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Con Ciencia | Gesticulando

Gesticulando

Los europeos y, en especial, los italianos y españoles cargamos con el tópico —bastante justificado, por otra parte— de que gesticulamos mucho al hablar. Movemos las manos como subrayando lo que decimos, mientras que ese mismo análisis, o uno parecido, aplicado a los anglosajones sostiene que conversan con las manos quietas, casi sujetos a un gesto hierático. En buena medida se trata de usos sociales que, al ser transgredidos, llevan a situaciones incómodas. El respeto casi religioso de los británicos y norteamericanos de su espacio personal lleva a que nadie se toque, mientras los europeos prodigamos abrazos. Y no digamos nada ya de los rusos que se besan sin tener en cuenta el sexo. A mediados del siglo pasado la escuela de sociología fenomenológica, con Harold Garfinkel, profesor de la Universidad de California en Los Ángeles, como una de sus más destacadas figuras, hizo célebres los experimentos en que se sometía a guisa de experimento a una víctima involuntaria a vergüenzas como la de que su vecino en la barra del restaurante fuese invadiendo su espacio e incluso le cogiese comida de su plato. Para la escuela de Garfinkel, esa traslocación del orden social era uno de los mejores métodos para poder entenderlo, siguiendo siempre el principio básico de que el entorno lo era todo para poder explicar el significado de los mensajes.

Gestos, entorno y significación vuelven al primer plano de la comunicación no verbal, si es que alguna vez lo abandonaron. Sin tener relación directa alguna con la sociología fenomenológica estadounidense, dos psicólogos, Hans Rutger Bosker, del Instituto Max Planck de Psicolingüística de Nijmegen (Países Bajos), y David Peeters, de la Escuela de Humanidades y Ciencias Digitales de la Universidad de Tilburg (Países Bajos también), han publicado en los Proceedings of the Royal Society B: Biological Sciences un artículo en el que analizan los gestos que hacemos con la mano al hablar. Para los autores, tales gestos no sólo son los más frecuentes en la comunicación humana sino que intervienen en la modulación de los mensajes que se transmiten.

Por medio de una retahíla de experimentos, Bosker y Peeters han puesto de manifiesto que los gestos se encadenan en términos temporales con las características prosódicas del habla y, en especial, con la forma en que se acentúan las sílabas. Se sabía ya que los componentes prosódicos como acento, ritmo, melodía, entonación y pausas trasmiten información sobre los matices emocionales que acompañan al mensaje desnudo pero los autores llegan a concluir que los movimientos de las manos pueden incluso alterar las vocales que percibe el interlocutor. Sería interesante saber si será por eso que nos cuesta tanto a los españoles entender a los ingleses cuando nos hablan. Estando quietos, igual nos escatiman informaciones esenciales.

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