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Empatía

La doble crisis sanitaria y económica que azota a la humanidad desde que la pandemia provocada por el coronavirus nos tiene atrapados desde hace un año, ha llevado a que cualquiera pueda comprobar cómo, en mayor o menor medida, la empatía forma parte de la interacción social humana. Definida como «la capacidad de compartir el estado afectivo de los otros», la empatía se manifiesta cuando uno siente dolor ante el dolor ajeno, o miedo cuando el de enfrente teme. Hay una explicación simple de sentido común sobre nuestra capacidad empática: procede de la constatación de que estamos ante un igual que sufre. Pero la explicación científica de la empatía busca identificar los estados cerebrales que conducen a que aparezca. Algunas evidencias se consideran ya establecidas, como la intervención de la corteza anterior cingulada —esa especie de collar alrededor del cuerpo calloso en la parte frontal de la circunvolución del cíngulo— para modular los impulsos de las emociones procedentes de regiones cerebrales más profundas como es la amígdala. Sin embargo, resulta difícil establecer cómo sigue propagándose por el cerebro la red específica que interviene en los distintos procesos empáticos. ¿Es la misma a la hora de compartir la sensación de dolor que la de miedo? El estudio en el laboratorio en busca de una respuesta se ve muy limitado por los obvios inconvenientes éticos que conlleva el forzar situaciones estresantes en los sujetos de experimentación.

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Por suerte, se sabe ya que no somos sólo los humanos los que contamos con capacidad para la empatía. Otros mamíferos, como los ratones, la manifiestan. Si dejamos de lado las dudas éticas que pueda plantear la experimentación con ratones de laboratorio, ese hecho abre paso a la posibilidad de estudiar los circuitos cerebrales que se establecen en esos animales cuando se fuerza a uno de ellos a sufrir dolor o miedo y a un congénere a contemplarlo. Monique Smith, Naoyuki Asada y Robert Malenka, investigadores del laboratorio Nancy Pritker en el departamento de Psiquiatría y Ciencias de la Conducta de la Universidad de Stanford (California, Estados Unidos) han publicado en la revista Science los resultados de un experimento en el que analizaron las redes cerebrales de ratones transgénicos —Fos-Trap que permiten una medida más fácil de la actividad neuronal— al contemplar situaciones de dolor y de miedo en sus congéneres. El resultado obtenido lleva a los autores a concluir que la transferencia social del dolor y la del miedo implican vías neuronales diferentes; dicho de otro modo, que la empatía no es un estado mental único sino diverso. Quizá más importante sea que se comprobó que el alivio del dolor se transmite también de forma empática. Ahora que tantos problemas nos azotan, cabe esperar que nosotros no seamos menos sensibles que los ratones ante el sufrimiento ajeno.

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