El escritor suizo Joël Dicker, autor de La verdad sobre el caso Harry Quebert y al que siguen más de 15 millones de lectores, considera que Netflix «no ha inventado nada» ya que retoma para sus series de televisión el «código» del género literario de la novela, en la que se inspira.

Nueve años después de la publicación de La verdad sobre el caso Harry Quebert, que fue traducida a 42 idiomas, Dicker (Suiza, 1985) regresa a las librerías en español con El caso Alaska Sanders (Alfaguara), que forman, junto con El Libro de los Baltimore, la trilogía protagonizada por el personaje de Marcus Goldman.

En un encuentro con periodistas en Madrid, Dicker asegura desconocer si volverá a escribir alguna novela protagonizada por Marcus Goldman: «No tengo ni idea, no prometo nada porque las promesas nos impiden crear».

La verdad sobre el caso Harry Quebert fue galardonada con el Premio Goncourt des Lycéens, el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa y el Premio Lire a la mejor novela en lengua francesa entre otros galardones y fue llevada a la televisión en 2018.

Y aunque reconoce que las series de televisión aglutinan a la gente y se han convertido en un medio de comunicación entre las personas, ya que es un tema de conversación al que siempre se puede recurrir, cree que el lector de una novela se convierte en creador, al imaginar lo que lee.

El problema, considera, es que el mundo de la literatura y de la edición sigue estando ocupado en discusiones sobre si una novela es un gran libro o no, si es para leer en la playa o para un premio Nobel. «Cuando el mundo de la literatura se dé cuenta de que lo que importa es que guste, el libro superará los logros de la tele», sostiene el escritor.

En El caso de Alaska Sanders, Dicker recupera a Marcus Goldman, el escritor metido a investigador, un personaje que cree que, al no ser un policía, «hace una investigación muy cercana al lector, que podría llevar a cabo cualquier persona». Al no disponer de medios policiales y sólo tener su «cabeza», «en cierto modo es un superpolicía», cree.

Once años después de poner entre rejas a los presuntos asesinos de Alaska Sanders, cuyo cadáver fue encontrado en 1999 al borde del lago de Mount Pleasant, una pequeña localidad de New Hampshire, Goldman inicia una investigación que le volverá a reunir con el sargento Perry Gahalowood. A medida que vayan descubriendo quién era realmente la fallecida, resurgirán los fantasmas del pasado, y entre ellos, especialmente, el de Harry Quebert.

A Dicker no le atraen los crímenes sangrientos, dice, ni como lector ni como escritor o espectador porque no le aporta nada: «El muerto está muerto y no hace falta que le pongamos los intestinos en la boca», dice.

Tampoco escribe sobre psicópatas sino sobre esos crímenes que se cometen en momentos en las que las emociones son muy fuertes porque, señala, no trata de juzgar sino de comprender la razón por la que el asesino ha hecho eso. «La culpabilidad es un peso muy duro de llevar», considera Dicker.

También cree que la novela policíaca es un género infinito: hay un crimen, una víctima, una investigación, pero se puede hacer de muchísimas formas porque hay total libertad de creación, asegura. No sabe si comparte algún rasgo con el escritor de su novela, Marcus Goldman, pero en todo caso es un «negativo de una fotografía».

Dicker es desde hace años también un escritor de éxito, que le permite vivir de la escritura y trabajar en lo que le gusta aunque dice que no le ha cambiado la realidad de lo que es sino que es la percepción que tienen los demás sobre él lo que se ha transformado. Y asegura sentirse un poco cansado de las redes sociales: «Insultarse es insoportable», indica el escritor, que dice que en su uso entra la responsabilidad de cada uno.