2022 está siendo un año abultado en lo que a efemérides literarias se refiere. Además del centenario de la publicación de Ulises de James Joyce y de Tierra baldía de T. S. Eliot, se cumplen los 100 años del nacimiento de Jack Kerouac, autor estadounidense que, en palabras del escritor William S. Burroughs, provocó «una revolución cultural sin precedentes en todo el mundo» gracias a su libro On The Road (En la carretera), publicado en 1957.

En la carretera era la segunda novela de Kerouac después de La ciudad y el campo, un intrascendente drama costumbrista escrito a lo largo de tres años, un plazo que contrastaba con las apenas tres semanas que le llevó finalizar el que sería su libro más conocido. Para lograrlo, el autor se valió de grandes dosis de alcohol, anfetaminas y una máquina de escribir a la que incorporó un rollo de papel sinfín para no perder tiempo cambiando los folios e interrumpir lo que denominó «prosa espontánea», técnica literaria trepidante inspirada en la improvisación de los músicos de jazz be-bop.

La aparición de On The Road fue recibida con entusiasmo por Gilbert Millstein, crítico literario de The New York Times que, en un artículo del 5 de septiembre de 1957, calificó la novela como «una auténtica obra de arte, la expresión más bellamente ejecutada, la más clara y la más importante hecha hasta ahora por la generación que Kerouac mismo nombró hace años como Beat, y cuyo principal representante es él mismo».

La reseña de Millstein, la más influyente de la larga historia del prestigioso diario neoyorquino, catapultó a la fama a un Kerouac que, después de años intentando vivir de la literatura sin demasiado éxito, se vio desbordado por las ventas millonarias de sus libros, las traducciones a otras lenguas, las adaptaciones al cine y la televisión, las solicitudes para dar charlas en universidades y la absoluta mercantilización de lo que no era más que un movimiento protagonizado por unos jóvenes desencantados con la sociedad surgida después de la Segunda Guerra Mundial.

Impactado por la dimensión del fenómeno On The Road, el periodista Herb Coen acuñó desde su columna del San Francisco Chronicle el término beatnik, palabra que combinaba el término Beat con el nombre del satélite de comunicaciones Sputnik porque, reconocía Coen, tanto una cosa como la otra le resultaban igualmente lejanas e incomprensibles. En 1958, pocos meses después de que ese neologismo calase entre la sociedad estadounidense, la revista Look publicó un artículo titulado The Bored, The Bearded And The Beat, al que siguieron tres reportajes en Playboy que acabaron de definir la estética y comportamiento que, hasta el día de hoy, se asociaría a los beatniks: barbas, gafas oscuras, boina, jerséis de cuello vuelto, bongos...

Si bien esa imagen arquetípica del beatnik nada tenía que ver con el sentimiento de Kerouac y sus amigos, resultó tan del agrado de la prensa y las agencias de publicidad que, a partir de ese momento, todo pasó a ser beatnik. Pedro Picapiedra fue beatnik; Joe Cool, el alter ego molón de Snoopy, fue beatnik; Herman Munster recitó poesía en una reunión beatnik organizada por su sobrina Lily; los padres del personaje de Los Simpson Ned Flanders fueron beatniks y, como el término beatnik resultaba tan sugerente, también se utilizó para vender toda clase de productos a una clase consumidora que empezaba a emerger: los jóvenes.

Fue cuestión de tiempo que Europa se contagiase de la fiebre beatnik surgida en Estados Unidos. El mismísimo Yves Saint Laurent denominó Beatnik a una de sus colecciones. Michel Polnareff compuso Beatnik y la lanzó como cara B del single que contenía La popupée qui fait no. En Operación Cabaretera, José Luis López Vázquez gritaba «¡Bítnik! ¡Bíiiitniik!» mientras bailaba en una boîte, y Concha Velasco se quejaba en la película Pero… ¿en qué país vivimos? de que su novio no la «quería como un beatnik». Por si no fuera suficiente, a finales del siglo XX, BMW utilizó fragmentos de On The Road en uno de sus spots para su gama de automóviles Serie. Semejante éxito comercial provocó que, durante décadas, no hubiera efeméride relacionada con la Generación Beat que no fuera rentabilizada por el mundo editorial o la industria de Hollywood. En 2006 fueron los 50 años de la publicación de Aullido; en 2007, el medio siglo de On The Road; en 2016, el quincuagésimo aniversario de El almuerzo desnudo de Burroughs y, en 2019, el 50 aniversario del fallecimiento de Jack Kerouac, a consecuencia de una hemorragia interna provocada por el abuso continuado de alcohol, acentuado por un cuadro depresivo cuyo origen estaba, en cierta manera, en esa mercantilización del fenómeno del que había sido protagonista y que, a esas alturas, sentía como ajeno.

¿Pasado de moda?

Fiel a esa lógica repetida en el tiempo, el mercado debería haber aprovechado el centenario de Kerouac para llenar las librerías, los cines y las plataformas de streaming de biografías, reediciones, nuevos títulos sobre el escritor, películas, series o documentales, pero no ha sido así. Salvo alguna iniciativa independiente, como el libro-disco homenaje Cien Años en la Carretera y la organización en Lowell, ciudad natal de Kerouac, de un festival en el que habrá charlas y una exposición en la que se podrá ver un fragmento de diez metros del manuscrito original de En la carretera, los eventos y proyectos relacionados con el centenario son pocos e irrelevantes.

La razón para ese desinterés tal vez sea que lo Beat no da más de sí. Después de la sobreexplotación del fenómeno durante las décadas pasadas, ya no quedan más libros inéditos, obras inacabadas, rarezas, manuscritos descartados o correspondencia entre Kerouac, Ginsberg y Burroughs que publicar. Por otra parte, tampoco hay que descartar que, si bien los escritores Beat siguen despertando pasiones entre muchos lectores, es un hecho que el movimiento no ha envejecido bien.

Sus loas al automóvil y los combustibles fósiles como símbolo de libertad en plena crisis climática, su exceso de testosterona, su machismo y su ninguneo a las mujeres que formaron parte del círculo de autores Beat (con capítulos de violencia doméstica como el asesinato de Joan Vollmer a manos de William S. Burroughs incluidos) alejan a estos creadores del público más joven, que es cada vez más consciente de que la sociedad del futuro será feminista y ecologista o no será.

paseando por Manhattan en el otoño de 1953. Las anotaciones de debajo pertenecen al primero.