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Con ciencia | Microbiota

Es la microbiota, idiota. Así, remedando la famosa frase con la que Bill Clinton ridiculizó la campaña electoral de su contrincante George Bush hasta lograr ganarle la presidencia de los Estados Unidos, tituló la doctora finlandesa Sari Arponen un libro en el que pone de manifiesto la importancia crucial de la fauna de microorganismos que puebla nuestro cuerpo. La doctora Arponen, que trabaja en el servicio de Medicina Interna de un hospital madrileño, ha puesto de manifiesto que la microbiota —el conjunto de virus, bacterias y hongos asociados a tejidos sanos, en especial en los intestinos— está relacionada con dolencias que van desde las migrañas a las alergias, sin dejar de lado la obesidad. Teniendo en cuenta que nuestro cuerpo contiene unos 37 billones de células pero la microbiota alcanza un número de organismos casi tres veces mayor, está claro que si no queremos perder la carrera electoral de la salud, ni parecer idiotas, hay que hacerle caso a Sari Arponen.

Lo que resulta aún más sorprendente es que la microbiota afecte a las relaciones sociales a través de la actividad del cerebro. Un artículo publicado por Wei-Li Wu, investigador de la división de Biología e ingeniería biológica del Instituto Tecnológico de California en Pasadena (Estados Unidos), y sus colaboradores, publicado en la revista Nature, pone de manifiesto como indican los autores cuál es el mecanismo que permite a la microbiota modular la actividad neuronal en regiones específicas del cerebro de ratones machos regulando las respuestas canónicas al estrés y los comportamientos sociales de esos roedores.

Que la microbiota intestinal contribuye a la actividad social en los ratones de laboratorio, y que el cerebro es el encargado de desarrollar ese comportamiento, es algo conocido desde la aparición en el año 2014 de un trabajo de Lieve Desbonnet y colaboradores en la revista Molecular Psychiatry. Pero se desconocía el detalle acerca de cómo se establece la conexión entre intestino y cerebro y las estructuras neuronales que intervienen en esa interacción entre microbiota y conducta social. Wei-Li Wu y colaboradores partieron del hecho establecido de que las desviaciones sociales se asocian en los ratones a niveles elevados de la corticosterona, una hormona relacionada con el estrés que se multiplica mediante la activación del eje hipotálamo-hipófisis-glándula suprarrenal (HPA en sus siglas inglesas) en el cerebro. Los autores identificaron en la macrobiota de los ratones una bacteria, Enterococcus faecalis, capaz de restringir la actividad del eje HPA reduciendo los niveles de corticosterona tras episodios de estrés y promoviendo así una vida social más equilibrada. Se sabía que el cerebro es, además del generador de pensamientos, una fábrica de hormonas. No sé si tranquiliza o inquieta que las bacterias puedan ayudarle.

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