Aunque son los papeles en cine y televisión los que le han traído una mayor fama y reconocimiento, Imanol Arias vive de nuevo enganchado al teatro, una de sus mayores pasiones, y estrena en Madrid la adaptación de 'Muerte de un viajante' (Arthur Miller) del dramaturgo argentino Rubén Szuchmacher en la que comparte escenario con su hijo, Jon Arias Vega.

En una entrevista con Efe, el actor de 'El Lute: Camina o revienta' habla sobre este nuevo proyecto que presentará en el Teatro Infanta Isabel de Madrid y que le ha llegado -señala- tras haber alcanzado la edad teórica de jubilación (65) y de llevar veinte años interpretando el mismo papel en “Cuéntame cómo pasó” (RTVE).

Después de pisar escenarios de toda España con más de 200 funciones de la adaptación de Carlos Saura de “El coronel no tiene quien le escriba” (Gabriel García Márquez), Arias ha apostado ahora por meterse en la piel de Willy Loman, un hombre “malvado” que unifica todos los pecados del fracaso.

Comentan en el dosier de prensa de la obra que este es uno de los principales retos de su carrera, ¿siempre se dice eso?

Siempre se dice eso. Digamos que es el último, el presente, y es verdad que es mucho reto y que no ha sido fácil. Pero nace de un sentimiento que tengo con las cosas que quiero hacer por encima de todo. Si no es el reto más importante, es un reto muy consciente, un disfrute. Yo tengo ya la edad prácticamente de jubilarme. Los actores cuando nos jubilamos nos igualamos. Tú puedes ser quien seas y cuando te jubilas vuelves a ser lo mismo, que es cero, cero pensión o muy poca pensión, tienes que ventilártela. Yo espero algún día poder descansar pero ahora lo que me sale es enfrentarme a ese cero y trabajar en lo que me gusta, intentar hacerlo, independientemente del resultado para mí, ahora lo que quiero hacer son obras de teatro.

¿De qué habla este viajante anacrónico?

Del fracaso, de la no autenticidad. Es un hombre equivocado que perdura. Tiene una especie de obsesión por no encajar lo que aprende. Tiene un lastre. Su propio oficio que está cayendo en una crisis porque empiezan a ser sustituidos por los famosos catálogos (...) Él se queda en la vieja historia, en el hombre que viaja en tren, que sube a su habitación de hotel, descuelga el teléfono y llama a sus clientes. Es querido, amado, apoyado. Eso se acabó y esa mentira no la consigue romper. Lo peor es que se la inculca a sus hijos y los hace unos fracasados. Es un malvado, un imbécil que aún encima les toma cuentas de su error, les imputa el error y les dice que no le echen la culpa a él.

La obra trata también los conflictos paterno-filiales y precisamente su propio hijo interpreta el papel de hijo de Loman. ¿Cómo ha sido trabajar con él?

Yo no he sido un padre ausente, nunca, pero he sido un padre un tanto peculiar. He sido un enfermo del oficio. Y seguramente habré causado mucha felicidad en la gente que quiero, pero también les habré causado algún problemilla porque estaba físicamente pero a veces no estaba. Yo me los llevaba conmigo. Una de las cosas hermosas de esta pieza es que yo estuve trabajando con Rubén Szuchmacher en Argentina y Jon (de niño) asistía a los ensayos y me corregía, como un asistente. Después de veintitantos años de eso es muy hermoso verlos trabajar. Toda esa ausencia, que era por el trabajo, ahora tengo el placer de hacerlo en presencia y vivir con mi hijo eso que me ha apasionado (...). Además, nunca me había sentido tan protegido por un compañero, tan cuidado como por mi hijo. Es una novedad absoluta, es un gozo. Yo he tenido dificultades, tengo poco tiempo, mucho trabajo y a mí ya me empieza a costar entrar en las cosas.

Hace unas semanas se celebraron las dos décadas de "Cuéntame...", ¿Cómo fue el aniversario?

Es verdad que en veinte años se produce una familia y fue muy familiar. Sobre todo fue muy positivo en el sentido de que seguía habiendo muchas ganas de ver ese relevo, cómo van contando la historia desde otras edades y eso nos da mucha fuerza. Ha habido cambios de actores porque tienen que madurar y había actores que no tienen la edad del personaje. Qué bien que se haya podido trabajar, con todas las vicisitudes. Veinte años de un trabajo también son veinte años de tu vida y que todo cuadre es una suerte.