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Los secretos del palacete de Can Vivot: la casa de un mundo perdido se abre a las visitas

Conforme a la ley de Patrimonio, los propietarios ofrecen recorrer una parte del ‘casal’ señorial palmesano, declarado monumento en 1973. Es uno de los escasísimos palacios urbanos de España que conservan intactos los interiores originales, con auténticos tesoros de las artes decorativas

Can Vivot: La casa de un mundo perdido

Can Vivot es el último bastión de resistencia a la especulación que se ha engullido la esencia, la historia y el patrimonio de Palma sin que las autoridades hayan sabido reaccionar a tiempo. El palau de la calle can Savellà es una de las escasas casas señoriales intactas de Palma, y por extensión de España (Can Oleza es la otra, aunque tiene licencia para ser viviendas), que en estos momentos conserva los elementos originales, auténticas joyas artísticas y decorativas que en su día le dieron esplendor, el mismo (o incluso más) que ostentaban cientos de palazzi en el viejo continente. Asomarse a Can Vivot es hacerlo al mundo perdido de una aristocracia local que bien podía mirarse en el espejo de la europea.

Los propietarios del casal, Pedro de Montaner y Alonso, actual conde de Zavellà, y su mujer, la condesa Magdalena de Quiroga y Conrado, han iniciado recientemente un régimen de visitas conforme a la ley de Patrimonio, que establece la obligación, para los dueños de un Bien de Interés Cultural, de abrirlo al público unos días al mes. «Desde julio estamos haciendo visitas pequeñas y a grupos concertados, como BIC con categoría de monumento hemos de hacerlo y estamos comprometidos con ello porque lo que queremos es que la casa esté viva y subsista tal y como es», subrayan tanto Montaner como Quiroga, que al fin han podido llevar a cabo este proyecto, en el que también es parte activa su hija Soledad, después de 16 años de litigio familiar. Hay que decir que sobre la casa pesaba un proyecto urbanístico para construir pisos. «Salvar Can Vivot era una obligación moral», sostienen los condes. Una propiedad privada que, como en otros casos cuando se trata de un BIC, si desea mantener vivo y bien conservado el patrimonio artístico, precisará indefectiblemente del acompañamiento y la complicidad institucionales.

De momento, la visita se circunscribe a las salas barrocas, pero la intención es que más adelante puedan dar a conocer las otras partes históricas del inmueble. «Estamos con trámites esperando a ver cómo se puede resolver junto a las administraciones la licencia de actividad», relatan. Más que hablar de museo, los dueños prefieren seguir hablando de «casa». «No queremos musealizar en exceso porque pensamos que el casal perdería su esencia, pero sí que habrá que hacer algunas intervenciones pequeñas», indican. La conservación es otro de los aspectos que tienen muy presente. «Hemos presentado un proyecto de restauración de un fresco y estamos a la espera de su autorización», señalan.

El acceso a la planta noble se realiza a través del patio barroco, sostenido por columnas corintias y una escalinata donde resalta el escudo de armas de la familia. A un costado, está el claustro de las caballerizas y frente a él un carruaje auténtico de época, proveniente de alguna de las possessions familiares. El pasado esplendoroso se va abriendo paso, al igual que el síndrome de Stendhal, y es inevitable no pensar en los palacios venecianos de las películas de Visconti. Las preguntas sin respuesta también se agolpan: ¿por qué la tradición ha desaparecido? ¿Hasta dónde alcanza el desarraigo de esta ciudad llamada Palma?

"Salvar la casa era una obligación moral", sostienen Pedro de Montaner y Magdalena de Quiroga

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El recorrido que ahora mismo se ofrece en Can Vivot parte de la capilla que hay en la planta noble, con unos relicarios y miniaturas dignas de admiración. El retablo de este espacio se cambió por encargo a Adrià Ferran hacia 1810. En una de sus paredes, puede leerse una dedicatoria de Llorenç Villalonga. Durante su lectura, al visitante más avezado no le costará establecer un vínculo con Bearn, la novela sobre la aristocracia del escritor. Tal y como relata José Carlos Llop en su exitoso título En la ciudad sumergida, «la maravillosa biblioteca de Can Vivot fue en la película rodada por Jaime Chávarri el salón del Vaticano donde el Papa recibía al ilustrado Antoni de Bearn».

El itinerario por las salas barrocas, que corresponden a la reforma de 1700 (porque Can Vivot es una casa que contiene distintas casas construidas entre el siglo XIII y el XIX) tiene como espacio estrella la biblioteca, decorada con los frescos mitológicos pintados por Dardarone y las vidrieras rojizas de Soldati. En sus estanterías, hay una importante colección de incunables góticos y manuscritos y fondos bibliográficos que van del XV al XIX. El espacio está dedicado a Felipe V, cuyo retrato preside la habitación.

Mientras se accede a la sala de música, Pedro de Montaner va desgranando detalles de la historia de su familia, que al final es la historia de Mallorca. La estancia era empleada para las recepciones importantes. En ella, hay un recuerdo del paso de Alfonso XIII y Victoria Eugenia, que se hospedaron en Can Vivot. Las paradas visuales inexcusables son: los tapices flamencos, dos bargueños napolitanos, un portal gótico del siglo XV reconvertido en chimenea y una Inmaculada pintada por Miquel Bestard.

Tras la sala de armas, donde se conservan las cañas con las que solía jugarse en Es Born de Ciutat, vienen los estrados, que es donde se recibía a los invitados según su posición social o la relación que guardaba con la familia. En esta casa hay tres, que corresponden con los que pusieron de moda los Austrias. Todos ellos tienen las paredes decoradas con damascos y pinturas. Hay un San Antonio rezando pintado excepcionalmente por Ribera. También hay baúles con los uniformes de los criados. La alcoba real es la última parada. La tela de la cama fue un regalo de Felipe V, un tejido que provenía de la tienda de campaña que empleó en la Guerra de Sucesión.

Can Vivot es la fotografía de un mundo perdido, una cartografía cultural que son las raíces de Europa. Un espacio lleno de resonancias que se materializan en objetos que los ciudadanos pueden empezar a visitar para saber de dónde venimos.

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