Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

MÚSICA CRÍTICA

When the Saints Go Marching In

Las versiones que de grandes obras del repertorio sinfónico hizo Iain Farrington, permiten a orquestas de pequeño tamaño poder presentar partituras solamente abarcables por grandes formaciones. Hemos de agradecer pues a ese compositor inglés esa tarea, pues agrupaciones de cámara de unos veinte músicos pueden presentarlas en espacios en los que las orquestas grandes no tienen cabida.

Así, la Acadèmia 1830, que dirige Fernando Marina, ya presentó hace un año la Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvorak y ahora ha hecho lo mismo con otra obra de mayor tamaño instrumental como es la Quarta de Mahler, que pudimos escuchar el pasado sábado en la iglesia de Santa Tereseta de Palma.

Mahler siempre sorprende. Aunque conozcas muy bien (es un decir) sus obras, aunque las tengas presente, toda nueva audición conlleva el descubrimiento de detalles, pasajes incluso, que habían pasado desapercibidos. Así por ejemplo, Marina hizo que el concertino (un siempre solvente Smerald Spahiu) sonara algo extraño, desafinado incluso (tal como pide Mahler), cuando interpretaba esas cuatro notas, «escritas por el diablo», que convierten el segundo movimiento en algo terrorífico, mientras la orquesta va por otros derroteros menos curiosos y más musicales. Marina, por otra parte, nos hizo ver como en toda la obra circula el alma humana, que vive, muere y acaba trascendiendo. Lo remarcó en ese tercer movimiento, de una belleza indescriptible, en el que la formación alternó el lirismo del inicio, comparable al Adagietto de la Quinta sinfonía, con esos breves pero intensos momentos de éxtasis sonoro que llevan al final, dando a entender que se abren las puertas del cielo. Un cielo que, con ojos de un niño, Maia Planas nos aproximó a través de uno de los poemas contenidos en el álbum El cuerno mágico de la juventud, que Mahler utilizó en diversas ocasiones y en esa obra en concreto.

El cielo, para Mahler, es un lugar en el que los niños encuentran diversión, a través de buena comida, cocinada por Santa Marta, mientras los santos bailan y danzan, con San Pedro o San Juan en cabeza. Esa es la mirada mahleriana del Paraíso, al menos la que hace suya en ese cuarto y último movimiento de la sinfonía.

Para cantar esa visión infantil, el compositor no pide, a la voz, timbres operísticos, más bien ingenuos. Y así lo entendió la soprano invitada, una Maia Planas que estuvo impecable en ese final, dulce y lleno de música.

Enhorabuena pues a Acadèmia 1830 por cómo se acercó a esa hora de magia sonora y emocional y gracias por programar otra obra del gran repertorio en una versión muy estudiada y solvente.

Compartir el artículo

stats