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La abuela ‘tiktoker’

Christian graba a su abuela Rosa disfrazada de Stitch, el alien de Disney, en el piso de L’Hospitalet de donde salen los vídeos virales de @conbuenhumor.

Tiene 80 años, pero posa ante las cámaras con rutina de Kardashian. Millones de personas la llaman «¡yaya!» con delirio fan. Hasta le piden autógrafos por la calle. ¿Que si sabe lo que es una influencer? «Lo que soy yo ahora -se encoge ella de hombros-: influente». Uno de sus bailecitos a lo Fortnite supera los 41 millones de visualizaciones.

Casi nadie la llama por su nombre: Rosa Vallejo. Es @conbuenhumor en las redes. «La abuela tiktoker», la han rebautizado en internet. Ya va por 5,8 millones de seguidores solo en la app china. Es la segunda abuela con más followers en TikTok del mundo. Sus vídeos virales salen de un piso de L’Hospitalet. Hace challenges, perrea a ritmo de Bad Bunny, baila las coreos de moda, hasta comenta La isla de las tentaciones. Te deja más descolocado que Isabel Preysler en un todo a 100. «Me gusta salir de la rutina», replica ella sin aspavientos. Cualquiera diría que está viviendo con Jesús Calleja: se ha montado en helicóptero, moto de agua, kart, montaña rusa, caballo, tirolina, enumera su nieto. Ahora la quiere montar en ala delta. Ella dice que no le da miedo, pero antes de que empiece a grabar el móvil siempre se persigna.

«La culpa la tiene este nieto», y señala a Christian. El nieto mayor: Christian Morales, 29 años, periodista. Él es el loco, confiesa, y ella, la que se deja enloquecer. Lo mismo sacan del armario un disfraz de unicornio que unas orejas de elfo. «Aquí hay mucho euro gastado en los chinos», da fe el nieto. «La disfrazo de todo. ¡Cómo me aguanta! -reconoce-. Es mi muñeco».

«Cuanto más ridículo, mejor»

Hoy la abuela se deja pintar la cara de blanco con el mismo rictus de resignación que un votante de Ciudadanos. Toca grabar un challenge. «Tienes que enseñar al monstruo que vive debajo de tu cama», detalla Christian con ademán profesional. Abre un disfraz de payaso de It y se lo da. «Ella es el monstruo que hay debajo de mi cama», se ríe.

«¿Tú qué crees?, ¿que tu abuela es un crío?», bufa Rosa. Lleva ya un rato intentando meterse en el disfraz talla niño. «Es que como mides 1,33…», se justifica el nieto. Tras las cámaras podrían pasar por un sketch de Matrimoniadas. «Esto no hay manera, Chris». Y coge unas tijeras. «Con que puedas entrar un poco es suficiente -le quita importancia él-. A la gente le gusta que sea ridículo; cuanto más, mejor». La yaya acaba pareciendo un payaso diabólico, sí, pero tras una noche de fiesta con Pocholo. ¿No se puede tener vergüenza en TikTok? «No hace falta tener vergüenza -responde ella-. Hay que reírse. Cuando me vaya al otro mundo, ya no me voy a reír».

Son como el Coyote y el Correcaminos, pero con bromitas domésticas en vez de marca Acme. Ahora él se va a la cocina a colocarle una taza llena de leche al revés. «Humor juvenil», asiente. «Nuestro público son niños sobre todo. De 10 añitos a 25». Así que sobreactúan más que los políticos en el Congreso. Es lo que se lleva en TikTok, dice Christian. «Esa es la gracia». La abuela ya suelta tantas collejas como Sole en Siete vidas.

«¿Quién me lo iba a decir a mí después de trabajar tanto como he trabajado -dice Rosa- y sacar a los cinco hijos adelante». Cinco hijos y 10 nietos. Es de Jaén. «De la Higuera de Calatrava», da sus coordenadas de carrerilla. Llegó a Barcelona con 12 años. «Entré con una señora mayor. Le hacía la comida y la limpieza». Durante 35 años, añade con fatiga, trabajó de limpiadora en un hospital. Si hubiera tenido estudios, le habría gustado ser cirujana.

Hace ocho años que Christian estrenó Conbuenhumor en Youtube. «Hacía vídeos de humor yo solo. También me disfrazaba. Un poco payaso, sí». Un día le dijo a la abuela: «Haz uno conmigo». La primera colleja que le arreó ante la cámara. «Qué adorable tu abuela», repetían los comentarios. «Y grabamos otro y otro y otro». «Y la gente empezó a pasar de mí», asume el nieto.

Christian Morales posa con su abuela Rosa Vallejo en brazos en su piso de L’Hospitalet. ELISENDA PONS

Las canas se convirtieron en carnaza viral. Las influencers con arrugas se empezaron a multiplicar por la redes. La abuela de Ross Smith, una celebridad en EEUU, tiene 15,9 millones de seguidores.

TikTok fue el boom. Rosa y Chris llevan ahí dos años, medio millar de vídeos, 88,4 millones de me gustas. Con el confinamiento, los números se dispararon. «Igual crecimos dos millones y medio», calcula el nieto. ¿La clave? «Ser muy activo y mostrarte natural».

«Si tu abuelo nos viera desde arriba…», Rosa suelta una carcajada. Al yayo no le gustaba bailar, ni siquiera que se maquillara. «Igual ahora se pone bótox, como se ha hecho famosa», se ríe el nieto. «Ahora le gusta coger taxis y cabifys», se chiva. Lo que no perdona Rosa, famosa o no, es su copita de vino con gaseosa y el chupito de hierbas. «Es lo que me voy a llevar».

Un ‘hobby’ rentable

Empezó siendo un hobby. Lo sigue siendo, asegura Christian, pero ahora sale rentable. «Con que te llame una marca al mes, ganas el sueldo de un trabajador que está ocho horas de lunes a viernes». Por un vídeo de publicidad de 15 segundos, se ganan 1.000, 1.500 euros, detalla. Luego están los directos. «Hay gente que te regala dinero». Mira en su app: «931 dólares». Y aún hay que añadir el fondo de creadores. «Cuantas más reproducciones tengan los vídeos, más dinero».

Él sigue trabajando como periodista. «Esto no es estable», menea la cabeza. «Yo con mi pensión ya tengo bastante», se conforma Rosa. Lo único que le pide al nieto es que la lleve «a ver mundo». Se querían haber ido a París este mes.

¿Planes de futuro? Twitch, apunta Christian a la nueva plataforma de moda. «Y seguir la vida a tope -añade la abuela-. P’alante, nada p’atrás».

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