¿Qué es un disco de baile? ¿Un disco que suena como suenan las discotecas? ¿O un disco con muchas canciones bailables? Puede parecer raro, pero Dan Bejar se alinea con los partidarios de la primera tesis. A pesar de que casi todos los temas de 'Labyrinthitis' (Bella Union / PIAS), el nuevo disco de su banda Destroyer, empujan a moverse sin contemplaciones, para él no se trata de música 'dance'. Y lo dice convencido, porque precisamente su primer propósito cuando empezó a concebir este nuevo trabajo era hacer un álbum expresamente para eso, para bailar. “Como un 'greatest hits' de Donna Summer”, dice su comunicado de prensa hablando de las que fueron sus primeras intenciones. Algo debió torcerse después, porque no le salió exactamente eso.

“Cuando pienso en música para bailar se trata más bien de un ritmo sostenido 4x4 [el de la música 'house', por ejemplo], con un bombo y un bajo muy fuertes. Y este disco no me recuerda a lo que escucharías en un club. O quizá sí, pero en uno de hace 35 años, no actual”, explica Bejar repantigado en el sofá de su casa de Vancouver, con una vieja chaqueta de lana deshilachada y su característico pelo largo y rizado llenando casi toda la pantalla del Zoom. El periodista alega que, salvo con el tema que abre el disco, una obertura de siete minutos que tiene algo de sinfonía psicodélica a ritmo pausado, y con el último, un ejercicio de folk básico con voz y guitarra, con todas las demás canciones se le han ido los pies. Y con algunas, incluso los brazos. El músico sonríe. “Me alegro mucho de que la gente pueda bailar con él. Pero no es como lo había previsto. Mi idea original, cuando hablaba con John [Collins, su principal socio en la banda] era hacer un disco de tecno tradicional. Y este me suena más bien como un disco de rockAunque es cierto que para Destroyer es un álbum muy acelerado”, admite.

A pesar de lo que pueda parecer por esta conversación, Destroyer no es una banda de electrónica a la que casualmente le ha salido un disco de rock. Destroyer es una banda de rock, o de pop (a Bejar no le gusta mucho este último término) a la que le ha salido un disco de lo más animado. Bastante oscuro, pero muy rítmico y con trazas de 'rave', de 'electro', de 'new' y de 'no wave', incluso de la parte más bailonga de unos Kings of Convenience. Y acelerado porque Destroyer está más acostumbrada a los medios tiempos y a las digresiones que a marcar el paso a su público. Por eso este álbum supone una nueva vuelta de tuerca en el sonido de un grupo que con cada disco, sin perder ni una gota de personalidad, hace algo diferente. Hay un sonido Destroyer, pero no hay una fórmula Destroyer.

Rock elegante

Destroyer es uno de los nombres importantes del 'indie' americano, entendiendo 'indie' no tanto como un sonido concreto, sino como esa galaxia infinita de grupos de diferente pelaje que publican en sellos independientes y se mueven por un circuito de festivales, radios y salas de conciertos que no son los de las grandes ligas. El proyecto personalísimo de un músico de origen andaluz (sus padres eran un granadino de apellido Béjar y una profesora californiana de español instalados en Vancouver) que, a mediados de los noventa, arrancó su propio proyecto musical como cantautor bajo su nombre artístico actual, mientras lo compaginaba con su participación en varias de las bandas (The New Pornographers, Swan Lake) que luego formarían parte de la gran ola del indie canadiense. Aquella que conquistó el mundo a principios de siglo con nombres como FeistPeaches o, sí: Arcade Fire.

Durante años, Bejar fue madurando su sonido hasta alcanzar ese rock elegante y sofisticado que se espera de una persona que se acerca a la cuarentena con los deberes hechos. Y así en 2011 alumbró un disco, 'Kaputt', que condensaba todo ese proceso: el cantante se presentaba con los moldes de un 'crooner' moderno, su pop agridulce envuelto en elegantes arreglos de jazz, los textos con la cantidad justa de ironía y dobles sentidos, y una imagen en la que la 'blazer' era obligada.

Todo ese aparato ético y estético es el que ha mantenido hasta hoy. En 'Labyrinthitis' hay una canción, 'The States', en la que Bejar evoca a su yo de veintitantos años y recuerda el tiempo que perdía entonces en estaciones de bus cargando con una vieja maleta, también durante los meses que, allá por 2007, vivió en Málaga. Cuando se le pregunta qué opinaría de él esa versión joven de sí mismo si le viese ahora, Bejar responde sin dudarlo: “que soy un corrupto, que mis letras son las de un vendido y que me he convertido en un burgués”, dice entre risas.

Sin embargo, Destroyer es un proyecto muy poco acomodaticio. Bejar es una especie de explorador musical, más instintivo que racional a la hora de crear las canciones, y John Collins, el alquimista que añade después las infinitas capas de sonido que tienen cada una de ellas. Un socio perfecto porque no se limita a darle la razón. De hecho, este álbum es “el mejor y más violento ejemplo de John cambiando las cosas de arriba abajo, el disco en el que más ha dejado su impronta como productor”.

Futuro español

'Labyrinthitis', que tiene por título el nombre de una dolencia que afecta al oído y al equilibrio y que Bejar padece en grado leve, es un disco que su propio autor define como bastante raro, y en el que dice sentirse como un extraño. "El cantante soy yo, pero no me sueno familiar. Muchas de las cosas que digo son malvadas, es como si cantase desde la voz de un villano. Este es un disco oscuro, pero no la típica oscuridad de Destroyer, que sería más bien melancólica o antiromántica. Aquí hago muchos chistes con mala leche".

Tampoco tiene muy claro si esa oscuridad es fruto de la pandemia (compuso las canciones en su parte más dura, la primavera de 2020) o por su propio momento vital. “Este año cumplo 50, y es un momento en el que empiezas a ver cómo el mundo que conocías se va borrando lentamente. Los recuerdos se desvanecen, y te preguntas cosas como: ‘¿volveré a caer en un bar donde haya alguien en un escenario haciendo ruido?' Todas esas experiencias que son importantes para mí... volveré a sentirlas de nuevo?”.

En esas reflexiones típicas de la crisis de la mediana edad (aunque dice que ya la pasó hace unos años) también aparece España. "Este verano iré a tocar [en el Vida Festival, el 2 de julio], pero a medida que me hago mayor cada vez pienso más en pasar allí temporadas más largas. Me falta mucho por conocer, solo he estado en Andalucía, Cataluña y Madrid". En 2013 llegó a decir que encontraba el inglés una lengua "inadecuada para cantar" e hizo un EP, 'Five Spanish Songs', en el que abordaba en español cinco canciones de Sr. Chinarro, un músico que le descubrió hace muchos años un primo sevillano pero al que nunca ha llegado a conocer. "Creo que lo dije porque en aquella época yo estaba tratando de creerme un cantante de verdad y no solo un compositor, en parte porque durante muchos años me dijeron que mi voz era muy extraña, y lo del inglés o el español era solo una excusa. Lo que quería era enfrentarme a cosas que no había escrito yo".

En 'Labyrinthitis', esa voz característica de Bejar adopta diferentes tonos y modulaciones. Hay un tema instrumental (el del título del album) y hay otro con una letra infinita ('June') en el que el cantante incluso rapea. "'EnTintoretto, It's For You' sueno a Rammstein, cuando lo que yo escucho en casa es Bill Evans y Billie Holiday", bromea. Todas ellas son las infinitas caras de un disco extraordinario y de un artista que, desde la calma, ha construido una personalidad y un carisma irrefutables, y que ahora, por más que le cueste aceptarlo, los ha sacado a bailar.