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espejo de papel

Almudena de Atocha

Cuántos personajes se subieron en trenes para cumplir las peripecias de sus novelas

Capital del dolor. Esta mujer deletrea una noticia que ha dado el Ministerio de Transportes. A partir de ahora habrá nombres de mujeres en las estaciones nacionales y la novedad empezará en Atocha, capital del Ave, que pasará a llamarse Estación de Almudena Grandes. Es una noticia y es un regocijo, cuántos viajes habrá hecho en ese tren rápido Almudena Grandes, a Andalucía, de ida y vuelta, a Barcelona y también de ida y vuelta, a Valencia, a cualquier sitio. Cuántas veces habrá esperado que venga en ese tren, de Andalucía, sobre todo, su compañero, cuántos amigos, parientes, cuántos personajes de sus libros o de su historia, se habrán subido en cualquier sitio para cumplir peripecias que luego fueron parte de cuentos o de novelas, cuántos fueron leyendo en estos trenes los cuentos y los libros de Almudena Grandes. Ahora esa multitud que viaja a diario escuchará por los altavoces que se está acercando a Almudena Grandes. A cuántos se les habrá helado el corazón, el corazón helado, cuando apareció en todos los noticieros la aciaga noticia de su muerte. En aquel entonces, eso se recuerda muy bien, desavisados sin pudor le negaron a su recuerdo el reposo o el elogio, convirtieron el recogimiento que se le debía a esta mujer de risa como de volcán en un insulto tras otro, simulando, por cierto, que no la insultaban, sino que consideraban excesivo y por tanto estéril que pasara a la historia de Madrid como una de las personas que más hizo por abrazar a quienes perdieron la vida en la guerra que aquí tuvo su capital del dolor.

La Virgen de Atocha

Meses después, cuando sobre el nombre de la estación que tendrá el nombre de Almudena había caído ya bastante ceniza despiadada, pero el agua municipal y espesa había limpiado la suciedad, aunque a regañadientes, una mujer que finge de presidenta de los madrileños hizo un alto en Francia para lanzar desde allí otro puñado de nada. Dijo esta mujer, que vestía para representar a la comunidad a la que pertenecen Almudena y sus descendientes, que antes que la autora de Los aires difíciles ya había un nombre para la estación, y esta es Atocha, la virgen de Atocha, ¿qué más nombre hace falta? No contenta con el agua fría que arrojaba sobre el nombre de la escritora, y de la ciudadana, aquella mujer se quedó callada unos instantes como para que la gente pensara en lo que en realidad había dicho, pues no debía estar segura de que sus oyentes extranjeros hubieran captado en sus palabras la tremenda metralla inútil que había puesto sobre el mantel de su discurso. En ese silencio manejó sus ojos como si la ironía fuera su fuerte. Pemán, al que ahora se ha sacado a pasear, decía que la ironía es peor que el fascismo. Un gobernante que se ríe de cualquiera de sus ciudadanos tacha a todos estos con la peor de las tizas: la tiza de borrar. Cuando la gobernante madrileña acabó su baile de ojos con los que quiso diluir a Almudena se me heló la sangre, y así está la sangre de mi corazón, llena de pena o de rabia, después de ver tanto hielo en esos ojos.

El compañero

Horas después de que ese hielo se convirtiera en escarcha gris me escribió Luis García Montero, el compañero de Almudena Grandes. Me dijo: «La estación [de Atocha] ha sido fundamental en mi vida. Recuerdo cuando vine de jovencito a Madrid en 1982 y me estaba esperando Alberti en Atocha. Luego mi vida ha sido durante casi treinta años Granada-Madrid. Que la estación lleve el nombre de Almudena me penetra en lo más profundo de mis sentimientos». Ahora estoy en Málaga. En seguida me voy a subir a un tren que parará finalmente en Almudena Grandes. Abrazaré el suelo que lleve su nombre.

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