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Tribuna

Samantha Hudson, arte político no apto para ‘boomers’ | Por Carlos Saura León

Samantha Hudson jugó en casa, en su tierra, Magaluf.

Ok boomer es una expresión que las personas más jóvenes suelen utilizar en las redes cuando una persona mayor critica algo o manifiesta una incomprensión ante una realidad que no entra dentro de sus parámetros, creencias o nociones propias. Decían Marx y Engels que la historia de la humanidad era una lucha de clases. Así es, y así ha sido siempre. A la vez, también se ha librado una guerra entre generaciones. Generaciones mayores que no comprendían los nuevos lenguajes, el nuevo arte, la nueva música, las formas de comunicarse o de desplazarse. Esto ha ocurrido a lo largo de los siglos. Lo nuevo venía para zarandear las estructuras mentales e ideológicas de lo antiguo. Y esas estructuras se resistían mediante la denuncia de las personas mayores (literal o metafóricamente mayores) al ver que todo sobre lo cual habían construido su forma de pensar y sus vidas era puesto en cuestión.

No es de extrañar que en el futuro veamos cómo el humano omnívoro es tildado de neandertal. Tampoco lo sería que el binarismo de género sea un vestigio histórico que se haya dejado muy lejos en el tercer cuarto del siglo XXI. Puestos a anticipar, C. Tangana será dentro de 30 años una reliquia como lo es hoy en día Led Zeppelin. Me cuesta predecir qué pasará con Samantha Hudson, pero hoy mueve conciencias políticas y personales de una amplia gama del espectro político e influye mucho en la juventud. Es un terremoto cultural y social. Veremos si su labor hace que los continentes ideológicos vean modificada su superficie con el tiempo.

El 12 de octubre, como celebración irónica del Día de la Hispanidad, Samantha Hudson publicaba un vídeo musical llamado Por España. En esta ópera buffa se ridiculiza y se juzga desde la parodia y la mofa una imaginería del fascismo patrio y español que goza todavía de mucho poder. Tal y como hizo Tarantino con Hitler en Malditos bastardos, Samantha Hudson mata a Franco en su videoclip. También dice cosas como «Por España, Paco, me pones bellaco» y un sin fin de irreverencias que han sentado mal tanto a la derecha como a sectores de la izquierda que transpiran todavía demasiado conservadurismo por sus poros en lo que se refiere a lo que debe ser el género y las categorías binarias que tanto se empeñó en promover el régimen nacionalcatólico. La letra, que antes con sangre entraba, permanece en las almas de muchas personas. Esos monstruos persisten y se disfrazan hoy con todo tipo de máscaras. En la izquierda la homofobia y la transmisoginia que surge como incomodidad al ver el vídeo deviene discurso racionalizado por parte de hombres y mujeres supuestamente de izquierdas.

Para entender esto no hace falta leer La genealogía de la moral de Nietzsche, pero ayudaría bastante a las personas tránsfobas, homófobas y (en ocasiones) edadistas para poder pensar, al menos por un segundo, por qué piensan lo que piensan. Nietzsche denuncia en ese libro que la moral cristiana era solo una venganza espiritual contra los que amaban la vida. Por eso la vida terrenal era un valle de lágrimas y la vida auténtica sucedía después de la muerte. Es decir, la religión que iba tomando forma correspondía, ¡atención!, a unos sentimientos negativos previos frente a la vida. Pasa igual con la homofobia y la transmisoginia: «Soy homófobo o tránsfobo, pero no lo sé, o sí lo sé pero no lo puedo publicar en Facebook o Twitter, ¿entonces qué hago? Lanzo todo tipo de soflamas, hago críticas absurdas o predico desde el púlpito digital qué es ser antifascista realmente. Porque el vídeo que supuestamente está en mi trinchera ideológica me parece insoportable por causas que prefiero esconder».

El vídeo de Franco de la mallorquina ha sentado mal a la derecha y a parte de la izquierda

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¿Qué es lo que molesta? ¿Es la ligereza con la que trata a la dictadura franquista, las cunetas y el abuso sexual? ¿O el problema real es que una persona de 22 años que no encaja en los cánones establecidos pueda realizar una pieza con imágenes tan poderosas como la última escena en que Samantha, con toros dibujados en sus pezones, le tira una bandera republicana al mismísimo Franco en la cara?

Lo que tanto entre boomers (por edad o por criterio) de izquierda como de derecha se ha dado en llamar generación de cristal es una generación que tiene entre sus filas a personas que se ven a sí mismas y a su mundo de manera cristalina en la necesidad de autoexaminarse y revisarse. Hoy sabemos perfectamente lo que quiere decir una persona cuando dice: «No soy homófobo, pero...». Nuestra sociedad es cada vez más hermenéutica. Las nuevas generaciones saben interpretar desde donde se habla. Cuando alguien escucha no solo oye y deduce el significado literal de las palabras. Existe una hermenéutica de los discursos que se emiten en Twitter, Instagram y también en el bar. Y hay personas como Samantha Hudson que saben que todavía queda mucho por recorrer, que saben tocar las teclas exactas para movilizar y tambalear estructuras de hormigón. La generación de cristal es translúcida. Ese es su superpoder. Analizar con lucidez lo que ocurre, de forma transparente consigo misma y con los demás.

Samantha tiene un discurso impecable, un diagnóstico de nuestros tiempos, critica la precariedad y la sumisión de la juventud a un mercado laboral imposible, la idea falsa de la dictadura de la felicidad y es seguida por cientos de miles de jóvenes que viven en esta selva digital en la que es muy fácil perderse entre ansiedad, ansiolíticos y algoritmos muy exigentes. La generación de hormigón, entendida como transversal en un campo ideológico amplio, barría y escondía la suciedad bajo la alfombra. También escondía los muertos en puntos secretos de la casa. Bastaba con tapiar ciertas habitaciones o ventanas. Deconstruir todo eso es la misión que tienen las nuevas generaciones. La juventud vive en sus propias carnes la religión del individualismo pero quiere bajar de pedestales de la historia a los opresores. Critica con desvergüenza lo existente y quiere construir algo nuevo. Y en España queda muchísimo por deconstruir.

Hace unas semanas se organizó en Magaluf una charla en la que participó la protagonista de este artículo llamada Literatura no apta para boomers. «Hay que cagarse en todo. Eso hacían los dadaístas», dijo Samantha. Yo añadiría: Hay personas que dicen querer cagarse en todo, pero como no les gusta el aseo en cuestión pondrán pegas sobre el papel higiénico o el ambientador. Un consejo: Lo importante es una buena digestión y cagar tranquilo.

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