rajoy.