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El gallinero | Kilómetro cero

Àlvar Triay y Guillem Galmés destilan química en ‘Jutipiris’. Teatre Principal

Jutipiris y La darrera opció son las últimas muestras de una escena autóctona y diversa, que estruja la creatividad para un público potencialmente dispar.

La primera es una apuesta de Produccions de Ferro de corte formal sencillo y escritura clásica –construida por Manel Serrano– que apela a una sensibilidad que tiene que ver con la pérdida, con cómo afrontar la muerte del otro. El argumento es fácil de resumir: Pere busca la manera de decirle a su sobrino Blai (con Síndrome X frágil) que su abuela acaba de morir. Pero tras la sinopsis, hay un marco narrativo complejo –marcado por las dificultades comunicativas– y un universo mágico tejido de ternura, cuentos, canciones, referencias ‘pop’ y miradas al pasado que explican de dónde viene esa familia.

El viaje, cronológico y sobre todo sentimental, lo dirige Catalina Florit –que aprovecha bien el espacio escénico, bosque y metáfora de Joan Aguiló– y lo ejecutan dos actores que destilan química desde el primer minuto de la función. Àlvar Triay, que siempre funciona, se muestra preciso en la cadencia que requiere el texto y Guillem Galmés –toda una revelación– maneja de manera sorprendente la montaña rusa que implica su personaje (y eso también es dirección, claro).

La darrera opció tal vez esté en las antípodas narrativas de Jutipiris pero también es una pieza sobre comunicaciones complicadas. Una suerte de ‘pasen, interpreten lo que les salga del higo y, ante todo, déjense sorprender’. Sobre el escenario, dos seres desconectándose del mundo –y en difícil conexión entre ellos mismos– se hacen preguntas metafísicas mientras ríen, se observan, sufren, se pelean, bailan, se deslizan o activan el mecanismo de un muñeco cantarín. Quizá no todo funcione por igual y para todo tipo de público, pero cada escena contiene algún elemento que te atrapa; cada etapa de la historia –envuelta en un impresionante espacio sonoro diseñado por Jaume Manresa– está pensada para que luzca el aparente caos que se vierte en el escenario y al servicio de las virtudes de los dos intérpretes. Al indudable carisma de Clara Ingold (que también dirige, junto a Llorenç Balaguer) se le suma Josep Orfila, que es un actorazo versátil, convincente en cualquier registro que se proponga. En tiempos de relecturas acartonadas y modernillas de Chéjov y Shakespeare, se agradece este descaro de kilómetro cero, de talento local.

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