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Rosario Villajos: «No me gustan los personajes complacientes»

La autora cordobesa muestra la cara B de ser migrante en una gran ciudad

Rosario Villajos: «No me gustan los personajes complacientes» G. Bosch

Rosario Villajos (Córdoba, 1978) sabe de primera mano que buscarse la vida en un país extranjero, sin conocer el idioma y sin apoyos de ningún tipo, es cualquier cosa menos glamuroso. La experiencia, ella la vivió en Londres, no la recomienda al menos a nivel emocional, pero a ella le ha servido para dar forma a La muela, su segunda novela que presentará hoy a las 12 en la librería Drac Màgic de Palma.

La muela es la historia de Rebeca, una mujer que ya ha cumplido los 35 cuando decide irse a vivir a Londres huyendo de la crisis de 2008. Allí, sabrá lo que es dedicar casi todo lo que gana trabajando en hostelería a pagar una habitación cochambrosa. Sentirá el desarraigo y la precariedad no solo material, sino también emocional: «Te ves sola en otro sitio, sin un vínculo en el que apoyarte, alguien a quien le puedas decir cómo te sientes. Es lo que yo llamo ‘amor povera’. Hay una historia de amor en la novela que está hecha de basura, como el arte povera».

Rebeca es la dureza de ser migrante, es la incapacidad de comprometerse; es vivir como una adolescente cuando vas hacia los cuarenta. «Su padre acaba de morir, su madre es discapacitada y ella sale huyendo, no quiere cuidar de su madre y no tener vida, pero en realidad echa mucho de menos a su hermana y ese es el único vínculo que tiene a través del teléfono».

La soledad, el individualismo, la precariedad laboral, la falta de humanidad de las grandes urbes, el paso del tiempo, son algunas de las cuestiones que Villajos trata a través de su protagonista, una suerte de antiheroína que arrastra por Londres la culpabilidad que siente por no haberse quedado en España cuidando de su madre: «En realidad partí de la pérdida de la belleza de una chica que siempre ha sido guapa -se le cae una muela- y ahí empieza a desmoronarse toda su vida porque lo único que piensa que ha tenido a su favor es la belleza y a partir de eso, hablar del capitalismo».

En este sentido Villajos pone de manifiesto que el capitalismo no solo afecta en lo económico sino que se filtra en casi todos los ámbitos de la vida y que se ceba, aun más si cabe, con la mujer: «La idea de que no somos nadie a partir de los 35. Ella no tiene pareja ni trabajo estable, comparte piso, no tiene hijos y no sabe siquiera si va a poder ser madre. Son cosas que un hombre ni se plantea. Es como cuando te preguntan por qué no eres madre, a las que son madres no les preguntan por qué. Parece que las mujeres siempre tenemos que estar dando explicaciones», argumenta.

Construir un personaje como Rebeca no ha sido fácil. Dice Villajos que no sabe si cae bien o cae mal, pero lo que tiene claro es que tenía que ser una persona complicada: «Me gusta porque es humana, porque tiene muchos defectos. Es una persona bastante egoísta, pero es que no me gustan los personajes complacientes ni las novelas en que la protagonista es muy guay y el mundo a su alrededor es una mierda: no me gusta Amélie. Sí me gusta este tipo de personaje humano al que le pasa de todo, que puede tener pensamientos bonitos e inocentes, como cuando piensa que la gente de la hostelería debería cobrar más puesto que son trabajadores esenciales, pero no se le ocurre pensar en los migrantes que son refugiados, que huyen de una guerra y que lo pasan muchísimo peor que ella».

Al final, Villajos ha realizado un ejercicio de honestidad, colocando a Rebeca en el plano que le correspondía: «Me tocó hacer un personaje más complicado, con más vergüenza, no podía ser una persona práctica, quería que resultara real». Y la realidad que aborda Villajos es la de hace más de una década, cuando todavía no había surgido el movimiento #MeToo ni se habían vivido las manifestaciones multitudinarias del 8 de marzo: «Las cosas que les pasan a las mujeres en mi libro parecían naturales en ese momento, como chicos que se niegan a ponerse un condón y chicas que tragan con eso, ese tipo de cosas que ahora nos echamos las manos a la cabeza», refiere la autora.

Villajos que recuerda con emoción la eclosión vivida por el movimiento feminista en 2018, cree que «hay que mantener la llama, hay que estar avivándola siempre. Eso también es muy cansado para las feministas, estar todo el rato viendo cosas que no te gustan, acabas reventada y amargada». Sin embargo, también es cierto que atisba señales de cambio: «Pensaba que aparte de Nadal Suau y mi pareja, ningún hombre había leído la novela y, últimamente, sí empiezan a llegar más reseñas y comentarios de hombres que han leído la novela y no me han llamado feminazi. Estoy feliz porque quiero que los hombres también la lean, porque sé que hay montones de mujeres que, aunque no hayan ido a vivir al extranjero, se habrán sentido identificadas, pero eso es lo que menos busco en la literatura. Lo único que quiero es que los lectores y las lectoras tengan empatía».

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