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ARTE CRÍTICA

No todo es discurso de género

Una hilera de trocheras posa mirando a cámara.

El principio son muchas voces, todas ellas de mujeres, confundidas unas con otras en una especie de ruido atrayente que, a pesar de parecerlo, esconde una historia entretejida por varias voces individuales que se revelan a medida que uno se acerca para escuchar con atención. Estamos en la primera sala de la muestra La piedra, de Teresa Margolles, y la expectación por lo que vamos a ver crece a medida que conocemos los testimonios que surgen de los 7 dispositivos de audio instalados en este espacio y que se erigen como una verdadera declaración de intenciones. La necesidad de entender la situación que se nos insinúa, fraccionada a partir de la historia particular de cada una de las protagonistas, hace que uno, obligado por su propia curiosidad, se pare a escuchar íntegramente estas grabaciones que testimonian la realidad de las trocheras. En este punto de la visita, aún sin entender bien quiénes son ellas y por qué las llaman trocheras, estremece ya su testimonio, contado con impactante naturalidad, alejado de cualquier dramatismo o autocompasión.

Giramos nuestra vista al lado para leer lo que la comisaria nos tiene que decir sobre la muestra, y ahí empezamos a entender un poco más que las trocheras son mujeres que se dedican a cargar mercancías o personas en la frontera entre Venezuela y Colombia, valiéndose únicamente de su propio cuerpo. Su texto nos prepara cuidadosamente para indignarnos ante una situación desigualitaria, sufrida por mujeres que deben exponer su frágil cuerpo para hacer frente a un duro trabajo.

Continuamos por la sala contigua y vemos, imponente, una piedra que cuelga del centro del espacio. Atrás, una buena fotografía que documenta, precisamente, una trochera trasportando una piedra. Delante, una gran fotografía, tanto por tamaño como por calidad, en la que se ve una hilera de trocheras que posan a cámara mirando fijamente a quien quiera pararse a contemplarlas. La expectación sigue en aumento. El deseo por conocer más su historia hace que recorramos el espacio con avidez en busca de respuestas: ¿cómo es la vida de estas mujeres?, ¿qué situaciones de desigualdad viven?, ¿por qué se da tanta importancia a la piedra?

Con la cabeza ocupada en estas dudas llegamos a la siguiente sala. En ella, una serie de instalaciones nos recuerdan «lo malo» del capitalismo, y, mediante una asociación de ideas elemental, entendemos que lo que quieren significar es la relación directa entre la precariedad laboral, la devaluación del dinero y la pobreza.

Una ligera sensación de decepción nos invade cuando comprobamos que ésta era la última sala. Ya no hay más espacio que recorrer y la expectación generada se ha quedado básicamente en eso. Con una voluntad de querer saber más, y reconociendo el mérito de que una exposición te genere preguntas, buscamos en Google lo que la muestra nos ha dejado sin contar.

La decepción se convierte poco a poco en molestia al sentirnos engañadas por el planteamiento de género propuesto por la comisaria. No hay mayor tergiversación que la ocultación de información. Nadie duda de lo durísimo que es el trabajo de las trocheras y que es una situación deplorable. Sin embargo, lo que no logramos ver es donde radica la desigualdad en este tema. Que la comisaria de la muestra no cite un solo momento que la propia Margolles ha hecho exposiciones previas retratando a los hombres trocheros, y que además incida en la idea de que estas trocheras viven una situación de desigualdad por llevar a cabo un trabajo que el espectador que no decida informarse un poco puede pensar que solo llevan a cabo mujeres, es jugar con la sensibilidad del feminismo y, es en cierta manera, irresponsable. La omisión totalmente estudiada y voluntaria de que también existen trocheros hombres no responde si no al deseo de meter a presión un discurso feminista donde quizá no lo hay.

Y es que efectivamente se trata de una situación durísima de personas que viven al límite de la pobreza: una situación que habría que regular, pero una situación al fin y al cabo tremenda que afecta a hombres y mujeres por igual. La temática es suficientemente potente como para intentar justificarla con un discurso feminista y me pregunto si esto no es banalizar lo que significa un discurso de género.

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