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Actuación en Barcelona

Red Hot Chili Peppers marcan músculo funk-rock en el Estadi Olímpic

El cuarteto californiano exhibió poder con un repertorio que cubrió más de tres décadas, incluyendo los temas de su nuevo disco, ‘Unlimited love’, en un concierto que convocó a 49.000 personas

Anthony Kiedis, cantante de la banda Red Hot Chili Peppers, durante el concierto en Barcelona. PAU VENTEO / EUROPA PRESS

¿Qué ha pasado con Red Hot Chili Peppers? Sin haber entregado, en los últimos tiempos, los discos más excitantes de su historial, señorean ahora por los escenarios redoblando aforos, como este martes en el Estadi Olímpic, que suplió al habitual Palau Sant Jordi en la parada barcelonesa de la gira ‘Unlimited love’. Apetito voraz y transgeneracional por ver a este coloso californiano, creador de un fibroso sello sonoro a costa de fundir rock duro y funk, y poseedor de ‘hits’ esparcidos a lo largo de tres décadas largas.

Exhibición de fuerza, la de los Peppers, que aun sin llegar a vender todo el papel, convocaron a 49.000 asistentes (según la promotora Live Nation) en plena semana de hegemonía ‘primaveral’, tras llenar el jueves La Cartuja, en Sevilla. Volvió con ellos el concierto de estadios, tres años después del último que vivió ese recinto en formato completo, antes del covid-19 el de Ed Sheeran en junio de 2019. Rock de gran formato precedido por la actuación de un poderoso rapero, el neoyorkino Nas, que preparó el terreno con un ‘set’ fornido, arropado por un ‘dj’ y un avasallador batería, tirando de números como ‘Made you look’ y ‘One mic’.

Improvisando en el estadio

Red Hot Chili Peppers se las apañan para seguir transmitiendo una sensación de banda que se divierte tocando y que se presta a improvisar, ejercicio no muy corriente en un estadio, donde todo se adivina milimetrado. Para abrir la sesión, ‘jam’ al canto, desentumeciendo músculos y engrasando las piezas. La imagen en las pantallas de John Frusciante, el guitarrista e hijo pródigo (y ya van dos veces), resultó muy aplaudida, si bien ya sabemos que aquí los cuatro operarios trabajan, y el bajo de Flea, con sus diabluras y su ‘slapping’, marcó territorio desde el minuto uno. De ahí a ‘Can’t stop’ y, siguiendo la traca de bienvenida, ‘Dani California’ y ‘Around the world’, temas procedentes de esos álbumes del cambio de siglo que en su día sumaron nuevos fans.

Anthony Kiedis, torso desnudo a lo Iggy Pop, es un cantante dotado de una milagrosa sensibilidad pese a la naturaleza contundente del sonido ‘peppers’, y sabe sonar contundente sin necesidad de gritar. Eso se apreció en los temas nuevos, más ricos en matices y modulaciones, como ese ‘Black summer’ con líricas connotaciones covid. En otra de esas piezas, ‘The heavy wing’, quien tomó la voz cantante fue Frusciante, guitarrista por lo demás abrumador en sus correrías por el mástil.

‘Groove’ inconfundible

La obra reciente reservó algunos espacios de mayor serenidad en el ecuador del concierto, si bien todo lo que el grupo toca lo hace suyo de un modo inconfundible. Su ‘groove’ flotante, con una asentada alquimia entre los cuatro miembros, transmitió tensión a un repertorio que avanzó en los tramos finales tirando de ‘Californication’, grito de alerta de la decadencia occidental con sus citas a Cobain y Bowie. Y otras más cartas populares que sometieron el Estadi: ‘Give it away’, loa a la generosidad material, y el medio tiempo ‘Under the bridge’, recuerdo de los viejos tiempos, días de extravío y drogas, ya felizmente superados.

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