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CINE CRÍTICA

Lo bello y lo malvado

Almudena Amor, en un fotograma de ‘La abuela’.

Hay miedos que no cambian, que están ahí desde el momento en que tenemos uso de razón y somos conscientes de que nuestra existencia es finita. Miedo a la enfermedad, miedo a envejecer, miedo a la muerte. Miedo a perder a nuestros seres queridos, a enfrentarnos al vacío. De todas esas cuestiones habla este cuento oscuro en el que late una constante incomodidad hasta sumergirnos en los territorios del horror más atávico a través de la relación entre una nieta y su abuela enferma.

Paco Plaza (Verónica) regresa al género que lo ha convertido en un maestro para seguir explorando su particular universo, esta vez más minimalista, sofisticado y detallista que nunca.

Una casa, dos mujeres (Almudena Amor y Vera Váldez) y una serie de objetos cotidianos que adquieren un significado simbólico. Un espejo que refleja la belleza efímera, unos relojes parados, las sucesivas capas de una matrioshka.

La abuela es una pieza de cámara en la que el huis clos se convierte en un elemento fundamental, casi de una manera polanskiana, aunque en este caso el terror psicológico se funde con el sobrenatural de forma muy orgánica.

El director valenciano renuncia al efectismo para apostar por la sobriedad y la elegancia estilística, tanto en lo que se refiere a la planificación secuencial como a la utilización casi expresionista de las luces y las sombras. Y dentro de ese espacio cerrado asfixiante convive el costumbrismo y el esoterismo, la crítica social y las pesadillas, lo bello y lo malvado.

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