"Estoy cansado de recibir consejos de otros más aletargados que yo", escribió Rafael Cadenas (Baquisimeto, Venezuela, 1930) en "Derrota", el más extenso y civil de sus poemas, una especie de anticanto a sí mismo, sin excluir a los demás ("... fui preterido en aras de personas más miserables que yo"), que compuso, rememora, "sumido en una profunda depresión". Y, aunque escrito en su treintena, y sin ser del todo representativo de su variopinta y muy singular obra, se lo sacan una y otra vez a colación. Tal vez se lo pidan en los bises el próximo viernes, día de su 92 cumpleaños, cuando lea sus versos desde Caracas, en un homenaje de transmisión sincronizada con Bogotá y con la sede del Instituto Cervantes de Madrid.

Acaso la fijación por la paradoja que encierran muchos de sus versos, por igual concisos y desbordantes, realistas y órficos, orales y del lenguaje, que tienen la particularidad de brillar en mate, sea inseparable de sus propios padecimientos por perseguidores contrapuestos. Pues, militante comunista en origen, pasó cinco meses en prisión, bajo la dictadura de Pérez Jiménez, rematados con cuatro años de exilio en la colonia británica de la isla de Trinidad. Y, luego, como en un kafkiano viraje, desde la irrupción del chavismo, ha sido mirado con ojeriza y ninguneado hasta el ostracismo, por antipatriota-contrarrevolucionario del espíritu bolivariano... "El ego nacional es nefasto en cualquier parte. No sé cómo limpiar la palabra patria; porque si nos fijamos bien, toda guerra proviene de la egolatría de alguna nación", asevera. "El Régimen venezolano actual no ha hecho otra cosa que propagar un ego nacional ficticio, a través de una retórica falsa, cargada de eufemismos que ocultan la realidad".

Cadenas habla pausado, con voz lánguida y hacia adentro, y acuosa mirada de can noble, tímido y bondadoso. Profesor de Literatura en la Universidad Central de Caracas, durante décadas, opina que, en general, "la crisis de la sociedad actual proviene, en buena medida, del deterioro en el uso del lenguaje. Como bien señalaba Ezra Pound, cuando la lengua se corrompe la sociedad se va a pique". Y cuando se le pide una definición del misterioso sincretismo de su poesía, señala, tomándose su tiempo: "Pues, la verdad: yo sé mucho más lo que no es mi poesía, que lo que ésta sea". Como si prefiriera que su interlocutor se lo preguntara en directo a la mordiente concisión de sus versos mismos, siempre abiertos al misterio de algún matiz y cuajado de aforismos ("La verdad sólo se roza al equivocarse". O bien: "¿Quién es ese que dice yo / usándote / y después te deja solo?"...).

Cuando se le apunta que Nietzsche definía la poesía como el arte de "bailar en cadenas", precisamente, es decir "bailar como usted baila", esboza una media sonrisa que le iluminan sus ojos acuosos y algo hundidos, color obsidiana, y asiente: "Sí; siempre me han llamado la atención esa especie de premoniciones. Fíjate, por ejemplo, que Pessoa significa en portugués "persona" y el poeta creó una ristra de heterónimos, cada uno con su nombre y personalidad propia. Me gusta esa metáfora de Nietzsche. Se complementa con lo que decía Alfonso Reyes de que "la poesía es el baile del habla".

Incluso, la poesía, en general, le merece una irresoluble paradoja: "Es, a la vez, poderosa e insignificante". Y se excusa de no poder hablar de la suya propia, en tanto que "cada libro tiene que ver con alguna circunstancia: no hay una versión unánime. Me limito a observar la realidad, y acercarme a lo confesional, pues cada vez somos menos confesionales en la vida diaria. Aunque si algo tengo claro es que un poema se nutre de sí mismo".

En lo personal, se define como "un místico incrédulo", incluyendo la incredulidad en la propia definición. Y matiza: "Coincido con Jaspers cuando dice que no hay ninguna concepción del mundo verdadera, y que todo es un gran misterio. Es lógico que cuando el pensamiento reconoce sus límites, se produzca una apertura hacia lo místico. Pero yo me niego a abandonar la realidad. Mi oposición es ontológica y existencial a un tiempo. No soy optimista ni pesimista, me limito a observar, y mi única certeza es que la verdad sólo puede provenir de la adecuación del lenguaje a la realidad".

Paradoja por paradoja, curiosamente, en Falsas maniobras un libro inmediatamente posterior a "Derrota", Cadenas parece querer desdecirse de su anterior palinodia. En el poema "Fracaso", por ejemplo, reconoce: "Cuanto he tomado por victoria es sólo humo". Y le celebra a su fracaso-amante que lo haya vuelto más humano: "Gracias. Me diste la alegría de no temerte".

En sucesivos poemarios, Cadenas parece aplicarse unas buenas dosis de medicina homeopática respecto a aquella "Derrota originaria. Así, exalta: "Si el poema no nace, pero es real tu vida, eres su encarnación". O, en ocasiones se refugia en la desnudez juanramoniana: "Sola, insegura, apremiante / palabra, casa sin atavío". O se atiene a cantar el paisaje, mientras lo patea, como en esta hermosa metáfora playera: "Te extiendes, camino de arena, más suave que la memoria de un ciego".

Otro de sus flancos proverbiales  es su causticidad para  con la articulación del amor/desamor,  asumiendo, por ejemplo, que en su actual alcoba de amante abandonado: "El perro que nos despertaba / pasa su hocico por mi lecho". Y que, lo que le ocurre ahora "No es magia; sencillamente nada he olvidado, a no ser que existo sin ti"... En su poemario Amante (1988), le sobra con este horadante laconismo: "Misión / del amante: arder / fuera del camino". Y otro de sus emblemas, recogidos en diversas antologías, es su poema "Matrimonio", toda una radiografía de la vida conyugal, que dice, escueta y hondamente, así:

"Todo habitual, / sin magia, / sin los aderezos que usa la retórica, / sin esos atavíos con que se suele / recargar el misterio. / Líneas puras, sin más, de cuadro clásico. /  Un transcurrir lleno de antigüedad, / de médula cotidiana, /  de cumplimiento. Como de gente que abre a la hora de siempre".