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Obituario

Adéu, Marta

Fallece la comisaria de arte Marta Sierra

Marta Sierra.

Eran los tiempos en que la vara de alcalde la llevaba Ramon Aguiló, una España joven se miraba en la Movida y en Palma había un festival de jazz. El pesimismo del siglo XXI no había aparecido y tengo la sospecha de que la inexistencia del individualismo como doctrina –todavía era una larva: ahora todo es yo-yo-yo– también tenía que ver con esa ausencia del pesimismo que hoy tanto manda. Eran los tiempos de la Agencia Runner en el pasadizo de la calle de San Felio –antes carrer de Ses Carasses– con Toni Socías de festivo agitprop; del bar Minim’s, que había sustituido al Mónaco –tan sixties– en la plaza Gomila; del Concurso Pop-Rock, y del Centre de Planificació Familiar, con uno de sus fundamentos en el feminismo militante. Eran los tiempos de Peor Impossible, de Max y de Pere Joan, de Furnish Time, con el gran Pere Pla al frente y ya hace demasiados días que no me encuentro con él, bastón en mano, por Berenguer de Tornamira, esquina Bernat de Boadella y eso hace que lo recuerde día tras día: ha sido el mejor músico mallorquín de aquel final de siglo XX.

Miquel Barceló ya tenía los pasajes con destino a Kassel y a Sao Paulo y luego al mundo entero y había una Palma que era una ciudad inquieta con vocación de moderna y acogía –como siempre hacen las ciudades– a los modernos de otros pueblos. A Rossy (de Palma, claro) no la conocían todavía, pero ya se enterarían, ya, de la mano de Almodóvar primero y París después. Entonces apareció Marta Sierra con el primer ejemplar de Vol 502 en la mano. Quiero decir que se empezó a editar municipalmente la revista Vol 502 y su espíritu y tablero de mandos fue cosa de ella, una catalana entonces casada con el escultor francés Thierry Job –después sería feliz con Santiago B. Olmo–, tan inquieta y tan voluntariosamente moderna como la ciudad en aquel momento.

Marta era la cónsul en Mallorca de la revista barcelonesa El Cairo –buque insignia de la ‘línea clara’–, le gustaban los abrigos y su tarjeta de presentación era una risa acelerada que afloraba intermitentemente a lo largo de la conversación. Le gustaban también los pintores, los músicos y los autores de cómic, los cuidaba y fomentaba su trabajo porque lo respetaba y valoraba bastante más que otros. Para los escritores, empezando por el poeta Andreu Vidal –al que imagino con Rafel Joan y Ramon de la O en el ‘París-Texas’– tenía una mirada y un respeto distintos. Marta Sierra fue comisaria de grandes exposiciones –de Malévich a Max– (estaba muy orgullosa de ello) y uno de los principales agentes provocadores del espíritu de los ochenta en la ciudad. Y si no lo fue, sí fue su editora y productora y antóloga y lo que hiciera falta. Siempre estaba Marta Sierra moviéndose entre bastidores y la Setmana del Còmic en el Solleric también sería cosa suya. Con su muerte desaparece una memoria global de aquel tiempo, el mismo que cuando ninguno estemos aquí, otros contarán como no fue.

Pero no todo es desaparición en una muerte y a menudo es, precisamente, esa muerte la que subraya la vida de quien se ha ido. Borges decía que los libros que había leído formaban las líneas de su rostro y a partir de mediados de los 90, Marta Sierra se dedicó, sobre todo, al comisariado de exposiciones y éste es su último rostro. Miquel Barceló, Jaume Plensa, Carme Pinós, Antoni-o Socías, Mattotti, Spilliaert, Nazario, Margalida Escales, Ferran Aguiló, Max –ya mencionado más arriba: fue una gran exposición– o Lin Utzon, entre otros, son los rasgos de ese rostro que Marta Sierra forjó con su trabajo en España y algunas calas en Francia y en Italia. Pero su mayor orgullo siempre fue la que comisarió en el Solleric y Sa Nostra conjuntamente sobre Malévich y los maestros de la vanguardia rusa, y nuestro el agradecimiento por haberla traído a Palma. Ahora se ha ido a las pocos meses de hacerlo Pere Pla, tres años después que Toni Socías y bastantes más que Andreu Vidal, que fue el primero. Los cito y relaciono porque los tres han aparecido por derecho natural en esta crónica que espero cierre la lista de los muertos durante un largo tiempo. Y aquí vuelvo a oír la risa de Marta Sierra.  

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