El cantante Raphael sigue su exitosa carrera y se desnuda tras sesenta años sobre los escenarios.

Este año cuenta 60 de carrera. ¿En qué momento comenzó a contar el tiempo?

Cuando, en 1961, me dieron el carnet de profesional para poder cantar legalmente. Hasta entonces tenía que ir con un permiso de mi padre. Tuve que examinarme en el Teatro Fuencarral, de Madrid. Ahora no piden nada, y creo que deberían pedirlo. No sé, se me acaba de ocurrir, porque no estoy en contra de los que no tienen el carnet.

¿Tenía ídolos en sus inicios?

Mi ídolo por excelencia siempre ha sido Édith Piaf. Luego, Elvis Presley, Shirley Bassey…

¿Qué le movía a cantar?

Yo cantaba desde que tenía cuatro años. Era solista del coro del colegio, y a los nueve años, en Salzburgo, me dieron el premio a la mejor voz de Europa. Cantaba por culpa de mi hermano, que se chivó de que tenía un hermano pequeño que cantaba muy bien. Luego, un día entré en un teatro portátil, del Teatro Español, y vi La vida es sueño, de Calderón de la Barca, y ahí se me metió en la vena que quería ser actor. Es lo que me habría gustado, pero a estas alturas no me voy a quejar.

¿Da la impresión de que es un artista que siempre ha pensado en grande.

Pensar en pequeño… ¿para qué? Siempre he pensado en grande, y fíjate que así es como se cumplen las cosas. ¿Quién me iba a decir a mí que iba a cantar con Piaf? No canté con ella, porque se murió, pero mi actuación estuvo anunciada. Era en las fallas de Valencia [en 1963]. Mandaron a Juliette Gréco para sustituirla, que tampoco está mal. Así que pensando en grande he ido al Ed Sullivan Show y todas estas cosas.

Desde el principio desató filias y fobias con su estilo.

¿Fobias? Pues no sé...

Que era un estilo exagerado.

Bueno, más vale ser exagerado que soso. Es una humilde opinión.

También se le ha considerado alejado del público más progresista o de izquierdas.

Eso no es verdad.

¿Se siente un artista transversal?

Totalmente. Yo no entro en estas cosas. Nunca he entrado. He hecho mi vida como he querido hacerla y con bastante honradez. Soy un profesional en toda la expresión de la palabra. He ido a todas partes del mundo y he tenido unas críticas maravillosas, y la gente me ha apoyado siempre. Eso, quien no quiera verlo, está ciego.

En aquellos años 60, cuando aparecieron los cantautores, que interpretaban sus propias canciones, ¿sintió que podían constituir una amenaza?

Si yo hubiera querido, habría cantado sus canciones. Con el tiempo, hice un disco [50 Años después, 2008], en el que está Serrat con su Cantares, y canté yo con él. No soy compositor, pero me siento con el compositor que sea y ahí ayudo mucho. «Ve por aquí, por allá…».

¿Con qué compositor se ha entendido mejor?

Con Manuel Alejandro. Amo, dueño y señor. Y con José Luis Perales. Hay autores maravillosos. Serrat… Últimamente, hemos empezado a trabajar Pablo López y yo. ¿Por qué no? Tiene mucho talento. Vamos a ver qué pasa. El caso es no quedarme quieto.

En 6.0. canta al desaparecido Camilo Sesto. ¿Sentía que había que reivindicarlo?

No, él ya se reivindicaba solo. Es acordarse del amigo. También hay una canción de Antonio Vega. Yo tenía el resquemor de no haber cantado nunca con él.

Sus últimos conciertos hasta ahora fueron los dos del Wizink Center, de Madrid, en diciembre, cuando reunió a 5.000 personas por noche, lo cual generó críticas. ¿Injustas?

Tuve la ayuda de esa gente que hay a veces por internet. Yo les llamo «de qué se habla, que me opongo». Pues allí no pasó nada. Fue un éxito tremendo, lo mejor que yo podía hacer en ese momento. Incluso la gente que no comulga con mi forma de ser dijo que lo que yo había hecho era una maravilla. Que había sido, como siempre, poner la primera piedra.

¿Cree que, en este último año, la música en directo debería haberse abierto un poco más?

Se podría haber hecho más, pero también entiendo que la gente tenga miedo. Entiendo las dos posturas. Lo que no se puede hacer es botellones. Pero ahora se está vacunando mucha gente y el ritmo es muy alto. Yo me vacuné en mayo, el día 11. Eso es bueno.