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Un icono de la fotografía

Visita a Leica, la mítica cámara que salvó vidas

La cámara alemana, creada, en 1914, por Oskar Barnack, posee un maravilloso complejo en la localidad alemana de Wetzlar | "La Leica es la extensión de mi ojo", llegó a decir el mítico fotógrafo Cartier-Bresson

Leica M4, con un impacto de bala, que le salvó la vida al reportero John A. Schneider, en la Guerra de Vietnam. EMILIO PÉREZ DE ROZAS

Todo el complejo está pensado, ideado, creado, diseñado, distribuido y construido con un gusto exquisito. Se diría, pero no, no se puede decir, que todo es excesivamente guapo, moderno, perfecto, impecable. Pero es que así ha sido Leica desde que se creó, desde que Oskar Barnak, un experto en inventar microscópicos, convenció a su jefe, Ernst Leitz, allá por el año 1914, de que el futuro estaba en esa cámara Ur-Leica que acababa de inventar y con la que se podían captar, secuestrar, conseguir fotografías que, con el paso de los años, acabarían convirtiéndose en auténticas obras de arte y, sobre todo, en material imprescindible para que la gente supiese qué estaba ocurriendo en el mundo, tuviese recuerdos de su vida y, pese a la aparición de la televisión, más o menos en los arranques de los 50, se mantuviese como un instrumento único, incluso ahora que existen los móviles, para comunicar sensaciones y provocar el cosquilleo de la gente al ver las imágenes que produce analógica o digitalmente.

Precioso complejo

Si uno ha vivido su infancia, juventud, adolescencia y profesión rodeado de cámaras Leica, de armarios repletos de cámaras Leica, en la Ronda Universidad 23, es decir, ‘La Ronda’, no puede por menos que aprovechar el traslado, el viaje, el desplazamiento de Sachsenring, antigua República Democrática de Alemania, a Assen, Países Bajos, de un gran premio a otro, para visitar, de nuevo, la fábrica Leica, la mítica cámara que rivaliza con las japoneses (ahora Sony les ha metido un buen mordisco a todas, especialmente a Canon y Nikon), cuyo precioso complejo está ubicado en la localidad alemana de Wetzlar, una pequeña ciudad de 50.000 habitantes, muy cerquita de Frankfurt.

Uno de los edificiones del complejo Leica, en Wetzlar. EMILIO PÉREZ DE ROZAS

Es un complejo espectacular, con hotel y cine incluido, por supuesto una preciosa galería, un no menos interesantísimo museo Ernst Leitz (el nombre de Leica proviene de la unión de LEItz y CAmera), un Vienna House y la propia fábrica repleta de una sofisticadísima tecnología, de enorme precisión, como las ópticas, prismáticos y microscopios que fabricaba Leitz antes de dar el salto a las cámaras analógicas, que popularizarían los mejores fotógrafos del mundo y que aún ahora sirven para plasmar las mejores imágenes, a menudo en blanco y negro pues, como decía mi padre, “la vida es en color, pero las fotos han de ser en blanco y negro”. Y sino que se lo digan a los maestros Henri Cartier-BressonSebastiâo Salgado, Robert CapaThomas Hoepker o Alberto Korpa, entre los muchos que figuran en las paredes de este maravilloso complejo, que, visto desde el aire, se asemeja a unos inmensos prismáticos.

Retratos históricos

Cuando uno entra en Leica entra en un mundo único donde se mezcla la primera cámara, con objetivo de 35 milímetros, es decir, lo más parecido al ojo humano, con el último grito de cámara digital, sistema que muchos creyeron que jamás aplicaría la mítica firma alemana. No deja de ser curioso que el primer eslogan, la frase con la que se lanzó al mercado, al mundo, la ya legendaria Ur-Leica, inventada por Oskar Barnack, fue “negativos pequeños, imágenes grandes”.

Tan grandes como ese retrato del Che Guevara de Alberto Korpa; esa ‘niña herida por el napalm’ de Huynh Cong Út, que acaba de cumplir 50 años; ‘el beso del día de la victoria’ de Alfred Eisenstaedt; ‘la muerte de un miliciano’, de Robert Capa o el impresionante retrato de Muhammad Ali, puño fino, enfocado, rostro, serio, determinante, agresivo, desenfocado, de Thomas Hoepker.

Una de las muchas imágenes que hay expuestas en la Leica Gallery. EMILIO PÉREZ DE ROZAS

Uno pasea por los inmensos espacios del Leitz Park de Wetzlar y sus espaciosas salas, sus impecables paredes dedicadas con mimo a las mejores fotografías de la historia (o buena parte de ella) y, sobre todo, se detiene en sus vitrinas, preciosas y limpiamente iluminadas, donde están todas y cada una de las obras de ingeniería fotográfica y óptica que han convertido a Leica en la máquina perfecta y, como dijo un día el maestro Cartier-Bresson, “en la extensión, de mi ojo”, y acaba deteniéndose en un mostrador, en el centro de la principal sala de la Leica Gallery, que resulta poco menos que imposible no verlo.

Se trata de algo que, como diría Johan Cruyff, te provoca “gallina de piel”. Es una Leica M4, de 1968, sin objetivo, plateada y negra, como deben ser las Leica, como fueron siempre las Leica, con un impacto de bala, o varios impactos de metralla, o una ráfaga de metralladora en el mismo punto, próximo, muy próximo al visor, que le salvó la vida a John A. Schneider, fotógrafo de Newsweek, en los años sin sentido de la Guerra del Vietnam. La cámara, en cuyo reverso figuran las iniciales J.A.S, demuestra, entre otras cosas, no solo lo fuerte, lo dura, lo resistente, lo bien hecha que fue fabricada sino el hecho de que ella, sus antecesoras y siguientes cámaras Leica fueron, no solo testigos, sino piezas vitales para que los aguerridos fotoperiodistas pudiesen (perdón, puedan) mostrar al mundo las atrocidades que se producen en las guerras.

'La niña herida por el napalm', de Huynh Cong Út, que ahora cumple 50 años. EMILIO PÉREZ DE ROZAS

Es posible, sí, y todo ello queda plasmado en este complejo rodeado de prodigio y magia, que la idea que proyectó Barnak en el momento de inventar la primera Leica, en su curiosa mesa de trabajo, digna de un escritor más que de un científico de la precisión y la óptica, se adaptase perfectamente al instrumento que precisa todo reportero: una cámara pequeña, rápida, manejable, que pueda disimularse y que capte varias tomas de una vez. Eso fue lo que acabó convirtiendo a Leica en el paradigma de la fotografía periodística, instantánea y de autor.

Leica lo cambió todo

Hace no demasiado tiempo, en la inauguración de una exposición, en Brasil, homenaje a los maestros de Leica, alguien escribió: “Hace más 100 años, algo cambió drásticamente el curso de la fotografía. Nació la primera Leica (…) Leica sacó la cámara del estudio y la colocó en la vida real. Instantes decisivos, conocidos como instantáneas, empezaron a recrear nuestras vidas. Hemos sido capaces de ver, sentir, oler miles de momentos. La cámara, especialmente Leica, se convirtió en una extensión del ojo del fotógrafo. La alegría, el dolor, las escenas cotidianas, las buenas y las malas, las horribles, el miedo, los perdedores, los ganadores, la miseria. La guerra desde el interior. Una imagen contaminando las demás. Las imágenes más icónicas de la historia, incluso las que no fueron tomadas por una Leica, se tomaron ‘a causa de’ Leica”.

Abajo, a la izquierda, el mítico retrato de Muhammad Ali, de Thomas Hoepker y, arriba, a la derecha, Oskar Barnack, inventor de la Leica. EMILIO PÉREZ DE ROZAS

No hay mucho color ni en las paredes del Leitz Park de Wetzlar ni en los perfectos e inimitables edificios de Leica. No puede haberlo. Leica es historia y la historia es analógica. Y en blanco y negro. Y los retratos que cuelgan de las paredes de la Leica Gallery son estremecedores. Y no solo ese Che Guevara, que lo es; ese puño negro, casi azul marido, amenazador de Muhammad Ali, que lo es; esa niña quemada en napalm, que lo es; ese miliciano ametrallado, que lo es, también y, cómo no, esa inmensa fotografía de un hombre orinando en unos baños públicos, en cuyas paredes hay cuatro retratos, a cual más hermoso, de la mismísima Marilyn Monroe, pícara, sonriente, en blanco y negro, que lo es.

Paseando por el complejo de Leica de Wetzlar no acabas de hacerte a la idea de que el maestro Sebastiâo Salgado pudiera tener razón cuando, hace apenas cinco años, intuyó que la fotografía se estaba acabando “porque lo que vemos en el móvil no es fotografía, no. La fotografía se tiene que materializar, la tienes que imprimir, ver y tocar”.

Así es esta preciosa casa Leica, la cámara que se ha hecho eterna, un icono, un emblema, una manera de vivir y de contar y/o denunciar y/o disfrutar lo que ocurre. La cámara capaz de salvar vidas.

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