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Máximo Huerta: «Me siento libre, cómodo y tranquilo»

«Muero por estar con mis amigos y acabarnos tres botellas de vino, pero estar en casa me relaja, soy muy familiar», confiesa

El periodista y escritor Máximo Huerta. LUIS GASPAR

Màxim es ahora Máximo, el nombre que figura en su DNI. A los 50 ha vuelto a vivir en su casa de Buñol y a dormir en el cuarto que lo vio crecer y en el que guarda todos los recuerdos de su infancia. Le relaja pasear diariamente a doña Leo, su perra, entre olivos y algarrobos y confiesa que éste es su momento favorito del día. Tolerante, prudente y cariñoso, con un té entre manos, reflexiona sobre su vida poco antes de ponerse ante las cámaras cuatro horas y media para el magazín Bona vesprada de À punt que diariamente presenta.

¿Siente que esta nueva etapa es una vuelta a los orígenes?

Tengo la sensación de que me estoy reseteando después de todo lo que me ha pasado, lo que he vivido, disfrutado o sufrido. He vuelto justo al cumplir 50 años. Las circunstancias me han hecho volver a mi casa, de la que nunca me he separado, pero he vuelto a recuperar aquel día a día de siempre. Vivo en el mismo pueblo, en la misma casa y duermo en la misma habitación de siempre con la única diferencia de que ahora no me cuida mi madre sino que la cuido yo a ella. Los 50 marcan.

En su última novela, Con el amor bastaba, habla de un niño que recupera su libertad. ¿Sientes que la has recuperado?

Me siento libre, cómodo y muy tranquilo. Bueno, la libertad nunca es plena.

¿Qué le aporta el volver a vivir en casa?

Me sorprendo viendo los cajones de mi habitación. Los he vuelto a redescubrir. Los cajones siguen llenos de cuentos, de libros de poemas, de inicios de pequeñas historias, de mis primeras novelas... He redescubierto a aquel chaval de pueblo que soñaba con el triunfo en Madrid, porque para los que somos de pueblo Madrid era como Itaca. Al repasar he disfrutado y me he dado cuenta de que he hecho muchas cosas. Es como si comenzara una segunda temporada. Volver es un punto de inflexión. Más allá de los errores, los aciertos, los disfrutes, las fiestas, las locuras, los programas, los informativos, las noches o los días de Madrid, ese lugar que quería conquistar, al final me he dado cuenta que mi mejor conquista ha sido regresar al pueblo y estar orgulloso de todo aquello.

En redes trasmite ser una persona muy familiar y muy ligado a sus orígenes. ¿Me equivoco?

Soy muy familiar porque me gusta mucho estar en casa. Muero por estar con mis amigos y acabarnos tres botellas de vino, pero estar en casa me relaja y me siento cómodo. La palabra hogar me parece la mejor. Me gusta quedarme en el sofá con mi perra, leyendo. El orgullo de pueblo es algo que me reconforta. De pequeño, el pueblo se te queda pequeño pero luego te das cuenta de que es el lugar en el que necesitas estar. Pasear por las calles, ir a los comercios de siempre o ver a mis amigos me hace sentir muy bien. Estoy muy orgulloso de Utiel, el pueblo en el que nací, y de Buñol, que es donde he vivido siempre.

¿Tan importante es para usted doña Leo (su perra)?

Nos conocemos bastante bien. Ella sabe cuando estoy triste, alegre o cuando necesito que esté a mi lado. No hablo con ella pero sabe perfectamente cómo me encuentro y eso me relaja mucho.

Presentar Bona vesprada, un magazín diario de cuatro horas y media exige mucho. ¿Necesitaba este reto?

Es mucho tute en pantalla, sí. Me he acostumbrado a la naturalidad y a mostrarme como soy. La televisión no es más que una radiografía y el telespectador percibe la realidad. Yo lo llevo como una extensión más de la vida. No me gusta fingir en plató. No me gusta lo artificial.

¿Pero le ha costado desencorsetarse para ser así?

No, no tengo ni miedos ni prejuicios. No soy como otros periodistas que tienen miedo a hacer el ridículo, ¡qué va! En la vida vamos de carnaval, vamos de entierro, vamos al hospital y luego nos vamos de cañas. No tengo esos prejuicios en la tele y lo disfruto. Se puede contar las cifras del covid, un robo en Riba-roja y se puede estar tocando el acordeón. Creo que eso aporta autenticidad.

¿Cuánta gente le ha dicho que está conociendo al verdadero Máximo gracias a este magazín?

Es verdad. Este programa es muy transparente y en él se me ve la mirada, mis despistes, se ve si titubeo, si me emociono, cuando algo me gusta o cuando llego al tope. 

¿Vive pendiente de las audiencias?

No, me gustaría que fuera altísima igual que le gustaría al frutero o al zapatero vender mucho al final del día.

¿Condiciona su estado de ánimo?

No, en absoluto. Los minutos antes de entrar en plató tengo nervios, ilusión, expectación, emoción y responsabilidad pero cuando empieza todo cambia. No me condicionan las cifras a la hora de trabajar, las he tenido muy buenas, regulares, malas... 

¿Es de los que le da muchas vueltas a las cosas o tiene facilidad para pasar página?

Paso página en el paseo de las mañanas pero sí, soy una centrifugadora muchas veces. Desde hace un tiempo he rebajado la tensión y centrifugo con menos presión; ahora intento que solo me preocupe lo importante.

Los 50 son un buen momento para mirar atrás. ¿Soñaba o imaginaba todo lo que a posteriori le iba a pasar?

Releyendo mis diarios me doy cuenta de que jamás hubiera imaginado todo lo que me ha pasado en la vida. Nunca soñé que iba a cubrir un cónclave, ni un 11-M, ni que viajaría tanto, ni que iba a ser ministro, ni que presentaría un magazín gigante. En mis sueños de niño no cabían tantas cosas.

¿Se arrepientes de haber aceptado ser ministro?

No, jamás. Forma parte de mi historia y recuerdo la ilusión y responsabilidad de aquel momento. No me arrepiento en absoluto, se arrepentirán otros.

Pero imagino que los días posteriores serían una pesadilla.

La pesadilla ya no es pesadilla, lo fue. Fue dolor, ingratitud, falta de autoestima... todo eso ha ido desapareciendo y ahora soy capaz de mirar la cartera que está en el estante de arriba en el armario que, por cierto, no la he vuelto a abrir. Ahora soy capaz de mirar las fotos y hacerlo con cierta ternura. Y, también, pensar que no merecía la pena que todo me hiciera tanto daño sobre todo porque ya estaba todo pagado y que... ‘no me vengan con penas que no me tocan’. Ya no hay dolor.

De ministro a gamba en Mask Singer. ¿Qué le llevó a aceptar? 

Fue muy divertido. Creo que era una oferta que me permitía decir que soy capaz de reírme de todo, que la vida no dura tanto y que hay que gastarla. 

¿El cambio de Màxim a Máximo es una reafirmación?

Qué va, es mucho más sencillo. Es por un tema de papeles. Yo soy Máximo y así aparece en mi DNI. A veces, por lo de Màxim, que me lo pusieron en Canal 9, tenía problemas por ejemplo en los billetes de avión. No es que yo ponga ahora Máximo, no, es que me pusieron Màxim y se quedó. Máximo es mi nombre y me gusta.

Cuando pasea por la mañana entre olivos, ¿cómo se siente?

Para mí, la felicidad es tranquilidad y me siento tranquilo en ese momento en el que soy un tipo de pueblo despeinado paseando. Ese rato de paz es como si la vida fuera eterna.

¿Tiene necesidad de ser feliz o con vivir es suficiente?

Es que la felicidad no se puede buscar. Es más fácil ser pesimista porque no requiere esfuerzo. Ser feliz cuesta más porque hay que buscarlo. Como dijo Luis Landero, la felicidad se trabaja. Deberían enseñarnos a cómo ser felices y hay que insistir en ello. Me niego a ser pesimista y eso que he vivido esos momentos y he estado hundido... pero hay que salir de ahí. 

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