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CINE CRÍTICA

Cine crítica | Operística genialidad

Resulta complicado analizar una obra tan apabullante como Annette. Es una película para detenerse a desentrañar sus intrincadas claves, pero también se puede disfrutar dejándose llevar por el poder de inventiva visual, las brillantes composiciones, la arrolladora puesta en escena y su poder onírico, surreal y casi fantasmagórico. Es un misterio cómo han podido encajar todas las piezas en esta descomunal colaboración entre la banda Sparks y el cineasta Leos Carax. Annette es un cruce tan bizarro como feliz, una especie de lluvia de ideas geniales que nunca se detiene, que nos lleva, a través de un torbellino de canciones de carácter sinfónico, por un viaje alucinado de la luz a la oscuridad, de la pasión y el amor a los celos, el odio y el ego masculino. Desde la primera secuencia, sabemos que Carax se encuentra en el puesto de mando como demiurgo, mientras los hermanos Mael introducen a los personajes en una histórica apertura al ritmo de la energética So May We Start. Los artífices reflexionan alrededor de las trampas del mundo del espectáculo y la forma en la que los espectadores reaccionamos frente a la belleza, la poesía que representa el personaje de Ann (Marion Cotillard), cantante de ópera que cada noche muere en la función, y a la brusquedad e irreverencia del personaje de Henry (un Adam Driver en constante metamorfosis corporal), un cómico que se siente incomprendido. Ellos representan un amor imposible. A Carax siempre le ha gustado convertir sus películas en una especie de cuento macabro alrededor del mito de La bella y la bestia, también ha tendido en los últimos tiempos a exorcizar sus propios fantasmas a través de las historias, que siempre terminan hablando de sus obsesiones e incluso de su propia vida. Sparks se han acoplado al universo del cineasta porque al fin y al cabo también han sido expertos en mezclar géneros, en experimentar, en jugar, solo que mientras ellos se divierten, Carax, sufre y sigue condenándose al tormento. Por eso Annette es un filme bellísimo y poético, pero también brutal y desolador, con uno de los finales más devastadores del cine reciente. Podría decirse que el inicio es 100% Sparks, y esa secuencia de cierre, la única sin música, es 100% Carax. Entre medias, la simbiosis resulta apasionante. Escenarios que se convierten en bosques, bebés con forma de marioneta, stand-ups que congelan la risa, tempestades marítimas, apariciones fantasmales y alusiones directas a Harvey Weinstein. ¿Algo más? El arrebato creativo, la furia artística, la eterna búsqueda de la elevación a través de las imágenes y el sonido.

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