Diario de Mallorca

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MÚSICA CRÍTICA

Arcoíris en gris: De solista a tutti

Arcoíris en gris ★★★★

Teatre Principal de Palma (19-05-22)

Alban Gerhardt, violonchelo.

Orquestra Simfònica de Balears.

Pablo Mielgo, director.

Obras de Shostakovich y Scriabin.

Lo normal es que un músico que ocupa un atril de una orquesta, en una ocasión deje el asiento y se ponga delante, de pie, para interpretar el papel de solista de algún concierto. Lo hemos visto repetidamente aquí, cuando nuestra Simfònica confía en sus profesores y les encarga esa misión protagonista. Lo extraño es lo que ocurrió el pasado jueves en el concierto que cerró la presente temporada de abono de la orquesta: que el solista invitado, el violonchelista Alban Gerhardt, después de haber hecho una muy interesante versión del Concierto de Shostakovich, se sentara entre los miembros de la orquesta como un profesor más, y no en los primeros atriles. Un gesto que le honra y que no hace más que añadir elogios a una figura internacional (basta ver su agenda en su página web, impresionante) que aquí brilló y entusiasmó como solista de una obra que pide mucho, al solista, a la orquesta y al público, ya que no deja momentos para el descanso, sino que va creando expectación a medida que amplía el desarrollo.

Sin pausas, casi sin movimientos indicados explícitamente, ese Concierto de Shostakovich es una de las cimas del siglo XX por lo que a este instrumento se refiere, un instrumento que dominaba Rostropovich, para quien lo escribió el compositor en 1959. Un Rostropovich que, en la sesión que comentamos, también se nos mostró como autor, pues el solista ofreció, fuera de programa, una muy interesante obra suya escrita para violonchelo solo.

Pero eso no fue todo, primero nos acercamos a otro Shostakovich, el de la Obertura festiva, que de alguna manera también podemos relacionar con Rostropovich pues el compositor la dirigió en un concierto que había organizado el intérprete. La obra, de pocos minutos de duración, está llena de momentos al estilo fanfarria pues le fue encargada para celebrar un aniversario de la revolución bolchevique en 1953.

Y sin dejar Rusia, la Simfònica dedicó toda la segunda parte a una obra de Scriabin, en concreto su Sinfonía número 2, una obra llena de interés, aunque desconocida para mí hasta hace pocas semanas, cuando el amigo y melómano Miquel Masot me la recomendó.

Y con razón, pues tiene momentos realmente interesantes que hacen que no deje indiferente al oyente, tal como pasó en su estreno en 1902 cuando el público se mostró dividido: mientras unos la aplaudían con fuerza otros la criticaban con dureza. ¿No es esto lo que convierte una obra de arte en grande?

Tanto en esa segunda parte como en las dos piezas de la primera, Pablo Mielgo y sus maestros de la Simfònica estuvieron al nivel al que nos tienen acostumbrados: alto. Un pero, debido a la acústica del teatro, pues no permitió disfrutar de los múltiples matices que las partituras esconden.

Buen final de temporada, con Rusia de fondo, a contraluz. Ahora a esperar que ese ciclo veraniego que empezará en breve nos depare momentos tan interesantes como muchos de los vividos en los meses pasados.

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