Cuando Alejandro Palomas era niño "soñaba con convertirse en planeta", pero su infancia, en la que fue víctima de abusos sexuales, no se lo permitió, así que ahora, a sus 53 años, y después de transitar muchos "caminos de ida y vuelta", ha recuperado a ese chaval al que le ha escrito 'Un cerezo', un cuento ilustrado sobre la "libertad de la imaginación infantil".

Detrás de la voz pausada y serena de Palomas hay un hombre que recuerda, en una entrevista con Efe, que cuando era pequeño "necesitaba escapar" y, por eso, leía todo lo que caía en sus manos, una revista, libros de adultos que no entendía y otros de su edad, como 'Óscar, Kina y el láser', su "favorito".

"En ellos veía que había alguna otra dimensión que no era la mía y en la que no había agresión", explica este escritor de adultos, ganador también del Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Un hijo' (2016), y que ahora presenta su primer álbum ilustrado -por Albert Arrayás- 'Un cerezo' (editorial Flamboyant).

Un libro que tiene detrás una "historia muy larga": "Mi madre era albina y tenía muchos lunares en la piel, una piel casi transparente y con lunares. Mis hermanos y yo también tenemos muchos lunares y siempre jugábamos a que eran planetas y estábamos poblados por ellos. Mi hermana mediana y yo, cuando no teníamos que ir al cole, nos hacíamos cosquillas en la espalda, nos señalábamos los lunares y les íbamos poniendo un nombre y nos inventábamos historias. Yo quería ser planeta".

Y eso es justo lo que le pasa a Gea, la protagonista de esta historia, cuando, tras comerse un hueso de cereza, ve cómo su cuerpo comienza a transformarse en un astro con forma de cerezo. Un cambio que, más allá de asustarla, Gea afronta gracias también a las palabras de comprensión y ánimo de su amigo Yuki, ese fiel compañero que acepta que su mejor amiga acabará yéndose de su lado.

"Cuando decidí escribir esta historia enseguida entendí que no podía escribirla como un adulto porque no tenía sentido, y lo que hice fue exactamente hacerla como un niño que le cuenta a otro niño una historia como en secreto -dice casi susurrando-, como si estuvieran en esa burbuja infantil que es tan pura; quería experimentar eso".

Así, el autor tiró de recuerdos, y volvió a sentir lo que vivió con Coral, "una amiga excepcional" que desapareció de su vida cuando Palomas y su familia se mudó a otra casa: "Estábamos constantemente juntos y nunca más volví a saber de ella. La recuerdo como Gea y ese mundo del cuento que he echado mucho de menos porque tuve que pasar un duelo porque nunca entendí por qué nos separaron".

Tanto la echó de menos que cuando se planteó escribir la historia pensó que tenía que volver a estar con Coral, pero claro, bajo una condición, la de que este regreso fuera al pasado, y no al presente adulto, ese que le da "miedo", confiesa este niño grande.

"No quiero la Coral adulta, yo hago este ejercicio de contar la historia y me vuelvo Alejandro niño, pero no quiero estar de adulto porque de niños podíamos hacer cualquier cosa, nos podíamos comer piedras", ríe al contarlo.

Por eso, en 'Un cerezo' sobrevuela también una máxima, la de que los "adultos se preocupan y los niños se ocupan, se ponen manos a la obra", ya que si bien en esta historia la madre de Gea acude a médicos para solucionar este problema, la propia niña y su amigo asumen lo que está pasando y ven en este cambio toda la belleza del universo.

"Si a un niño le das una masa madre te construye tres planetas. Es un canto a la libertad de la imaginación infantil, porque ellos navegan en un mar que es tan orgánico, tan verdad. A mí me emocionan". puntualiza Palomas.

Asimismo, en 'Un cerezo', Palomas ha volcado todo su buen hacer literario y el lector se enfrentará a un texto lleno de subordinadas, adjetivos y diálogos inteligentes. Porque la literatura infantil y juvenil tiene un lenguaje cuidado.