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CINE CRÍTICA

Suave, casi complaciente

Kenneth Branagh está muy productivo como director. El año pasado rodó Belfast y Muerte en el Nilo. La segunda es una nueva adaptación de Agatha Christie con el propio Branagh en el papel de Hércules Poirot: un encargo exitoso más para lucimiento actoral que directivo. La primera es todo lo contrario: un proyecto personal y autobiográfico, rodado en un luminoso blanco y negro, sin Branagh en el reparto y con un niño como protagonista absoluto. El pequeño Buddy es el mismo director, nacido en Belfast en 1960. La acción del filme acontece en la ciudad irlandesa nueve años más tarde. Por un lado, es el retrato de un barrio, de una calle. Por el otro, contempla las disputas violentas entre católicos y protestantes. La familia de Buddy es protestante y conciliadora, pero en la calle viven varias familias católicas. Y los protestantes más airados siembran el terror.

La mirada de Branagh no es virulenta. En absoluto. A veces resulta, incluso, demasiado complaciente. Las canciones de Van Morrison suavizan algunos momentos y nos retrotraen a aquella época. El relato está recorrido por los sermones en la iglesia, la violencia por causas religiosas y lo que Buddy ve en el cine, el teatro y la televisión. En casa, ante el televisor, filmes y series en blanco y negro. Pero cuando va al cine, el descubrimiento: las imágenes en exultante color de Raquel Welch en Hace un millón de años. Es el retrato nada acre de una infancia rodeada de cariño -la madre, el padre ausente pero comprensivo y los abuelos que encarnan Judy Dench y Ciarán Hinds- que se impone sobre la violencia irracional.

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