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CON CIENCIA

Tiempo

Amedida que uno envejece, pasa a darle más importancia al tiempo. Siempre, a lo largo de toda la vida, es relativo; basta con recordar lo larguísimos que se hacían los veranos durante nuestra infancia —sin olvidar, claro, lo que duraban las vacaciones escolares de entonces— y compararlos con la rapidez en que se esfuma un mes cuando maduramos. No digamos ya nada del transcurso casi instantáneo del tiempo durante el declive de la vida. La razón de esos estilos diferentes de percibir el tiempo imagino que tiene mucho que ver con la angustia que nos estremece al ver que se acerca el momento de la desaparición de todo nuestro ser y, con él, el propio tiempo, el espacio y la memoria. Quizá sea un componente esencial de nuestra mente, relacionado con las demencias seniles pero también con nuestros recuerdos que se borran al revés: permanecen los antiguos mientras que los episodios recientes se esfuman. Somos incapaces de recordar el nombre, y aun la cara, de la persona que nos presentaron hace pocos días pero si la pérdida de memoria fuese en el sentido contrario sería aún peor porque perderíamos la capacidad del habla al olvidarnos de las palabras que aprendimos siendo niños.

Acaban de aparecer las primeas claves de la manera como nuestro cerebro maneja el tiempo, aunque no se refieran a las palabras sino a los acontecimientos. Leila Reddy, investigadora del CERCO (Centre de Recherche Cerveau et Cognition) en la Universidad de Toulouse III—Paul Sabatier (Francia), y sus colaboradores han publicado en la revista The Journal of Neuroscience un trabajo en el que estudian la manera como nuestra memoria episódica lograr insertar en una secuencia temporal los distintos acontecimientos de una experiencia vivida. En otras palabras, los autores buscaban las «células del tiempo», las neuronas capaces de codificar la información que se habían localizado ya en el hipocampo de los roedores.

Para su experimento, Reddy y colaboradores registraron la actividad neuronal de sujetos (humanos, claro) de ambos sexos cuando, tras haber memorizado una secuencia de imágenes, se les preguntaba qué imagen venía a continuación en la secuencia. La búsqueda en la mente del contexto temporal correlacionaba con la activación de un grupo de neuronas del hipocampo en intervalos regulares. Y ese «encendido» de neuronas no tenía que ver con la imagen en sí misma sino con la secuencia temporal porque el patrón de activaciones era el mismo cuando los sujetos del experimento miraban una pantalla en blanco.

Nuestro hipocampo funciona, pues, de forma parecida al de los roedores cuando organiza la percepción del tiempo. Lo que no sabemos es qué nos sucede en nuestro cerebro para que cambie tanto a lo largo de la vida esa percepción.

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