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Con ciencia | Adoptando

Cría adoptada mamando. Los hijos biológicos de la madre, al lado.

No es la primera vez, ni será la última, en la que esta columna aborda los comportamientos altruistas descritos en un estudio científico como actos difíciles de explicar mediante el paradigma por excelencia en la biología, la teoría de la evolución por selección natural de Darwin. En varias ocasiones nos hemos referido a las dificultades del autor del Origen de las especies para explicar cómo una selección natural que premia el uso de los recursos del ecosistema en beneficio del propio organismo puede dar lugar a la aparición de comportamientos altruistas, es decir, aquellos que utilizan tales recursos para ayudar a la supervivencia de otro.

La Teoría de juegos, de la mano de autores como Hamilton o Maynard Smith, explicó muy bien la necesidad de entender que es el conjunto de genes de una población en la que los organismos están emparentados de forma estrecha el que debe ser analizado porque, en ese caso, un acto «altruista» puede ser impuesto —utilizando la expresión feliz aunque no poco fuera de contexto de Richard Dawkins— por un gen «egoísta». La ayuda entre sí de individuos que comparten dicho gen permite que éste se mantenga en la población. El mecanismo explicativo es un tanto metafórico porque jamás se ha localizado dicho gen ni cabe esperar que una conducta compleja pueda ser dirigida de manera tan directa y sencilla. Pero en cualquier caso esa «selección de parentesco» es incapaz de explicar conductas altruistas entre individuos que, al no ser parientes, tampoco comparten sus genes. La ayuda al otro, en ese caso, tiene que estar sustentada en capacidades cognitivas muy altas, que permitan comprender los beneficios de un acto en principio altruista.

Un caso extremo de conducta altruista es el descrito por Nahoto Tokuyama, investigador del Primate Research Institute en la Kyoto University (Kanrin, Inuyama, Japón), y sus colaboradores en la revista Scientific Reports, documentando dos casos de adopción de crías de bonobo (Pan paniscus) por parte de una madre con dos hijos dependientes y una hembra anciana cuyos hijos ya se habían emancipado. La adopción entre los bonobos es harto conocida pero se trata del primer caso en el que las crías proceden de un grupo diferente al de las madres adoptivas.

Para poder explicar semejante rasgo altruista —que también beneficiaría a las madres adoptantes, por cierto— Tokuyama y colaboradores apuntan a los rasgos evolutivos de los bonobos, que han fijado conductas de atracción fuerte hacia los bebés y tolerancia hacia los individuos pertenecientes a otros grupos. En cierto modo, esos rasgos recuerdan a los de nuestra propia especie por más que el auge de los populismos xenófobos ponga bajo interrogantes nuestra supuesta capacidad de acogida a los extraños. Salvo que se trate de bebés en adopción.

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