Nació Aurore Dupin en 1804, en un siglo en que «deficientes mentales, menores, delincuentes y mujeres no tenían derechos legales». Pero ella, consciente de que a las mujeres no se las escuchaba, decidió transgredir las reglas sociales y vivir con total libertad: fumaba en público y vestía de hombre por las calles de París, se separó de su marido, tuvo un buen número de amantes (la llamaban la Don Juan femenina), entre ellos el músico Frédéric Chopin, con quien vivió en Valldemossa, y el poeta Alfred de Musset, y usó seudónimo masculino, convirtiéndose en una de las grandes escritoras e intelectuales de su tiempo, respetada por Flaubert y vilipendiada por Baudelaire. Rescatan su vida en el cómic George Sand, hija del siglo (Garbuix Books) la guionista Séverine Vidal (1969) y la dibujante Kim Consigny (1991).

George Sand, una vida en viñetas

«Aún hoy sorprende cómo en su época pudo imponer su forma y estilo de vida y ganarse el respeto de tantos hombres del mundo de la cultura y la intelectualidad [se relacionó con Franz Liszt, Delacroix, Balzac o Victor Hugo]. Ella no era representativa de las mujeres de su siglo, pero sí de las luchas por sus derechos. Cuando las mujeres no podían tener vida propia, ella representaba la voluntad y las ansias de tenerla», explica Consigny.

Su aristócrata abuela paterna, que menospreciaba a su nuera por ser de clase baja, se hizo cargo de la nieta tras morir su padre en accidente y le dio la educación que le habría dado a un niño. De espíritu bohemio, George Sand (1804-1876) defendió sus ideas feministas y socialistas, entre ellas el sufragio universal y la justicia social. «Se quitó el corsé, literalmente y en todas las facetas de su vida. Las desarrolló todas sin renunciar a ninguna: eligió vivir con total libertad como madre, abuela, amante, amiga y escritora», señala la dibujante.

George Sand dejó a su marido, Casimir Dudevant, con quien se casó a los 18 años después de que este le diera una bofetada en público. «El divorcio no existía. Obtuvo la separación pero podía perder la custodia de sus hijos y su mansión de Nohant, heredada de su abuela. Pero supo defenderse a sí misma y probó que era ella la que ganaba el dinero para sostener la casa y a sus dos hijos. Tuvo claro qué debía argumentar y cómo hacerlo. Habría sido una gran abogada», destaca de la prolífica autora de obras como Lélia, Indiana, Un invierno en Mallorca, sobre el tormentoso invierno que pasó allí con un enfermo Chopin, o Lucrezia Floriani.

George Sand, una vida en viñetas Anna Abella. Barcelona

En más de 300 páginas caben episodios increíbles, como cuando al morir su abuela su tutor la llevó de noche a la tumba del padre para que besara su calavera como muestra de respeto y amor. «Es muy bizarro pero no tan extraño en el romanticismo, que tenía una parte sombría. La muerte estaba muy presente. Besar un cráneo era una excentricidad, pero no estaba mal visto. En la época, era típico de los domingos pasear hasta la morgue y ver los cadáveres del día», revela.

Tanto o más que sus obras se recuerdan sus relaciones amorosas. «La de Alfred de Musset fue más intensa, violenta… pero la que mantuvo con Chopin fue más maternal, amorosa y cariñosa. Se cuidaban el uno al otro, aunque ella le cuidaba más a él, por su mala salud [murió a los 39 años de tuberculosis]. Ella nunca repitió un patrón en sus relaciones, las vivió de formas muy distintas».

También reflejan su relación con la actriz Marie Dorval. «Hay dudas entre los biógrafos, pero muchos creen que sí fue amorosa y que el puritanismo la camufló de amistad. Las cartas destilan que hubo amor en un momento determinado y que luego conservaron el vínculo el resto de sus vidas», señala Consigny.

Además de las cartas, que «permiten ver a la George Sand más familiar», y las biografías, la fuente principal de documentación fueron las memorias de George Sand, Historia de mi vida. Espera la dibujante que el cómic incite al lector a buscar sus obras. «Hay que recordar lo buena escritora que era y por lo que se la valoraba ya en su época. Fue un ejemplo de resiliencia, porque, pese a los momentos difíciles, no se hundió y los afrontó de cara, algo muy de su siglo, el del romanticismo».