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Crítica de ópera: Lost in adjustation

Toda la escenografía de esta producción, con claros elementos tomados del teatro musical (según las acertadas palabras de Margalida Serra, al final de la función que comentamos), sitúa la acción en el boom del turismo de los años 60 del siglo pasado en Mallorca. Nos referimos a Elisir d’amore de Gaetano Donizetti y que presenta estos días el Teatre Principal de Palma dentro de su temporada de ópera.

El director de escena, José Martret, ha trasladado la historia a un hotel de la costa mallorquina, frente al mar, con un primer acto simulando la recepción, con un ascensor en el que caben todos, como el camarote de los Marx, y un segundo situado en la sala comedor del mismo hotel, con la luna al fondo. En esos dos espacios tienen lugar las historias de amor, desamor, engaño y, como era de esperar, final feliz. Pues de eso se trata, de crear embrollos cómicos para que los mismos personajes los desenreden con encanto.

La puesta en escena es del todo efectista, muy hermosa, pues a los decorados, de tonalidades a lo Almodóvar, debemos añadir un vestuario y una iluminación que no hacen más que añadir cromatismo al espectáculo. Enhorabuena pues a los responsables. Como también es de nota la dirección de escena, con unos movimientos muy estudiados y, otra vez, muy a lo comedia musical de la época.

Tenemos a un Nemorino convertido en botones de ese hotel en el que la directora es, nada menos que Adina, su amor platónico y que a su vez piensa casarse con el capitán de crucero, Belcore. Por su parte, el embaucador Dulcamara es un comercial dedicado a la venta de licores, entre los que están las hierbas mallorquinas, como él mismo se encarga de decir en una de las diversas morcillas esparcidas a lo largo de sus intervenciones.

Juan Antonio Sanabria estuvo bien, pero no sobresaliente, en el rol de contratado enamorado de la jefa. Verónica Granatiero estuvo, esa sí, sobresaliente, pues cantó una muy buena Adina. De Joan Martín Royo, Belcore, solamente podemos decir lo que ya sabíamos: que es un barítono de enorme talento y un gran actor. Lo mismo que Antoni Marsol, doblemente enorme en su papel de Dulcamara, como actor cómico y como cantante, muy al estilo Raimondi. Y ¿qué decir de Irene Mas como Gianetta que no hayamos dicho en otras ocasiones? Que se sale en ese rol, pequeño, pero argumentalmente significativo.

El coro, como en otras ocasiones, sufrió el mal de las mascarillas, aunque resolvió sus intervenciones correctamente.

Sobre la orquesta, pues una de cal y otra de arena. El sonido, muy bueno, ajustado, preciso y muy donizettiano. Pero mal en el acoplamiento con los cantantes; las velocidades, las del director y las de las voces, en más de una ocasión, no coincidieron, cosa que hizo sufrir a los solistas y especialmente al coro, sobre todo en el final del primer acto. Se hizo evidente la importancia de ajustar los tempi. El Lost in translation, que decía Sofía Coppola cuando situó a sus protagonistas en un hotel de Tokio, aquí se convirtió en una Lost in adjustation. Ese es el único pero que debemos poner a esta velada, que, sin dudar, recomendamos y que volveríamos a repetir con gusto.

Elisir d'amore de Bonizetti

Teatre Principal

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