No debe ser fácil ser un músico joven en un país caribeño y resistir a la enorme fuerza centrífuga del reguetón, un estilo musical que, de una década a esta parte, lo invade todo. Pero el cubano Erik Iglesias Rodríguez lo ha conseguido. De ese espíritu libre da cuenta su nombre artístico, como si fuera una declaración de intenciones: Cimafunk. La primera mitad de esa palabra remite a los históricos cimarrones, los esclavos negros que se escapaban de las plantaciones para vivir libres perdidos en el campo. Uno de sus antepasados lo fue, y cuando Erik descubrió su historia, hace solo unos años, su vida cambió. Fue consciente de una identidad por la que nunca se había preguntado. Y lo hizo de tal forma que tuvo que incluirlo en el nombre con el que produce música y sacude los escenarios de medio mundo. La segunda parte de esa palabra deja claro el estilo por el que se ha decantado. No es reguetón, pero tampoco es son, ni trova, ni jazz, ni hip hop. Todos esos estilos le gustan, ha pasado por ellos e incluso los sigue practicando a ratos. Pero la música que ha cambiado su vida es el funk. Y además de cantarlo, ha hecho de él una bandera.

Cimafunk gira estos días por España con un nuevo disco bajo el brazo, El Alimento, que tiene ese título porque fue la música lo que le mantuvo vivo durante la pandemia. Había explotado artísticamente dos años antes de que el virus se propagase, en 2018, y era el nombre de moda entre el artisteo de La Habana, con fechas cerradas también en Europa y en festivales internacionales de primer nivel como Lollapalooza en Argentina, el Playboy Jazz Festival de Los Ángeles o el de jazz de Nueva Orleans. No llegó a pisar ninguno de ellos porque el mundo se paró de golpe. "Cayó la pandemia y yo dije: '¿Y ahora mi hermano? Si este era el año mío de volverme todo loco y tocar en todos los lugares, de que mi carrera fuera ya a otro nivel, llegar a más gente, el sueño de tocar en África…", recuerda. Es un tópico lo de que la música nos puede salvar, pero en este caso se trató de una sensación bastante física. "Fue un frenazo muy fuerte. Menos mal que ya estaba trabajando en este disco. Porque yo había estado sin parar durante cinco meses en 2019, actuando casi a diario, y cuando paré me sentí deprimido físicamente. Hacia mucho que no me quedaba en casa una semana entera".

Aunque desde hace unos años pasa más tiempo en el sur de Francia, por amor y también por trabajo, le tocaron en Cuba los primeros tres meses de la pandemia, la parte de encierro más dura. Justo antes de que todo se cerrase había empezado a pensar en este disco y le habían presentado a Jack Splash, autor y productor con varios Grammys en su haber que ha trabajado con artistas de la talla de Alicia KeysKendrick Lamar, John Legend o Solange. A Splash le gustaba su música anterior, y Cima -hay tanta gente que le llama así como la que le llama Cimafunk o Erik- empezó a bombardearle con discos de Irakere, la legendaria banda de jazz cubano. "Él no los conocía. Tampoco a Benny Moré o a Bola de Nieve. Me dijo: '¿qué es esto? Esto es lo más grande de la vida'". Juntos han sacado adelante un álbum que, entre cierres y aperturas de espacios aéreos, se grabó entre Cuba, Francia y EEUU, y en el que el funk domina pero también suenan hip hop y música disco, una mezcla de dancehall y reguetón -a él le gustan clásicos como Tego Calderón Don Omar, pero se reconoce desconectado de las últimas estrellas-, jazz y algo cercano al bolero. Splash no es la única colaboración estelar. También están raperos de primer fila como Lupe Fiasco y CeeLo Green (el coautor del hit Crazy como Gnarls Barkley), el gran Chucho Valdés o el jamaicano-londinense Stylo G.

Entre la iglesia y el reguetón

Todo músico lleva dentro un viaje, una historia que atraviesa influencias, estilos y referentes por los que ha pasado hasta llegar a ser lo que es ahora. La de Cimafunk empieza en Pinar del Río, su ciudad natal, con muy pocos años y música sonando sin parar en la radio y, sobre todo, la televisión. "En aquella época salían todo el rato Los Van Van y Charanga Habanera, pero también había programas de música anglosajona e internacional. Había uno más fino, La gran escena, que ponían después de la novela, y donde podías ver conciertos enteros de Phil Collins, por ejemplo. Ahí empecé a conectarme con esa música". Aunque en un país oficialmente ateo como Cuba pueda sonar raro, su siguiente paso musical, como los más grandes de la música negra, fue en la iglesia. "Empecé a cantar en el coro con unos 8 años. Todos los domingos cantaba en la Iglesia Bautista Libre, y me llevaban a convenciones".

A los 15 años Erik se alejó de la iglesia porque ingresó en la escuela preuniversitaria, una especie de internado flexible. Allí llegó, ahora sí, la música de su generación. "Me puse a hacer reguetón, porque era lo que estaba de moda y lo que a las chiquitas les gustaba, la fama…". Sin embargo, aquello no duró mucho. "Me metí un tiempo, pero antes de terminar el 'pre' empieza el movimiento de las trovas en Pinar del Río, y se vuelve punk. Y yo veo en qué andan músicos como Víctor Quiñones o Yordi Toledo, gente con swing, con chancleras, hippie… No hacía falta tener unos tenis de marca para tener novia… era otra actitud. Y me dije: esto es lo que me gusta. Además había más negros en esa zona, me sentía más identificado… Me metí en la trova, formé un dúo que se llamaba Fulano de tal, y me empecé a introducir en la música alternativa".

"En la trova no hacía falta tener unos tenis de marca para tener novia… era una actitud diferente a la del reguetón"

La siguiente etapa transcurre ya en La Habana, con Erik matriculado en Medicina, que estudió tres años. En su casa, lo de hacer una carrera era obligatorio. "Mi abuela viene del campo, de mucha pobreza, vivió la segregación racial. Ella y mi abuelo siempre decían 'todos mis hijos irán a la universidad. Nosotros somos negros, pero tenemos que estar todo el tiempo limpios, educados, todo el mundo tiene que saber hablar, comportarse, idiomas'". Toda su familia materna se crió así: en la humildad pero con estudios. "Mi primo es cirujano, mi hermana estudió lenguas, mi tío es ingeniero, mi tía cirujana también, mi madre psicóloga psicometrista”. Nada más empezar Medicina se dio cuenta de que no era lo suyo, pero siguió a pesar de todo. "Me gustaba la música pero no tenía confianza para hacerla, no había estudiado música. Pero en La Habana me dio muy fuerte, y además descubrí el funk". Le da pena que su abuela no llegara a verle estallar profesionalmente. "Pero sí le gustaba que hiciera música. Hiciera lo que hiciera, decía, tenía que ser bueno, no podía ser un 'inflado'. Siempre me apoyó con todo, como mi madre".

Cantar en un crucero

Al final abandonó la carrera, pero en La Habana, para subsistir, tuvo que ir haciendo otras cosas. Trabajó en un taller mecánico, hizo cursos de producción de sonido y de interpretación actoral. Empezó a cantar en coros y a tener cierto prestigio: le llamaban para grabar discos o poner música a cortometrajes. En esa época conoció al que hoy es su director musical y baterista de su banda, Raúl Zapata, más conocido como Dr. Zapa. Luego se incorporó a una banda que se llamaba Los Boys y se embarcaron 8 meses para trabajar en un crucero. A la vuelta, llenaban los bares de La Habana, pero Erik ya estaba en otra. Quería montárselo por su cuenta. Tener su propio grupo y hacer lo que le apetecía. Básicamente, el funk que había descubierto unos años antes. Primero, de la mano de músicos cubanos como IrakereHabana Abierta NG La Banda -entonces no sabía que en esa música había funk-, o cuando había escuchado a artistas de la trova, como Yolo Bonilla, que daban un ritmo diferente a las canciones. Luego, con los sevillanos O'Funkillo, que le descubrieron otra forma de cantar. Después llegó internet -"en Cuba solo tenemos internet desde hace unos 6 años", recuerda- y con él una ventana gigante al mundo. Por ahí entraron en masa los Parliament y los Funkadelic de George Clinton, que ahora canta con él, el hip hop y tantos otros sonidos.

Cimafunk con el veterano George Clinton. Cedida

Erik se paseaba por la noche de La Habana con su pelo "alterado" y sus pantalones de campana. Conocía a toda la farándula de la ciudad y ya podía vivir de la música. Pero tenía casi terminado su primer disco y no le convencía su nombre artístico de entonces, Erik Funk. Fue entonces cuando un conocido le preguntó un día "¿tú de donde vienes?". "Yo digo: 'de Pinar del río'. 'No, pero ¿tú de donde vienes, tus ancestros?' Y digo: 'no sé'. Nunca me había preguntado eso. Y me dicen: 'pues tienes que hacerlo, es fundamental'. Y me manda a los archivos de la zona donde nació mi familia. Allí descubro que hay un personaje nigeriano que había sido esclavo y luego se había asentado en los campos esos. Y que de ahí había salido mi familia. Mi tía abuela, que cumple 100 años ahora en febrero, me contó que se decía que siempre estaba serio, 'cerrao', que era fuerte pero nunca hablaba con nadie, estaba dañado por la esclavitud… Y pensé: ¿en serio vengo de esa película? Dije: '¡coño!'. Un despertar brutal. Y empecé a buscar información de los cimarrones en Cuba, de lo diferentes tipos de cimarrón, de cómo se forjaron... Y también me enteré bien de la historia de los mambises, la primera casta de guerreros que hubo en Cuba después de los indios. Los más temidos, tenían machetes y luchaban contra los españoles. ¡El 70% eran negros!. Cuando nosotros pensamos en un mambí, mentalmente lo vemos blanco. Porque es lo que hemos visto en la televisión, en los muñequitos... Y descubro un libro que se llama Biografía de un cimarrón, de Miguel Barnet, que le recomiendo a todo el mundo. Entendí que tenía que llevarlo en mi nombre. Y así surgió Cimafunk".

Una banda con hambre

El primer disco que publicó con ese nombre, Terapia, tuvo éxito pero le dejó "sin un peso", a pesar de que lo había grabado muy artesanalmente, con una tarjeta de sonido, un micrófono para trompetas y la ayuda de varios músicos cubanos muy experimentados. Pero no estaba satisfecho. Con su amigo Dr. Zapa empezaron a hacer casting para montar una nueva banda. Erik no toca ningún instrumento, así que a los músicos les "canta" los sonidos que quiere que hagan cada uno: la guitarra, la batería... Alguno de los instrumentistas de primer nivel que tocaron antes con él no se lo había puesto fácil. Demasiado profesionales. Esta vez buscaba "chamacos con hambre, que vengan y que estén para divertirse. No quiero sabios. Quiero gente espontánea, que esté para gozarla. Y ahí aparecieron Bejuco [guitarra], Hilaria Cacao [trombón], Machete [percusión] o Caramelo [bajo], que venía del jazz. Yo les hablaba del funk como algo más allá de un género musical, un groove de vida. 'Vas a ver la música diferente, es algo que te va a marcar. Te vas a ir metiendo en el canal', les decía. Y de pronto, empezamos a tocar y explotó la cosa".

Esa es la banda que ahora arrasa los escenarios y a la que, en un plan más relajado, se puede ver en uno de los Tiny Desk Concert -esos conciertos en pequeños espacios, casi domésticos, como el famoso que grabó C. Tangana con Alizzz, Kiko Veneno y Antonio Carmona- que hace la radio pública americana NPR con lo más granado del talento internacional.

En la música de Cimafunk, ese funk que mezcla, según The New York Times, sonidos afrocubanos con afroamericanos, hay lo que se podría esperar de un músico cubano que quiere hacernos bailar: calor, sudor, cuerpo, sexo. De manera más explícita o más poética, se llama al roce sin parar y sin remilgos. Pero, frente a la cosificación generalizada de la música urbana actual, aquí todo ese roce tiene un punto más lúdico, más festivo y, sí, más igualitario. Cimafunk, que hace guiños divertidos como salpicar sus canciones con palabras como "contiga", se reconoce fruto de un matriarcado. "La mujer está en una situación de pérdida, incluso peor que los negros y el racismo. Eso es una realidad. Ha habido cosas súper tristes con el género femenino y hay que tener un poco de cuidado con todo eso -argumenta-. A mí me criaron mi abuela y mi mamá. Mi hermana es la dueña de la familia. Es la tipa que dice lo que hay, y es menor que yo. Y así fue con mi mamá, con mis tías... Nosotros andamos por ahí traumatizados, desde niños te están cortando emociones, el hombre tiene que ser el fuerte. Y esa inseguridad lo que te provoca es desbocarla sobre algo que está perfecto, que es una mujer". Aquí, además, el que acaba los conciertos semidesnudo sobre el escenario es el propio Cima.

La mujer está en una situación de pérdida, incluso peor que los negros y el racismo. Eso es una realidad. Y hay que tener cuidado con eso"

Sobre la cuestión cubana, en cambio, tiene menos discurso. Dice que no está en la isla ahora mismo y que no cree que posicionarse vaya a ayudar. Pero admite que la situación "no está buena. Hay carencia de muchas cosas. Estoy tratando de mantenerme enfocado en la música, en la familia y en lo que está pasando en mi carrera, pero me da tristeza cuando me conecto con la situación de ahora, porque no está bien". No cree que Cuba, su arte y su música, estén mal conectados con el mundo. "Yo exploté en Cuba, y explotando allí exploté en el resto. La gente me conoció a través de mis redes. Pero en Cuba sí que hay muchas limitaciones. Es una realidad".

Cimafunk y su banda de nueve músicos acaban de terminar una gira por EEUU. Actúan esta noche en Barcelona como parte del Voll-Damm Barcelona Jazz Festival, mañana en Las Palmas de Gran Canaria dentro del marco del festival Womad y el domingo en Madrid, donde están a punto de llenar una sala de gran tamaño como La Riviera. Cima espera encontrarse en estas citas con su público español, pero también con una comunidad cubana que siempre acude a su llamada. Promete "fuego, candela" en su directos, y nada hace dudar de que lo consiga. El gurú de una música ya antigua que ahora suena nueva tiene mucha energía ahorrada durante la pandemia. Y ahora, irremediablemente, toca quemarla.