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Entrevista

José Carlos Llop: «Saber mirar es imprescindible para la escritura y para la vida»

«El Mediterráneo es Grecia y son las viejas religiones, es el nacimiento del comercio y el escenario de todas las guerras, es la luz maravillosa de la cultura y la tumba de todos nosotros»

José Carlos Llop publica 'Mediterráneos. Poesía 2001-2021'

José Carlos Llop publica 'Mediterráneos. Poesía 2001-2021' M. Mielniezuk

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José Carlos Llop publica 'Mediterráneos. Poesía 2001-2021' Raquel Galán

José Carlos Llop es «un poeta cuya patria es el Mediterráneo». Desde «hace 48 años», bebe de la poesía que allí nace. Y también de la inglesa, un pueblo donde sus «escritores y poetas más importantes del siglo XX viajaron hacia el sur, hacia el Mediterráneo, y muchos de ellos se instalaron aquí». Lo recuerda a las puertas de Sant Jordi con la publicación de su nuevo libro, Mediterráneos, ya que el primer poeta que conoció que mezclaba ambas corrientes fue Robert Graves. Era «un hombre que tuvo una importancia básica en la evolución de nuestra poesía para los que, siendo adolescentes, escribíamos versos. Y todo eso sin salir del Mediterráneo». Este es el segundo tomo de su poesía, que reúne los cinco libros publicados entre 2001 y 2021 y otro inédito, El árbol de los cormoranes.

¿Por qué Mediterráneos, en plural, no en singular?

Si fuera en singular sería una opción monolítica, personalista. Mediterráneos hay muchos. He conocido bastante parte de lo que es el Mediterráneo y no puedo singularizarlo. Creí que era una buena metáfora del tiempo que abarca estos 20 últimos años.

Esta es su definición: «es cultura y pensamiento y fatalismo y sensualidad y espiritualidad y estoicismo». ¿Falta algo?

Creo que no. No es una mala definición de sus cualidades, que suelen entenderse mejor desde dentro –con la maldición que eso implica– que desde fuera, donde lo ornamental suele primar.

¿Qué maldición tenemos?

Los mediterráneos somos los pueblos más antiguos que permanecemos vivos de una civilización que fundó y mantuvo la idea de Europa. Es Grecia y son las viejas religiones, es el nacimiento del comercio y el escenario de todas las guerras, es la luz maravillosa de la cultura y la tumba de todos nosotros. Citando a Eliot, «en el principio está el fin».

¿Qué le debe a T.S. Eliot?

La poesía contemporánea le debe casi todo. La modernidad, en el siglo XX, empieza con Eliot y Ezra Pound, que fue su mentor. Lo que yo le debo sería el distanciamiento crítico, que es lo que permite que un hecho vital, sea de sociedad, sea sentimental o sea fúnebre, pueda convertirse en poema sin pecar de autoindulgencia sensitiva. Para mí T.S. Eliot es la inteligencia.

Alterna poemas íntimos con otros de terceras personas, pero con su propia voz. ¿Los vertebra de forma diferente?

La poesía siempre es superior al hecho biográfico que la desencadena o provoca. Y tanto da que se trate de una vivencia íntima o de acogerse a las voces de la literatura, las del pensamiento o las del arte.

¿Se sigue viendo al releer sus poemas de 20 años atrás?

Continúo viendo al poeta que era cuando los escribí y que es muy parecido al que soy ahora. En todas las páginas de este libro hay un puerto de llegada, que es la voz propia. Esta voz es el verdadero sujeto del poema. El poeta, no me cansaré de repetirlo, solo lo es en aquel momento en que el poema cristaliza en su mente y en el momento en que lo escribe. Y ambos están intrínsecamente unidos. Si dejas que esos dos momentos se alejen, el poema se suele acabar perdiendo en la nada.

Varias veces ha dicho que la poesía «ha de ser revelación». ¿Le sigue ocurriendo?

La poesía es un don. También soy novelista y en la escritura de narrativa se producen hallazgos. El escritor sabe lo que sabe cuando lo escribe, no antes. En el poeta el don del que hablo consiste en la revelación. Hay una voz que no es la cotidiana que se hace presente como si fuera la de un médium y posee siempre una intensidad parecida a la de los momentos más intensos en la vida. John Ashbery decía que los poetas no somos videntes y es la razón la que nos obliga a pensar de este modo, pero que es mejor dejar descansar esta voz que aparece para disfrutarla en su totalidad cuando lo hace.

Comenzó a escribir poemas con 14 años. Ahora los jóvenes escriben rap. ¿Es poesía?

Empecé a escribir versos, pero aún no era poesía. Eran acercamientos, intentos influenciados por los poetas que leía entonces, aunque en mí todavía no se había producido la amalgama de voces que se filtran a través de una voz propia y hacen que el poema sea único y distinto. Todo eso vino después.

Su poema Amor: «Decir mi vida y que sea verdad». ¿Escribir algo así puede ser ficción?

No.

Ha traducido el libro Quartet. ¿Fue difícil encontrar el tono que no halló la primera vez?

Fue un encargo de la editorial de Mediterráneos, como en otros poemas. No ha sido difícil y, como ocurre con las lenguas, la música es distinta pero el tono de fondo es el mismo.

Otros poetas, entre ellos su amigo Enrique Juncosa, han combinado su poemario con ilustraciones. ¿A quién elegiría para ilustrar sus poemas?

La relación entre arte y poesía es casi tan antigua como el arte y la poesía. Los poetas acostumbramos a interpretar el lenguaje de los pintores y los pintores encuentran en la poesía su segunda casa. Sin ir más lejos, piense usted en Joan Miró.

Comisarió una exposición de Pierre Le-Tan en el Reina Sofía. ¿Cómo fue la experiencia?

Hacía muchos años que seguía la pista de Pierre Le-Tan y, con mi amigo Juan Manuel Bonet, que también es poeta y crítico de arte, llegamos a pensar que se trataba de la máscara de un escritor, que Le-Tan no existía y que tras su nombre se escondía alguien así como Modiano. Por supuesto, al cabo de un tiempo descubrimos nuestro error y una de las primeras cosas que hizo Bonet cuando fue nombrado director del Reina Sofía fue encargarme la exposición, cuya organización y trabajo ha sido una de las experiencias más bonitas de mi vida. Con ella gané un gran amigo, este artista tan desconocido en España, como otros muchos, que murió hace dos años y del que me pude despedir en un París nevado un año antes de que se fuera.

La poesía ha sido el origen de su literatura, aunque abarca todos los géneros. ¿Cada uno le aporta experiencias diferentes?

Mi literatura es poliédrica en cuanto a la forma, ya que escoge un género u otro en función de su experiencia creativa. Pero creo que mi mundo literario siempre es el mismo y lo que cambia es su forma de expresión, como si un género solo no me bastara. Un rasgo de normalidad en nuestra literatura es aceptar la diversidad de géneros en un solo escritor. Y si digo normalidad, una palabra que no me gusta nada, es porque no hace ni un cuarto de siglo que el encasillamiento en un género era un requisito imprescindible en la crítica literaria española. Afortunadamente, ha cambiado gracias a algunos escritores, entre los que me encuentro.

Usted afirma que «la verdad del escritor es saber mirar». ¿Sirve para cualquier género?

Saber mirar es imprescindible para la escritura y lo es para la vida, y en mi caso muchas veces son una misma cosa. En cuanto a la verdad, creo que es un término moral que hace que aquella literatura que nace de ella trascienda en el tiempo. No importa cuánto tiempo ha de pasar, pero al final acaba trascendiendo. Piense en Stendhal.

¿El confinamiento le inspiró o le bloqueó?

Un escritor es un ser acostumbrado a confinarse a sí mismo. La escritura implica renuncias, por lo que viví el confinamiento con bastante naturalidad. Otra cosa muy diferente fueron las tonterías descomunales que tuvimos que ver y oír de quienes gobiernan. Y mi esperanza, un tanto ingenua quizá, es el ridículo que deberían sentir si se vieran otra vez rodeados de uniformes, por ejemplo, y hablando de espionaje para tratar de combatir un virus del que no tenían ni idea cómo pillarlo.

El gran público le conoció por En la ciudad sumergida. ¿Qué cambio le ha sorprendido más de Palma los últimos años?

Toda ciudad evoluciona y deja de ser el escenario donde crecimos y el lugar que nos hizo para convertirse en otro. Las mutaciones contemporáneas son muy aceleradas y no es que el ciudadano se sorprenda, sino que a veces se puede sentir descolocado en su propio medio vital. Palma es una ciudad muy hermosa y hecha a la medida del hombre, y cuando digo hombre me refiero a peatón. Esto no tendríamos que perderlo. Sin embargo, los tiempos y las metamorfosis son ajenos a nuestra voluntad y encierran intereses, tanto en un sitio como en su opuesto, que se nos escapan, como se escapa el organismo a medida que se deteriora. Otra cosa es la memoria de la ciudad, que los escritores tendríamos que conservar porque sin reflexión deja de existir.

¿Qué tal se lleva con las redes sociales?

No me he querido asomar a ese abismo lleno de Lestrigones. No sé hasta qué punto son un modo de conocimiento entre personas y me parece, y lo digo desde mi inexperiencia en estos cometidos, que pecan de narcisismo adolescente. Por otro lado, creo que los periódicos han cometido un error dándoles voz porque ejercen de caballo de Troya, más ruidoso aún que lo que desencadenó el propio caballo de Troya cuando se abrieron sus puertas.

En el libro Una conversación, de Daniel Capó y Nadal Suau, el protagonista es usted. ¿Es raro estar al otro lado del texto?

Creo que ha sido conducido maravillosamente bien por sus autores y lo considero un libro importante en tanto que contiene la hermenéutica de mi obra literaria. Es una poética y un retrato del escritor, pero como siempre debería ser un retrato, es decir, a través de sus libros, su memoria y su concepción y comprensión de la literatura. Para mí es un libro equiparable a cualquier otro de mis ensayos.

Su próxima obra ensayística será Vladivostok, sobre la Europa que toca a su fin. ¿Y ese título?

Hay una novela de Julio Verne que me impactó en la infancia, Miguel Strogoff. Sus aventuras se inician en Moscú y llegan hasta Irkutsk, una ciudad que está más acá de Vladivostok. Cuando lo leí me pregunté por qué no alcanzó la última ciudad del imperio ruso, un lugar que siempre había imaginado extraterritorial y habitado por razas y culturas distintas, una puerta de Oriente. Cuando reuní una serie de ensayos breves sobre cultura europea, se me ocurrió este título, Vladivostok, debido a que todos ellos tratan sobre una cultura que está al final de donde antes llegaba su influencia y cuyo futuro en estos momentos es una absoluta incógnita.

¿Acelera ese final la guerra de Ucrania?

No lo sabemos, pero sin duda no es una buena noticia.

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