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Souvenirs

Cucharillas alérgicas al café

La capacidad de los diseñadores de souvenirs para crear objetos inútiles es inagotable. Si crearan una empresa farmacéutica se dedicarían en exclusiva a la elaboración de placebos.

Hoy presentamos un diseño con una amplia representación en el Museo del Souvenir. Es un objeto que tras una apariencia de utensilio imprescindible oculta que jamás ejercerá la función para el que fue creado miles de años atrás. Se trata de la cucharilla. No se trata de la que se encuentra al abrir cajones o armarios de las cocinas del mundo. Esta suele estar recubierta por una fina capa de plata o alpaca y al final del mango la remata un rectángulo, un óvalo o un triángulo capaz de contener el escudo de una ciudad milenaria, el Machu Pichu o la Mare de Déu de Lluc.

Lo que nunca hará nuestra cucharilla de recuerdo es bañarse en un café, remover la nube de leche fría del five o clock tea o endulzarse entre el chocolate, la nata montada y las ciruelas de la tarta Selva Negra. La cucharilla-souvenir ha nacido para cumplir tan altos designios que nuestra visión limitada no alcanza a verlos. Y eso que la cuchara funcional suma miles de años.

Las primeras son del paleolítico. Lo cual significa que, como mínimo, tienen 12.000 años. Se hacían de madera o hueso. En Mesopotamia, Siria y Egipto introdujeron los mangos tallados. En Roma la llamada cochlea tenía el mango acabado en punta y podía cumplir una función parecida a la del actual tenedor. Sin embargo, hasta el siglo XIX las cucharas solo competían con los cuchillos en la mesa. Los tenedores, pese a existir desde siglos antes, se consideraban una excentricidad.

Las cucharillas souvenir se encuentran en todo el mundo. El mango a veces pretende representar varios motivos —por ejemplo, el país y la ciudad— y en este caso se remata con dos o hasta tres óvalos. Los fabricantes más barrocos retuercen el mango. Los que patentizan que se trata de un objeto de nula utilidad graban el interior del cuenco. Es cierto que se pueden encontrar un mínimo de seis usos distintos de cucharas —sopa, consomé, de servicio, salsera…—, pero el mundo del souvenir se ha concentrado en la del tamaño postre. Existe pasión coleccionista. Algunos suelen pedir a los amigos viajeros que les consigan las de los países que visitan. Esta extraña afición —aunque no más que la de los llaveros, mecheros o maquetas de avión— ha generado un negocio secundario de marcos y expositores para que luzcan en la pared de los mejores hogares.

¿Y cuáles son los motivos preferidos de las cucharillas recuerdo de Mallorca? Ya se sabe que la originalidad no abunda. Por supuesto, existen varios modelos en los que está grabada la catedral de Mallorca. Me ha sorprendido una dedicada a la Mare de Déu de Lluc, supongo que de venta en el santuario.

Las del escudo de Mallorca o de Palma también se encuentran en múltiples versiones —ya se sabe que el rigor histórico o artístico no encaja en este museo—. El oficial se «divide en cuatro cuarteles donde aparecen, en el segundo y el tercero sobre azur, un castillo de plata con una palmera encima sobre las olas del mar, y en el primero y cuarto con el símbolo de los cuatro palos de gules sobre oro. Va encabezado por una corona, símbolo del reinado de los monarcas de la Corona de Aragón sobre la ciudad y un murciélago con las alas abiertas». En la más extraña, la Almudaina parece una pagoda china y la cuatribarrada es una nonagarrada, o como diablos se diga.

El dedicado a las cuevas del Drach compendia la leyenda, estalactitas y estalagmitas, el lago Martel, las barcas que lo cruzan y solo una vista deficiente impide ver si a bordo navegan los músicos con pianola y violines.

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