Pese a los esfuerzos, entre entrañables y forzaditos, de los parlantes en la gala menorquina de los Max para justificar la elección del lugar, tengo la sensación de que la escena balear importa poco o nada en un mapa totalmente bipolarizado (Madrid/Barcelona). También es cierto que sin una industria sólida es complicado exportar el talento y hacerse un hueco en las salas del resto del Estado; imagínense optar a premios gordos.
Más allá de Josep Orfila y Clara Ingold, un tándem que siempre funciona, el evento fue un desfile más bien tristón de agradecimientos y actuaciones musicales que empezó aún de día —e imagino que con poca gente ante el televisor— y finalizó unas dos horas después, tras reconocer el trabajo imponente de Canto jo y la muntanya balla —de Guillem Albà y Joan Arqué, sobre el libro de Irene Solà y dramatúrgia de de Clàudia Cedó, que se pudo ver hace unos meses en el Principal de Palma— y Una Noche sin luna, de Juan Diego Botto dirigido por Peris-Mencheta.
Quizá la cita debería ser una oportunidad para recordarnos que necesitamos apuestas más estables por los teatros, las compañías y los profesionales del sector; para pensar en una red más extensa y robusta que sirva de base para elevar la creatividad que en los últimos años han demostrado autores, directores, intérpretes y perfiles más técnicos; para alzar la mirada, en definitiva, sobre el hecho puntual de una gala y definir, entre todos, qué queremos ser y hacia dónde nos queremos proyectar.
Y hablando de proyección hacia fuera, en octubre el TNC estrenará Zona inundable, el texto de Marta Barceló sobre la torrentada de Sant Llorenç. La ha dirigido Marta Gil y serán Isabelle Bres, Marc Garcia, Marc Joy, Pepa López, Vanessa Segura y Àlvar Triay los que se suban al escenario. En el Principal se podrá ver en diciembre. Ojalá hablemos de ella en los próximos Max.
