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Con conciencia | Balbuceos

‘Saccopteryx bilineata’

Carolus Linnaeus, el creador de la ciencia de la taxonomía cuyos principios han llegado hasta hoy por la razón bien simple de que permitió dotar a cada especie de un nombre aceptado por doquier más allá de los localismos que confunden —la nuestra, como se sabe, es Homo sapiens—, propuso en su obra principal, Sistema Naturae, el orden de los primates, el conjunto de los simios, los prosimios y los monos que nos corresponde porque, en términos técnicos, los humanos somos simios. Pero Linneo incluyó también entre los primates a los murciélagos, habida cuenta de que definió los rasgos del orden así; cuatro incisivos superiores en paralelo y dos mamas pectorales. Los murciélagos cuentan con esos rasgos pese a la enorme distancia evolutiva que los separa de los verdaderos primates.

Para sorpresa de todos los que toman la distancia evolutiva como fundamento de la lejanía morfológica y funcional —como es mi propio caso—, resulta que los murciélagos —algunos de ellos— comparten también con nuestra especie un rasgo sorprendente. Un artículo de Ahana Fernandez, investigadora del Museum für Naturkunde en el Leibniz Institute for Evolution and Biodiversity Science de Berlín (Alemania), y sus colaboradores, publicado en la revista Science, plantea la forma como los cachorros de la especie Saccopteryx bilineata, conocida como murciélago de sacos —que se extiende por los bosques de Centroamérica y Sudamérica—, se comunican siendo muy pequeños mediante balbuceos que recuerdan no poco a los de los bebés humanos.

Fernandez y colaboradores estudiaron 20 crías de murciélago de sacos a lo largo de los primeros tres meses de su desarrollo ontogenético —posterior al parto— descubriendo que sus balbuceos comparten con los de los bebés de nuestra especie las ocho características principales de ese estilo de habla incipiente. Dichos murciélagos cuentan con comunicación verbal, una especie de canciones multisilábicas con las que los machos defienden su territorio y atraen a las hembras. Pues bien, en ese entorno sonoro, las crías adquieren y ensayan ese «lenguaje» por medio de balbuceos incipientes que cuentan, como es el caso de nuestros bebés, con características de alternancias rítmicas y repetición de sílabas canónicas —un sonido similar a una consonante al que sigue con rapidez otro parecido a una vocal—, entre otros componentes.

Muy pocos seres cuentan con balbuceo infantil: humanos, pájaros cantores, titís pigmeos —el mono más pequeño del mundo— y los murciélagos de sacos. La diversidad filogenética enorme entre ellos convierte en imposible encontrar los lazos evolutivos y adaptativos de esa conducta oral infantil. Pero ese hecho convierte en aún más interesante el hecho de que todas esas crías balbuceen, y algunas de forma tan similar.

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