«Mallorca era ideal para lo que él quería, porque por mucha vida social que hagas, se respetan las distancias», afirmó este viernes Camilo José Cela Conde. Hablaba de su padre, el Nobel de Literatura, en el coloquio 'Cela en el recuerdo', que Foro Bellver organizó para conmemorar el 20 aniversario de la muerte de uno de los mejores escritores del siglo XX en lengua española. Llegó a la isla «en 1954 para encontrar paz y tranquilidad, buscando un refugio en el que trabajar en un proyecto muy importante, su novela La cátira», tal como añadió su antigua alumna y catedrática de Literatura María Payeras en la charla celebrada en el Club Diario de Mallorca.

Camilo José Cela no solo halló la calma de la que carecía en Madrid, sino también «una sociedad preparada para colaborar con él, amigos y suficiente privacidad», enumeró. Sin el «sustrato social» del que habló la experta, Cela no se hubiese quedado en Mallorca hasta 1989, donde «escribió un volumen inmenso de su obra, la mayor parte», tras la publicación de La familia de Pascual Duarte y La Colmena.

Vivió un año en el Puerto de Pollença, «en la casa solariega ya desaparecida Villa Florida», como recordó Cela Conde; y después de residir en El Terreno, construyó «la casa de la Bonanova, que era un laberinto mítico, pero en el centro no estaba el minotauro, sino don Camilo el del premio». Así comenzó su intervención el catedrático emérito de Literatura Perfecto Cuadrado, quien fue «amigo y colega» del Nobel tras conocerle como profesor. Antes de describir su faceta docente, el ponente explicó a los asistentes la importancia de la revista Papeles de Son Armadams, impulsada por el escritor. «Muchos dicen que es de literatura, sobre todo poesía, aunque hay mucho más, como textos filosóficos, ensayos, reseñas y artes plásticas..., uniendo los dos lenguajes». Se trataba de una revista «de intervención», apuntó sobre la «carga de profundidad» que tenían sus 276 números en una época, el franquismo, que era «una charca cenagosa».

La publicación permitió «que la vida del fondo pudiera aflorar» gracias al genio de Camilo José Cela y la destacada colaboración de «los secretarios de los que supo servirse», entre ellos José Manuel Caballero Bonald, Antonio Fernández Molina y Josep Maria Llompart, que se convirtieron en reconocidos escritores. Cuadrado incidió además en que fue «una revista integradora, donde no se pedía carnet, ni ideológico ni de la tendencia literaria, por lo que tenían cabida poetas existencialistas, sociales, vanguardistas... y lo mismo con las artes plásticas». Profundizando en este aspecto, Cela Conde puso de relieve que, «por primera vez desde la Guerra Civil, en España pudieron escribir republicanos exiliados y se pudo hacer en catalán y en gallego». Y contó como anécdota el mérito que tenía hacerlo en 1956, no solo por la censura, sino debido a las precarias condiciones de edición, «compuesta a mano, con las letras en el cajetín, en la imprenta Luis Ripoll y con una máquina de hace siglos», sin contar con que una vez la publicación se retrasó porque unas vacas entraron en el local e hicieron sus necesidades sobre los papeles literarios.

La charla de los especialistas en Literatura y el hijo del Nobel no pasó por alto el «impacto» que supusieron las Conversaciones de Formentor en la vida cultural de España, también impulsadas por Cela. «Estas jornadas fueron un espacio de diálogo y reflexión en torno a la poesía», pero sobre todo «intergeneracional entre autores consagrados, nuevos, de fuera y de distinto signo ideológico», en palabras de Cuadrado. El acto, al que asistió la antigua secretaria del protagonista, Mabel Dodero, concluyó con un romance suyo cantado por el catedrático.