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Crítica de música | Reformas

Joji Hattori es un director más que correcto. Dirige de forma muy profesional, dando siempre las entradas y matizando los estilos de forma solemne, casi teatral. Sus viajes a Mallorca para dirigir a nuestra formación sinfónica son bien recibidas por el público. Y que siga siendo así. Pero si del director japonés conocíamos también su vertiente como violinista, que demostró hace algunas temporadas, nada sabíamos (o al menos quien escribe) de su faceta como compositor y arreglista. Así que, ante la sorpresa de los melómanos, pudimos escuchar el pasado jueves en el Trui Teatre de Palma su versión para orquesta de cuerdas de las Tres romanzas opus 94 de Schumann, que originariamente son para oboe y piano, aunque también se muestran a través del violín o el clarinete. Ese paso de cámara a orquesta está muy bien elaborado. Hattori consigue que esas tres obras parezcan escritas originariamente para una formación más grande, pues mantiene su espíritu romántico a la vez que aumenta su sonoridad. Enhorabuena por ese estreno y por la manera de interpretarlo.

Después vino esa vorágine sonora que es el Concierto para piano número 1 de Liszt, que fue ofrecido de forma muy consistente, con una orquesta atenta y, sobre todo, un solista que se desmarcó de la ortodoxia al uso para ofrecer una versión muy convincente, en la que priorizó siempre la melodía de la mano derecha a las harmonías graves. Denis Kozhukhin llegó, tocó y venció, pues el público quedó rendido a su interpretación demostrándolo con numerosos aplausos, que obligaron a dos pluses.

Y si Hattori reformó a Schumann y Kozhukhin hizo suyo con Liszt, en la segunda parte otra reforma, la de Mendelssohn en su sinfonía número 5, escrita para recordar la efeméride de la Reforma (ahora sí en mayúsculas) Protestante. Muy bien equilibrada y estructurada la versión de nuestra Simfònica, pues supo conducirnos poco a poco hacia ese magnífico coral en el que se basa el cuarto movimiento. De la delicadeza de la melodía conocida como el Amén de Dresde (que aparece repetido) se llegó a ese himno Ein feste Burg is unser Gott final, siempre respetando la carga espiritual que toda la obra posee, que no es poca.

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