Homo Viator
Eneas: El primer refugiado
Eneas y Dido se hacen amantes. Son los mejores momentos de su viaje. El recuerdo se vuelve inestable. Poco futuro hay en el hombre que no espera un hogar en la costa. Retrasan la partida porque hay otros fuegos que alimentan el alma del héroe. Por José María Pérez-Muelas Alcázar
José María Pérez-Muelas
No hay nada de la grandeza de Roma que no haya sido ceniza en Troya. Lo sabía Virgilio, que cantó a las armas y al hombre, un poema para celebrar el linaje de Augusto. Para ello escogió al más insignificante de los humanos. Eneas había visto cómo los aqueos habían reducido su casa a escombros. El fuego había consumido una ciudad milenaria, que presumía ser eterna (como luego le pasaría a Roma). Pero los Aquiles, Ajax y Agamenón derribaron sus murallas, mataron a sus hijos y violaron a sus mujeres. No erró Virgilio en centrar la historia más grande jamás contada para los romanos en un muchacho temeroso, que le daba la mano a su hijo y abrazaba a su padre, huyendo de la destrucción y la muerte, oculto entre cadáveres para sobrevivir.
Es improbable que Eneas existiese pero sus viajes sí son reales. Llamémoslo Eneas, como lo hizo Virgilio, o troyano, o hijo del destino u hombre anónimo. Este Eneas representa el fruto de la guerra, la consecuencia de la barbarie y la acción de destrucción en las vidas de los seres humanos. Eneas es el primer refugiado de la historia, el superviviente de un asedio que traslada su cuerpo y sus recuerdos por medio mundo buscando un nuevo hogar donde emprender la vida interrumpida. El escenario virgiliano es el mismo en el que, tres mil años después, las barcas de refugiados atraviesan el Mediterráneo. Del Oriente a Lesbos, las islas griegas, tan hermosas como distantes. Los ojos de las víctimas tan llenas de guerras y los brazos de los europeos tan cerrados.
Eneas abandona Troya cuando ya sabe que el destino de la ciudad está perdido. Los aqueos celebran su victoria sobre cadáveres y en una embarcación, con unos pocos hombres, pone rumbo hacia el sur, con su padre Anquises y su hijo Ascanio, porque no hay guerra que pueda desprender a los hombres de su linaje. Primero se dirigen hacia Tracia, una tierra dura de riscos escarpados donde la agricultura da la espalda a los campesinos.
Apenas oteada la costa, marchan hacia las últimas islas del Egeo. Allí los espera Creta, la ciudades sin murallas (porque Eneas ya sabe que las murallas solo atraen las armas y el fuego) con patios en forma de laberintos y con monstruos que salen a cazar al atardecer. Eneas tampoco se queda en la mayor isla de Grecia. Anima a su tripulación, que están hambrientos y han perdido familia y patria. Son los apestados del mar, los que nadie quiere a su lado. Los que han perdido un hogar y el derecho a volver a tenerlo.
Virando hacia el oeste, llegan a las islas Estrófadas, en el archipiélago de las Jónicas, donde se encuentran con antiguos refugiados troyanos, supervivientes también de su desgracia. Pero la tierra no es lo suficientemente grande para todos y se ven obligados a continuar su viaje. Solo el lenguaje de las mareas entiende la tristeza de la tripulación, el hambre de sus días y la melancolía de las noches. Hasta que llegan a las costas africanas y son recibidos por Dido, la reina de Cartago. En el palacio de la reina Virgilio sitúa una de las escenas más intensas de su Eneida. Los troyanos, famélicos, observan la riqueza de las formas, los tapices y plumas de faisán que decoran las estancias. Pero encuentran los techos y paredes pintadas con escenas de la guerra de Troya. Las noticias de la destrucción de su ciudad han llegado antes que sus propias desgracias. Todos lloran al recordar los tiempos pasados. Los refugiados no pueden quitarse de la piel las sombras de la guerra.
Eneas y Dido se hacen amantes. Son los mejores momentos de su viaje. El recuerdo se vuelve inestable. Poco futuro hay en el hombre que no espera un hogar en la costa. Retrasan la partida porque hay otros fuegos que alimentan el alma del héroe. Tienen comida. Beben vino cada noche. Siempre hay un lecho caliente que los espera acompañados. Pero su destino no estaba en las costas africanas. Eneas se despide de Dido, que le lanza mil maldiciones, antes de dejarse caer al fuego. Los troyanos se despiden de Cartago como quien deja una segunda casa, apenas cerradas las cicatrices.
Su viaje continúa por Sicilia. Bordean la isla y arriban a las costas napolitanas. Eneas visita el oráculo de Cumas y habla con la sibila. Allí le ayuda a ver su futuro, la fundación de Roma por sus descendientes, pero antes de partir pide bajar a los infiernos. Es un doble viaje el de Eneas, por el Mediterráneo para buscar un nuevo hogar, y por el mundo de los muertos para cumplir con su pasado. Ve a su padre, ve a Dido, ve a todos los troyanos que murieron bajo las espadas griegas y entiende que nadie está a salvo del furor de la guerra. De nuevo con los vivos, manda a su tripulación que pongan rumbo al norte. En las costas del Lacio desembarca por última vez la expedición de refugiados, los despojos de la gran ciudad de Troya que ha pasado su memoria por el ancho mundo. Allí, junto a otros pueblos, empiezan su vida de nuevo, olvidando las generaciones quiénes fueron, cuánto medían las murallas que los griegos asaltaron y hasta el nombre de la ciudad destruida. Esa Troya que arde en el corazón de los hombres. A Ulises lo esperaba una mujer en el lecho. A Eneas una tierra extraña repleta de hombres dispuestos a pelear. Ganar y perder una guerra. Nada nuevo bajo el sol mediterráneo.
Libros
Eneida.Virgilio, Editorial Gredos
La muerte de Virgilio. Hermann Broch, Alianza Editorial
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