Entrevista | Lluís Clotet Arquitecto
«Los arquitectos no podemos hacer nada con los precios de las casas, deciden los bancos»
El arquitecto catalán, artífice de Illa de la Llum de Barcelona o de la rehabilitación del Convent dels Àngels en la misma ciudad, veranea en Deià
Lluís Clotet (Barcelona, 1941), siete premios FAD y Premio Nacional de Arquitectura en 2010, contempla esperanzado que exista una sensibilidad colectiva que defienda que es preferible construir menos y recuperar más. Muy molesto con el proceso de uniformización contemporánea, responsable de la masificación (que tanto afecta a Mallorca), es capaz de atisbar una ventaja para quienes no se rigen por las modas. «Los no gregarios, los anormales e imaginativos cada vez encontrarán más lugares donde no haya nadie».
Vive en Deiá, uno de los pueblos con mayor densidad de Mallorca. ¿Por qué eligió este municipio?
Lo elegimos por casualidad. En 1997 unos amigos nos animaron, a mi mujer y a mí, a conocer Deià y nos gustó tanto que aquí seguimos. Efectivamente, la mayoría de pueblos de Mallorca están asentados sobre superficies sensiblemente planas y horizontales. En cambio Deià se sitúa en un terreno muy accidentado, con fuertes pendientes y culminado en su punto más alto y periférico por la iglesia y el cementerio, homenaje a los mitos y a los muertos. Aquí, y a diferencia de lo sucedido en tantas otras agrupaciones, la posición del cementerio no ha permitido que se transformase en plaza pública y efectivamente el pueblo carece de ella, un hecho poco común.
¿Qué sentido puede tener la adquisición de Can Vallés por parte del consistorio?
Es una adquisición llevada a cabo con muy buen criterio. Can Vallés es un caserón ajardinado y emplazado estratégicamente entre dos calles importantísimas, la del Arxiduc y la d’Es Porxo, y colindante además con unos terrenos generosos destinados actualmente a aparcamiento de coches. Todas estas piezas, por su tamaño y relación, parecen idóneas para intentar reordenar este conjunto ahora deslavazado y transformarlo en una nueva centralidad peatonal que la trama urbana tanto agradecería.
¿Qué piensa como arquitecto cuando mira?
Las actuaciones que consiguen cambiar mucho haciendo poco son muy satisfactorias, ilustran la victoria de la inteligencia sobre el músculo y todo el mundo las ha practicado con éxito alguna vez. Médicos, cocineros, futbolistas, carpinteros… me han contado historias curiosísimas sobre el tema. La semana pasada estuve en la Colònia de Sant Jordi, paseando por su estupenda trama isomorfa de calles ortogonales que definen unas precisas manzanas rectangulares, ocupadas con unas arquitecturas muy heterogéneas y en muchos casos mediocres. Lo que me llamó la atención fue la sección de las calles, con dos carriles de circulación, coches aparcados a ambos lados y unas aceras estrechísimas. Una sección muy elemental, muy poco elaborada, muy poco afinada, que parecía fácil de mejorar con poco gasto y pensé que quizá me encontraba delante de uno de estos temas interesantes, una presa que parecía fácil. Si me pilla unos años atrás lo hubiera propuesto como ejercicio de proyectos en la Escuela de Arquitectura, porque intuyo que ampliando las aceras, reduciendo la exagerada superficie dedicada a coches y plantando plátanos, hubiéramos encontrado a final de curso, y entre todos , alguna propuesta para que la Colònia de Sant Jordi pudiera cambiar radicalmente a mejor, no sólo para los peatones sino también para las viviendas. Y esta convicción personal de que la dureza del espacio público podría dulcificarse y que no sería caro hacerlo, se reafirma cada vez que paseo en verano por los magníficos pueblos del interior de Mallorca. Ya dijo el arquitecto paisajista Rubió i Tudurí que el lujo es lo escaso, y en nuestra latitud lo escaso es la sombra.
Usted forma parte de muchos jurados de premios de arquitectura. ¿Qué le llama la atención de los proyectos más recientes? ¿En qué se están fijando los nuevos arquitectos?
Recientemente estuve paseando por Mallorca con unos amigos arquitectos para visitar una serie de obras realizadas durante los últimos dos años. Y entre ellas había un grupo que me interesaron mucho y que coincidían con las preocupaciones que explicaba antes. No eran construcciones de nueva planta sino pequeñas intervenciones quirúrgicas sobre obras ya construidas y con el fin de mejorarlas. Vimos inteligentes trabajos que actualizaban viejas casas de pueblo, viviendas tristes entre medianeras que se convertían en alegres espacios bañados por una luz tamizada que llegaba a todas las estancias a través de patios ajardinados e íntimos. Y vimos también pequeñas intervenciones urbanas que creaban nuevos recorridos peatonales, nuevos lugares de interés a partir del derribo de pequeñas y obsoletas construcciones. Desgraciadamente no eran muchas las obras de este tipo, pero eran exquisitas y las vimos esperanzados como incipiente manifestación de una sensibilidad colectiva que cree, por múltiples razones, que es preferible construir menos y recuperar más. Ojalá aumenten sus adeptos, porque para un arquitecto es gratificante dar a luz una nueva obra, pero quizá lo es más resucitar una muerta.
¿Cuál ha sido su mejor obra?
De mi época con Óscar Tusquets escogería una casita de veraneo en la isla de Pantelleria, cerca de Túnez. La clienta era encantadora. El lugar extraordinario, bancales de viñedos abandonados descendiendo hacia el mar, un paisaje volcánico. Llegar a la isla en 1972 era caro y complicado. Realizamos muy pocas visitas de obra y el constructor, que era el maestro del pueblo, se tomó algunas libertades. El proyecto lo redactamos sin esfuerzo y a la primera, como siguiendo el dictado de una voz ancestral. La documentación técnica consistió en cuatro planos pequeñitos y algunos dibujos a mano alzada. La obra una vez acabada nos sorprendió y resultó más compleja de lo imaginado. Ignazio Gardella, admirado maestro, nos dijo que le parecía una obra preclásica.
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¿Y de su época con Ignacio Paricio?
De mi época con él podría citar una obra muy distinta a la anterior. Los clientes eran un banco y una potente promotora. El conjunto formado por tres edificios estaba dedicado a viviendas lujosas. El solar situado en primera línea de mar en Barcelona, estaba condicionado por una rígida ordenanza que negaba la ciudad compacta mediterránea e imponía una discontinuidad en la trama viaria que nos incomodaba, pero que nada podíamos hacer para cambiarla. La constructora era puntera y siguió escrupulosamente la voluminosa documentación que le entregamos. La elaboración del proyecto nos llevó tiempo y mucha gente del estudio dedicada a ello. El resultado acabó siendo igual a lo imaginado y no nos llevamos ninguna sorpresa. Su aspecto de edificio sin cristales, como bombardeado, motivó que se le llamara, con propiedad, Sarajevo Beach. Por otra parte, también recuerdo con simpatía el encargo que me hizo ALESSI de diseñar una serie de bandejas de sobremesa. No sabía qué hacer, hay tantas y tan bonitas. En una reunión aburrida miraba distraído aquel papel plateado que se coloca encima de las bandejas de cartón usadas en el mundo de la pastelería y que imita irónicamente a los tapetes arrugados de ganchillo. De pronto lo imaginé de acero inoxidable cortado y conformado de un sólo golpe de prensa. La documentación que mandaba a Italia eran unas finas planchas metálicas que yo mismo deformaba y que empaquetaba con sumo cuidado. Hacer planos era imposible. Fue un chispazo y apenas exigió elaboración. Los distintos tamaños de las obras, la diversidad de programas y emplazamientos, la variedad de técnicas empleadas, el muestrario de clientes, las distintas maneras como fluyen las ideas…, han sido circunstancias privilegiadas que han permitido a los arquitectos de mi generación, quizá la última, no convertirnos en meros especialistas de algo.
¿Le preocupa el precio de la vivienda?
Sí claro, pero los arquitectos no podemos hacer nada ni con los precios ni con los tamaños de las viviendas. Los que deciden estos temas son los bancos al diseñar las hipotecas. Estudian al detalle las posibilidades económicas de los futuros clientes, los aprietan al máximo, y les ofrecen un préstamo a devolver en tantos años y a tanto al mes. Y el importe de este préstamo es el que determina el precio final de la vivienda, que el promotor deberá necesariamente conseguir si quiere vender el producto, ajustando su tamaño y su coste por metro cuadrado. No creo que el libre mercado, como se está demostrando desde hace tiempo, pueda afrontar el problema de que todo el mundo tenga una vivienda digna, de la misma manera que tampoco pudo hacerlo con la sanidad y la educación, que se han tenido que resolver entre todos y con el dinero de todos.
¿Cuál es el peor enemigo de la buena arquitectura?
No sé si el peor, pero un enemigo muy importante de la buena arquitectura es que no interesa, no interesa en general, no interesa al usuario en particular y como consecuencia tampoco interesa al promotor. He contado otras veces que yendo un día en coche, escuché por casualidad un programa de radio dedicado a hablar de los huevos fritos con chistorra. Un prestigioso cocinero, después de confesar lo mucho que le gustaban, se extendió en todo tipo de detalles de cómo los elaboraba. A continuación empezaron a llamar los oyentes pidiendo aclaraciones, sugiriendo nuevas ideas, recomendando los mejores locales donde los habían comido, hablando del pan, del aceite, de cómo los hacía la abuela, de los distintos tipos de chistorra, si de León, de Murcia… Mientras iba escuchando admirado, imaginé el mismo formato de programa pero hablando de ventanas. Una breve introducción de un reconocido arquitecto y después los oyentes llamando y opinando sobre persianas, si enrollables o plegables, Persia y el desierto, cristales, visillos, postigos y cortinas, luz controlable, penumbra y oscuridad, corrientes de aire, alturas de antepechos, las mejores ventanas de su vida, la genialidad de los balcones y sus barandillas, recuerdos de infancia, el gatear y llegar a ver la calle… Y me puse a reír porque me di cuenta que aquello que imaginaba era imposible.
Quizá falta educación.
Es una pena que habiendo vivido desde que nacemos rodeados de la artificiosidad de la casa y de la ciudad, se haya hecho tan poco para educar la sensibilidad que permite apreciar aquellos espacios en los que uno se siente cómodo y en ejercitar el intentar descubrir el porqué. ¿No deberíamos enseñarle a un niño a valorar la penumbra de la misma manera que le enseñamos a escribir y redactar? Y a modo de ejemplo, ¿cómo puede ser que tanta gente nacida en el Mediterráneo viva en chalets lujosos hechos a su gusto y con enormes ventanales de suelo a techo, orientados a poniente y sin protección solar?
¿Cómo vive usted la masificación de la isla?
Puedo pensar que la masificación del ocio es consecuencia de una uniformización creciente de los humanos, y me preocupa más esta causa que las incomodidades que produce, ya que uno puede fácilmente sortearlas si lo desea. En los años 50, Carpanta, la familia Ulises, las hermanas Gilda, el Hombre Enmascarado…, nuestros entrañables compañeros de ficción, no tenían nada que ver con los héroes de los demás países europeos. Ahora, las primeras imágenes y las primeras historietas que ve un niño en su ordenador son las mismas que ven todos los niños del mundo. La diversidad va disminuyendo, los paisajes se parecen entre ellos, las tiendas son las mismas en todas partes, todos quieren divertirse de la misma manera, ir a los mismos sitios y a la misma hora, todo se uniformiza y todo parece que es el mismo sitio y la misma gente. Observando estas playas abarrotadas, las colas, las aglomeraciones, el calor, las compras, las esperas en los restaurantes, aparcar..., da la impresión que las condiciones son más duras que a las que están sometidos habitualmente en su vida cotidiana y de las que han pretendido huir. No parece que se lo pasen muy bien, pero lo fotografían todo para documentar que están haciendo lo que todos hacen, lo que los medios y la publicidad les dicen que debe hacerse. La suerte de los no gregarios, de los anormales, de los imaginativos, es que cada vez encontrarán más lugares donde no habrá nadie.
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