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Con ciencia | Creatividad

La creatividad se ha vuelto el bálsamo de Fierabrás que buscan con ahínco los ministros de Educación de toda Europa. En realidad la conciencia de que los logros más espectaculares se alcanzan gracias a la creatividad viene de lejos. Suele referirse a lo sucedido en la década de los años 60 del siglo pasado cuando, tras la puesta en órbita del primer satélite artificial por la Unión Soviética en 1957, se produjo un clamor popular los Estados Unidos que dio paso a la carrera espacial. ¿Cómo podía ser que un país con menor poder económico, científico y técnico se hubiese adelantado así? La supremacía soviética en la conquista del espacio se atribuyó a una mayor creatividad, cosa que condujo de inmediato a la necesidad de entender y analizar los componentes del pensamiento creativo. Si la creatividad era el motor de los progresos científicos, comprendiendo sus claves sería posible mediante un programa adecuado incrementar las capacidades creativas de los sujetos y por ende de toda la sociedad.

Mucho se ha progresado desde entonces en la tarea de entender qué es la creatividad, cómo funciona y de qué manera podría enseñarse en los colegios a los alumnos ser más creativos. Pero la clave profunda de esa capacidad para hallar soluciones creativas a problemas intrincados no comienza a aclararse hasta ahora. Según parece, guarda relación con una característica particular de nuestro cerebro: su actividad cuando no se le está obligando a concentrarse en las respuestas a un determinado desafío.

Célia Lacaux, investigadora del Instituto del Cerebro en la Universidad de la Sorbona (París), y sus colaboradores han publicado un trabajo en la revista Science Advances que los propios autores admiten que está inspirado en una idea de Thomas Edison quien, cuando se enfrentaba con algún problema arduo, optaba por echarse una siesta con un par de bolas metálicas en la mano. Como se sabe, al entrar en la fase REM del sueño la musculatura se relaja así que, al poco de dormirse, la caída de las bolas le despertaba. La idea de Edison era la de retener así los pensamientos que le habían sobrevenido en sueños con la esperanza de que contuviesen la solución para el problema pendiente.

Lacaux y colaboradores diseñaron un experimento parecido en el que a los participantes en la tarea de resolver un problema matemático se les dejaba recostarse con los ojos cerrados en una habitación en penumbra y en silencio. Con las bolas de Edison en la mano, debían decir qué les pasaba por la cabeza en el momento en que éstas se caían. Pero en realidad existe un precedente explicativo: el de la actividad de las redes cerebrales en el estado de reposo, que lleva a la aparición del llamado «efecto ¡Ahá!» —hallazgo repentino de una solución pendiente—. Comentar cuáles son esas redes y cómo funcionan lo tendremos que dejar para otra ocasión.

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