Diario de Mallorca

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Entrevista
Arnau Pons Poeta, ensayista y traductor

«La traducción me ha permitido formar un ecosistema en el que poder respirar»

«Si Miquel Bauçà se traduce hoy al español, es escamoteando sus textos problemáticos. Es un gesto muy cobarde»

El escritor y traductor Arnau Pons (Felanitx, 1965). | DANIELA ROSENFELD

Poeta, ensayista y traductor. Los textos recogidos bajo el título ‘La traducció, la vida’, volumen publicado por Afers, son un retrato del compromiso del ‘felanitxer’ con el oficio de traducir y la poesía. Un acto que considera político, «si no lo fuera, no habría tanta censura implícita ni tanto boicot con ciertos trabajos», considera

Si escribir es pensar y traducir también, ¿qué diferencia establece entre estos dos tipos de pensamiento?

La traducción irrumpe en una lengua y en una cultura diferentes, a veces incluso en otra época, y por tanto tiene siempre al original como referente. Lo interesante es de qué modo se divorcia de este texto previo. Así pues, el original vive de su unicidad, mientras que la traducción lo hace gracias a las potencialidades de la obra que actualiza.

¿Es más crítica y analítica la traducción que la escritura original de un texto?

Esto dependerá del traductor. Una traducción pone en contacto a dos subjetividades. Hay traductores miopes a la obra por un exceso de veneración, que a menudo se manifiesta paradójicamente por un exceso de narcisismo (sobre todo en el caso de los poetas traductores). Para mí, una traducción exige un divorcio sin rencor, con amor, que puede reducirse a una mera solidaridad. No debería ser nunca un matrimonio asimétrico ni una usurpación interesada.

Usted se considera un heterodoxo de la traductología, como su referente Henri Meschonnic. ¿Qué supone esta postura?

Conocí a Meschonnic por la mediación de Jean Bollack. Tenían puntos en común y a la vez eran irreconciliables. Ambos me manifestaron una gran generosidad. Ambos provocaban también el mismo tipo de malestar en ciertos ambientes académicos. Recuerdo que Derrida me dijo en Barcelona: «Usted está aliado con mis dos peores enemigos», una declaración poco comedida y que, a mi parecer, deja a la vista los puntos más flacos del filósofo. Bollack pensó el desciframiento de las obras y Meschonnic la relación ética y política que funda toda traducción. Creo que pude tomar lo que me servía de cada uno conservando mi independencia. Con Meschonnic la relación fue más puntual, más circunstancial, con largas pausas. Puedo afirmar que ambos me hicieron avanzar muchos años en mi trabajo. Me evitaron rodeos innecesarios.

¿Un traductor es también un autor?

Solo si su traducción es una obra que resiste.

Ha traducido mucho a Paul Celan. Ha descifrado su alfabeto, su mecanismo de pensamiento. ¿Por qué se ha quedado a vivir en la poesía de Paul Celan?

Por muchos motivos. El primero, porque me hace mucha compañía. No me siento tan raro ni tan desubicado en lo poético, cuando le doy una segunda vida en mi idioma. El segundo, que es más importante que el primero, porque mi solidaridad con él y con su obra es uno de mis actos más radicalmente políticos. Si traduzco a Celan tal y como lo hago, es contra el ocultamiento, la desvirtuación y la usurpación que sufre a menudo por parte de sus intérpretes y traductores. Debo decir que también me instalé en la obra de Luiza Neto Jorge con una intensidad similar, pero tiene una obra más reducida y no es tan conocida como él. Pero fue algo vital también para mí.

¿Qué le ha permitido la traducción, ver la literatura catalana desde una mayor distancia, por ejemplo? ¿Encontrar otras genealogías?

Ante todo, formar algo así como un ecosistema en el que poder respirar.

¿Qué cabida tiene la traducción en un entorno consumista y capitalista como es el mundo editorial?

Muchísima. Hay autores que se traducen a medida que su próxima novela se va haciendo por entregas, porque han entrado en una especie de producción en cadena. La traducción también obedece a este servilismo.

¿Traducir es un acto político?

Por supuesto, siempre fue así. Al igual que interpretar un texto. Si no fueran actos políticos, no habría tanta censura implícita ni tanto boicot con ciertos trabajos. Molestar con la escritura siempre ha tenido efectos políticos.

A la hora de elegir a un autor, aparte de la relación de éste con el lenguaje, ¿se detiene también en otros aspectos, como por ejemplo su relación con el poder u otros aspectos de su biografía?

Sí, siempre. De todos modos, todo ya está contenido en la obra. Lo que hace Heidegger con Heráclito, Sófocles o Trakl casa perfectamente con su adhesión al nazismo.

Asegura en un momento del libro que la poesía catalana tiene una losa métrica y un complejo. Y que siente la necesidad de autoafirmarse.

No me molesta la losa en sí. Cada uno carga con lo que quiere. Me molesta que se sacralice esa losa que a la vez se me presenta como una piedra filosofal de la identidad en el arte. Cuando leo el libro de métrica de Salvador Oliva, me entran ataques de risa. Es bueno reír con las ventanas abiertas. Mi libro tiene ese humor y esas ventanas.

Lamenta la falta de crítica en la escena literaria catalana. Y arremete contra el canon y todos los poderes fácticos que lo apoyan. Critica el sistema. ¿Se siente fuera del mismo?

Nunca quise estar dentro. Soy muy celoso de mi libertad, tanto de expresión como de conducta o acción. Sin eso no podría escribir, ni traducir, ni leer como lo hago.

No le tiembla pulso para criticar directamente algunas traducciones, como la de Las flores del mal de Jordi Llovet. Y la explicación que él hace de su recepción en Cataluña. ¿Qué hay detrás de esa traducción?

Si a Jordi Llovet no le tiembla el pulso cuando manipula dos legados a la vez, tampoco me tiene por qué temblar a mí cuando le leo y siento una violencia que se me hace intolerable. Además, él siempre ha estado en el sistema, incluso cuando supuestamente le decía adiós. Y yo siempre voy a estar afuera. Él tiene todos los recursos a su alcance, es una institución. Yo solo cuento con algunas posibilidades, muy frágiles, de expresión. Pero mi conatus spinoziano me lleva a disentir y a protestar ante unas violencias que se ejercen con total impunidad. En breve saldrá otro análisis mío de su manipulación de Walter Benjamin que es incluso más tajante. Ahora bien, todo autor tendría que estar interesado en que sus trabajos se leyeran a fondo, en sus repliegues más profundos. Para mí es una especie de homenaje.

¿Los discursos del poder se ven claramente en algunas traducciones? ¿Cómo puede desentrañar eso un buen traductor? ¿Por qué los lectores tienen tan complicado saber qué puede haber detrás de una edición?

Cuando Llovet dice que la influencia de Baudelaire es reducida y tardía, lo que busca es ocultar su influencia luminosa en autores de una gran fuerza y con una gran recepción, como Mercè Rodoreda y Joan Sales, a quienes él siempre ha despreciado con argumentos flojos. En su caso, no todo lo explica la misoginia. Por supuesto, hay algo fundamentalmente político. Y por esa misma razón ha tergiversado a Benjamin, justo cuando se presentaba como uno de sus principales introductores en Cataluña. Si leemos sus últimos textos en la prensa sobre el crítico y pensador berlinés, solo encontramos anécdotas frívolas. No hay profundidad. Tampoco abismo. No hay nada político, y eso evidencia una vez más su desorientación interesada. Cuando esto sucede, la literatura se reduce a golpes efectistas, como con sus versiones prosaicas de Baudelaire. Hay que leer las que compuso Joan Sales y compararlas. Es el mejor ejercicio. El buen traductor es aquel que usa sin miedo la libertad que le otorga la obra que traduce. En cuanto a los editores, pienso que son, en general, gente cargada de caprichos, que disfruta con el poder que tiene de dar voz o de callar a una voz. Hay autores que necesitan este tutelaje. Para otros, puede ser nefasto. Nunca hay que perder de vista el andamiaje que hay detrás de un libro o de un autor de moda. Las élites siempre han querido controlar el gusto, las tendencias, las lecturas. Es la razón de ser de su existencia. Por esto yo trabajo casi siempre con editores independientes.

A usted los gestores de los derechos de Miquel Bauçà le negaron la posibilidad de traducirlo al castellano y una editorial barcelonesa, Kriller 71, publicó tres novelas cortas suyas recientemente. ¿Le sorprendió aquello? ¿Aún sigue con ganas de traducir al felanitxer? Usted es bastante crítico con él.

No me negaron la posibilidad de traducirlo, porque no tienen tanto efecto sobre mi persona. Lo traduje junto con Nicole d’Amonville, a cuatro manos, como se suele decir. La letra tiene esa fuerza: cuando existe, existe. Solo le negaron al editor la posibilidad de publicar nuestra traducción de sus dos primeros libros de poemas, so pretexto de que él no quería ser traducido al español y tampoco al francés, al ser lenguas enemigas. Se trata de un curioso razonamiento. Porque todo poeta quiere ser leído justamente por sus enemigos. Ajmátova, Pasolini, Mandelstam, Rimbaud, Artaud y Celan fundan su obra a partir de este desafío. También muchos prosistas, como Thomas Bernhard. La tradición catalana está llena de casos similares: traducirlos al español implica una denuncia evidente de una cultura intolerante e imperialista. Bauçà se yergue como un caso aparte, y eso explica que encontremos en él una burla tan descarada de asesinatos en masa que él considera ajenos a su etnia, como los de Grozny o de Auschwitz. Si en él todo es pensado en clave étnica y si ha encontrado una recepción acrítica tan incondicional, es porque hay un cierto establishment que se sabe impune y que a la vez vive instalado en el victimismo como una prótesis de la identidad. Si Bauçà se traduce hoy al español, es escamoteando sus textos problemáticos. Es un gesto muy cobarde, en definitiva.

También acaba de salir publicado Amb aquestes mans. Escrits sobre autors catalans contemporanis. ¿Qué es este libro exactamente? En él también escribe sobre Miquel Bauçà o el pintor Miquel Barceló.

Es una recopilación de algunos de mis textos sobre autores catalanes. El conjunto, como sucede con mis textos sobre la traducción, muestra una coherencia. O así lo veo yo. Hace años que lo tenía en mente. Esto me permite mostrar que existe una vida hermenéutica y una vida crítica más allá de la universidad. Y que para leer, primero hay que despojarse de los prejuicios y patrones que a uno le inculcan en las aulas.

¿Cuáles son los retos principales de la literatura catalana? Para hablar del aquí y del ahora, me gustaría también que contestara en qué punto está afectando el Procés a la cultura catalana en general.

El reto principal es el de la supervivencia, cuando, a todas luces, la gestión de las élites actúa en muchos casos en detrimento de la misma. Mallorca es el paradigma de lo que digo. En cuanto a la otra pregunta: no creo que el Procés afecte a la cultura catalana, como tampoco le afecta la indiferencia que le muestra, en gran parte, el sector cultural español. Lo ves perfectamente en la poesía. Me parece mucho más elaborada y más interesante la poesía catalana actual que la española. A decir verdad, la que sí se ve afectada, ante la situación política actual, es la cultura española. Y esto creo que explica por qué mis libros se traducen y editan hoy en México, que fue la tierra de acogida de tantísimos republicanos.

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